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Actualizado el 24 de Noviembre de 2020

Federación estudiantil y la pólis

Lo ocurrido con las federaciones estudiantiles, es en gran parte un reflejo de la crisis de representación y gobernanza que esta viviendo el país.

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Pablo Paniagua Prieto es Investigador Senior FPP.

Aproximadamente, desde la mitad de la primera década de este siglo, hasta la elección del período 2017-2018, la directiva de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh) se había elegido con un quorum de participación promedio entre 40% y 46% de todos los estudiantes. La excepción ocurrió con la elección de Gabriel Boric en diciembre del 2011, la cual tuvo una participación del 60%, posiblemente motivada por las grandes convocatorias de las marchas estudiantiles del 2011, la efervescencia de los movimientos sociales de ese año, y los grandes debates que ocurrieron entorno a la organización y el lucro en las entidades de educación. Posterior a dicha elección, la participación política de los estudiantes ha ido persistentemente a la baja, el protagonismo político y participativo de los mismos diluyendo, y los quorum de elección bajando a mínimos nunca vistos.

De esta forma, la FECh llega en abril del 2019 a efectuar una elección de su directiva que logra obtener una participación total de apenas un 25%. No pudiendo constituir una directiva —ya que sus estatutos fijan en 40% el mínimo de participación para validar el proceso— se definió una lista transitoria que tenía seis meses para convocar nuevos comicios. Durante dicho periodo, la lista transitoria se preocupó más de promover tomas y manifestaciones a lo largo de la universidad, bastante incomprendidas por el resto de la comunidad universitaria. La crisis del 18-O y luego la pandemia obligaron a postergar la elección de la FECh hasta el mes de agosto del 2020. Hoy sabemos que, no obstante el voto se podía emitir por internet, el quorum alcanzado apenas superó el 14%. Es decir, los estudiantes de la universidad más prestigiosa del país —estudiantes de la élite nacional si se quiere— no han mostrado ningún interés o capacidad de poder construir una institucionalidad democrática en común que los represente y los coordine en sus asuntos comunes. Incapaces de participar en el proceso de representación y construir una forma de gobernanza de sus asuntos comunes —a través de la representación política— los estudiantes de la élite nacional han decidido dar un paso al costado.

Esto es preocupante, ya que siempre se han entendido a las federaciones estudiantiles como anticipatorias o presagiadoras del futuro político nacional. Es decir, lo que pasa en la política estudiantil, en cierta medida tiene profundas implicancias en el futuro de la política chilena. Lamentablemente, lo que ahora parecieran presagiar es que el sistema de democracia y de gobierno representativo en el país están en un proceso de profunda descomposición: están anticipando y enunciando la crónica de una muerte anunciada respecto a las formas tradicionales e institucionales de representación política y de gobierno representativo. Este fenómeno del declive de la democracia representativa, en todos sus niveles, es preocupante y sus causas debiesen ser foco de atención, ya que pueden repercutir negativamente en nuestras formas políticas y pacíficas de asociarnos en el futuro. En simple, nos están anunciando un desafío enorme que tiene la democracia chilena para tratar de defender y revitalizar la idea de gobierno representativo a través de los canales tradicionales de participación política.

Sin duda este fenómeno tiene muchas causas, pero uno de los factores clave que sin duda ha contribuido a la desafección política de los estudiantes para con la FECh, reside en la profunda falta de conexión de los lideres políticos-estudiantiles con los problemas cotidianos de los universitarios. Sintomático de esto son los incoherentes mensajes empleados en la campaña de elecciones hecha remotamente y un impúdico exceso ideológico para poder apelar a ciertos grupos más radicales y diferenciarse, en vez de mostrar una real vocación para construir un discurso amplio, encontrando coincidencias y formando proyectos estables que representen a una mayoría por sobre la fragmentación. Atendiendo sólo fines ideológicos y partidistas, la FECh ha desatendido los intereses inmediatos del estudiantado y renunciado a su capacidad de representarlos a todos a través de una mayoría representativa que los convoque. Otro ejemplo de lo anterior es el cómo se han tratado de definir los estatutos de la FECh, invocando consignas como “antiimperialistas y antiespecistas”; y el cómo se han usado los escasos recursos de los estudiantes. En donde, de un presupuesto de 280 millones de pesos, sólo 15 millones se utilizaron para ayudar a los estudiantes necesitados, mientras que la mayoría de los recursos se utilizaron en cosas cómo gastos para el comando del ‘Apruebo’, material para movilizaciones callejeras, eventos ‘culturales’, etc. Es entendible que los estudiantes se alejen de aquel tipo de representación política, cuando sus propios dirigentes destinan menos de un 6% del presupuesto en sus mismos compañeros-estudiantes.

