¿Celulares en la sala de clases?
"Con tecnología se potencia su labor. Ahora es un piloto con una instrumentación más poderosa. Y, al mismo tiempo, se aumenta la autonomía y la participación activa de los estudiantes".
Roberto Araya es Investigador CIAE U. de Chile
Ya nadie duda que el celular es indispensable para moverse en la ciudad y navegar en las carreteras. Aún si uno se sabe de memoria su recorrido, el celular nos informa del estado actual del tráfico y nos ofrece alternativas. Nos mantiene siempre conectados e informados. El ahorro de tiempo y el consiguiente aumento en productividad es enorme.
Pero, ¿qué tan útil puede ser el celular en la sala de clases?
Una sala de clases es como un avión. Pero en cada asiento hay un estudiante que maneja los controles. El desafío del profesor es lograr que todos alcancen cierta altura. Una posibilidad es reducir al mínimo la autonomía en cada asiento, sujetar los estudiantes con el cinturón, cerrar las puertas y ventanas, y hacer que todos marchen al ritmo del profesor. Otra posibilidad es darles más participación y autonomía, abrir la posibilidad de que usen celulares para que se conecten entre sí, con otros cursos y escuelas, y con el mundo exterior.
¿Cuál de las dos posibilidades mejora la productividad del docente? ¿En cuál de las dos opciones preparamos mejor a los estudiantes según el currículo y las habilidades para el siglo XXI?
Es crucial medir con rigor los efectos de ambas opciones. El gold estándar es con ensayos controlados aleatorios, y con tests diseñados y administrados por terceros.
¿Hay experiencia en este tipo de mediciones en Latinoamérica? Una primera experiencia a gran escala es el estudio del Banco Inter Americano del Desarrollo (BID) del programa One Laptop per Child del MIT en Perú. Se regalaron 902 mil laptops a los estudiantes, además de capacitar a los docentes. El efecto medido en matemáticas y lenguaje fue nulo. Un segundo estudio a gran escala que realizó el BID fue de un programa de matemáticas con un rol más activo de los estudiantes, con énfasis en exploración y descubrimiento, y con cuatro opciones de implementación. Una de las opciones incluía pizarras electrónicas y dos incluían laptops de a pares o de a uno. Fue un estudio aleatorizado en séptimos grados en 85 escuelas de Costa Rica. En las cuatro opciones el efecto fue negativo.
¿Qué pasó en estos casos? Una posible explicación es la pérdida de control del profesor. ¿Qué pasaría si con ayuda de la tecnología el docente estuviera monitoreando y conduciendo el proceso?
En un tercer estudio aleatorizado a gran escala del BID, realizado ahora en Chile con el CIAE y el apoyo de la Fundación Canadiense IDRC, nos abocamos a estudiar esta posibilidad en 51 cursos de cuarto básico. Ahora el docente monitorea el curso en su celular y sabe exactamente qué pasa en cada instante, cómo está trabajando cada estudiante, y a cuáles requiere atender. El docente también asigna estudiantes que van más avanzados en la sesión como ayudantes que explican al resto. También le indica cómo los estudiantes redactan las respuestas a preguntas abiertas, y cómo se revisan y comentan entre estudiantes sus explicaciones escritas. Los cursos también se conectan con otros y juegan torneos matemáticos sincronizados. En estas condiciones, ¿cuál es el efecto?
Muy distinto.
En un semestre se observó un gran efecto positivo respecto a los cursos de comparación. Claro, el profesor es central. Con tecnología se potencia su labor. Ahora es un piloto con una instrumentación más poderosa. Y, al mismo tiempo, se aumenta la autonomía y la participación activa de los estudiantes. Se promueve la colaboración entre ellos y se potencian los mecanismos de motivación social.
Tal como el celular está cambiando nuestra navegación en la ciudad, también puede cambiar enormemente la productividad del profesor.