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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La educación chilena bajo el complejo de Sísifo (o por qué necesitamos una política de Estado en educación)

¿Nuestra clase política habrá notado que les toca arrastrar una piedra cuesta arriba y que la sueltan cuando se les acaba el período sin importar jamás la continuidad? ¿Cuántas “reformas educativas” llevamos como país independiente?

Por Evelyn Fritz
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Evelyn Fritz es Periodista Educación 2020

Cuando el verano pasado BBC Mundo publicó un artículo sobre el carácter resistente de Chile, frente a las constantes tragedias que nos marcan desde que somos un país independiente, me llamó la atención la paráfrasis al filósofo español José Ortega y Gasset: “Chile tiene algo de Sísifo, ya que como él, parece condenado a que se le venga abajo cien veces, lo que con su esfuerzo, cien veces elevó”.

Si bien el autor de la crónica quiso evocar la personalidad resiliente de nuestro país, y nuestra capacidad para sobreponernos cuantas veces sea necesario a toda catástrofe, sugirió enseguida que el mito de Sísifo encerraba otra interpretación: el historiador de la Universidad de Chile Gonzalo Peralta declaró que tenemos “una personalidad cortoplacista, una incapacidad de planificar, de ser aficionados a los golpes de fortuna, a los juegos de azar”.

Entonces emergió en mí la madre de todas las batallas: la educación. Que tropieza con la madre del cordero: una interpretación de Sísifo del siglo I antes de Cristo, erigida por Lucrecio y que calza a la perfección con nuestra realidad educativa y política. Para Lucrecio, el mito de alzar la roca cuesta arriba es la búsqueda del poder, que termina en un cargo que luego cae, para seguir eternamente con el cargo de un nuevo político que también quiere llegar al poder, y descansar en él.

La lucha por mejorar la educación sin llegar a buen término tropieza y cae en lo que Albert Camus llamó el absurdo de Sísifo: encontrar la felicidad en el mero hecho de arrastrar la roca. Tan absurdo como el análogo de conformarse con llegar a administrar este país y sus carteras, por un período en el que ni una persona alcanza su educación formal, ni ninguna reforma educativa alcanza a completarse.

¿Nuestra clase política habrá notado que les toca arrastrar una piedra cuesta arriba y que la sueltan cuando se les acaba el período sin importar jamás la continuidad? ¿Cuántas “reformas educativas” llevamos como país independiente? ¿Cuántas rocas debemos empujar para alcanzar la educación de calidad?

Desde la tribuna del ciudadano que le toca ser aplastado por cuanta roca cae tras cada intento de mejora educacional, invito a la clase política a superar el complejo de Sísifo que los opaca, a vencer las barreras ideológicas y ser parte de un “Plan Nacional”, que propone que la educación deje de estar secuestrada por políticas de gobiernos y se piense como política de Estado.

Si somos un país extraordinariamente resistente como dijo BBC Mundo, demostrémoslo sobreponiéndonos a nuestras diferencias, embarcarnos en el largo plazo, evitando que la educación quede al azar del gobierno de turno. Los invito a revisar el documento “Plan Nacional: la educación chilena al 2030” de Educación 2020, que se nutre de más de ocho años de experiencia teórica y en terreno, de lo que ha escuchado de profesores o estudiantes en su trabajo directo con escuelas, y de su articulación con gremios y otros actores de la sociedad civil. Los invito a terminar con los determinismos, a romper de una vez por todas con la condena griega.

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