El segundo factor relevante es que, lo ocurrido con las federaciones estudiantiles, es en gran parte un reflejo de la crisis de representación y gobernanza que esta viviendo el país. Esta situación da cuenta de un fenómeno inquietante, a saber, el profundo rechazo de varios sectores juveniles y de las generaciones post ‘revolución pingüina’ (2006-2011) hacia las formas tradicionales y los procedimientos formales de la democracia representativa y un rechazo cultural al concepto de gobierno verticalizado de tipo nacional y representativo. Esto da cuenta de la degradación del valor que tiene hoy la democracia en su sentido más amplio y la representación política, e incluso del poco valor que tiene —para las generaciones más jóvenes— la participación indirecta y política dentro de un gobierno a través de la institucionalidad erigida. Pareciera haber entonces, entre las generaciones más jóvenes, un profundo rechazo a las formas tradicionales de gobierno y gobernanza de nuestros asuntos comunes y políticos. Las generaciones post ‘revolución pingüina’ evidencian un peligroso menosprecio tanto por la noción de gobierno representativo, como de la idea de otorgar un mandato general de largo plazo a un sistema de gobierno jerarquizado o nacional. Dicho en simple, las nuevas generaciones parecieran rechazar la idea de que estos pudiesen ser gobernados racionalmete a través de una autoridad elegida por una mayoría nacional, rechazando así la idea de gobernanza política a través de un gobierno representativo. El rechazo de los jóvenes chilenos a la democracia representativa tradicional los conduce a desbordar la política tradicional, abrazando de forma ingenua y peligrosa mecanismos asambleístas, expresiones moralizantes en las calles y la organización en torno a reducidos —pero vociferantes— colectivos temáticos.

Esto no significa que la juventud sea hoy menos política que antes, o que sea indiferente a los asuntos públicos y nacionales, sino que existe un alto nivel de politización —el 18-O lo deja en clara evidencia—, pero con una pobre capacidad institucional y formal de conducción de dicha politización a través de representantes claros y coherentes. Esta situación cultural presenta una gran amenaza tanto para los gobiernos representativos como para la democracia en si misma, ya que ambos no pueden sobrevivir allí donde predomina la idea de que la ciudadanía puede ser algo distinto y superior moralmente al cuerpo electoral y al gobierno elegido. De lo contrario, nos pasaríamos de revolución en revolución tratando de buscar aquel espejismo asambleísta que finalmente represente al pueblo. Aquella visión ingenua e idealizada del pueblo puro, racionalmente deliberante y moralmente superior –contrapuesta a una élite política corrupta y conspiradora con el empresariado que delibera a espaldas del pueblo— es no sólo incompatible con la democracia, sino que, peor aún, termina asfixiándola bajo el fanatismo y la violencia. Dejándonos en manos del caos asambleísta, en donde las decisiones de lo común y lo bueno se ejercen o gritando más fuerte o imponiendo la fuerza.

La democracia en Chile está hoy en crisis, y sus problemas más enraizados son culturales y generacionales: tienen relación con la forma en que los jóvenes entienden la gobernanza y la práctica de hacer política en común para poder administrar cooperativa y pacíficamente la pólis (πόλις). Pero esta situación no es sólo un fenómeno cultural y generacional que nace de forma espontánea entre los jóvenes, sino que también es un fenómeno ideológico e intelectual. No es de extrañarse que los mismos jóvenes de las generaciones post marchas estudiantiles —que cómo Giorgio Jackson leían sacrosantamente los argumentos de Fernando Atria en contra del sistema de educación y otras supuestas “trampas” por aquel efervescente 2011— terminarán además mostrando un profundo rechazo a la democracia representativita y tácitamente respaldando el uso de la violencia como mecanismo de acción política. Esto entonces se explica también a través de las ideas y cómo permean en los estudiantes; por ejemplo: cuando intelectuales como Carlos Ruiz Encina, considerado el ideólogo del Frente Amplio, señala que “la reducción de la idea de democracia a una teoría de la representación como soberanía popular y justificación del monopolio estatal de la violencia ya no es creíble” (Ruiz 2020, 113), o cuando Atria, en su última entrevista, considera que “la idea de representación política no tiene ninguna vigencia sociológica”. Desde aquel 2011 estas ideas han tenido consecuencias, sobretodo en las generaciones más jóvenes que están formando sus propias tergiversadas nociones de lo que debiera ser la política y el supuesto rol purificador de la participación asambleísta en la pólis.

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