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31 de Marzo de 2022

Jorge Varela, doctor en psicología: “Debemos cambiar la lógica de código penal por reglamentos de convivencia positivos”

Esa es parte de las soluciones a la violencia que ha explotado en las escuelas al volver a clases presenciales que propone este experto en complejidad social aplicada al sistema escolar. Las otras son modificar los currículos y reforzar lo socio-emocional, abordar la inclusión de los muchos alumnos que han abandonado el sistema a causa de la pandemia y el rezago en cuanto a contenidos. Lo primero, sin embargo, es lo afectivo.

Por Redacción EL DÍNAMO
Jorge Varela, doctor en sicología.
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En estas escasas semanas de regreso a las clases presenciales, tan ansiadas para que desde los párvulos hasta los jóvenes de enseñanza media, recuperaran la convivencia y con ella la salud mental, los episodios de violencia en colegios han prendido como un reguero de pólvora  en distintos lugares del país. Desde marchas y funas masivas de alumnas para denunciar acoso y amenazas, hasta profesores que, intentando aplacar una pelea, terminan acuchillados, un niño de cuarto básico maniatado por sus compañeros al que le arrancaron una a una las pestañas, y un liceo en Quinta Normal cerrado por una amenaza virtual de una “masacre escolar”, pasando por una amplia gama de otras conductas disruptivas, individuales y grupales.

“Nuevo caso de violencia escolar: Estudiante de 15 años fue apuñalado en Talca y queda con lesiones de gravedad”, “El lunes un apoderado llegó con una pistola a fogueo hasta el Liceo Industrial de Los Ángeles para defender a su hijo de otro alumno que lo golpeaba”, “Una riña entre dos alumnas en el Liceo Comercial de Talcahuano terminó con un profesor herido”…

Esta breve selección de noticias aparecidas dentro de la segunda quincena de marzo, es apenas la punta del iceberg de un problema mayúsculo que el doctor en psicología Jorge Varela (43), experto en temas educativos vinculados al abuso, la agresión y la violencia, director del Centro de Estudios en Bienestar y Convivencia Social de la Universidad del Desarrollo, analiza así con nosotros y para el programa Hora de Conversar que hacemos para Hogar de Cristo: “Estamos viendo una combinación de conductas de agresión, una de sus expresiones es el acoso escolar, otro es la violencia, que es la manifestación más extrema de la agresión. Un adolescente que porta un arma y amenaza a un compañero es muy distinto de otro que acosa a un compañero con un sobrenombre. Ambas son conductas de agresión, pero tienen marcos explicativos y consecuencias muy diferentes. Y está también el ciberacoso, que es otro tema, que surge en Chile alrededor del año 2010”.

-Hoy la explosión parece contener todos estos modos de agresión. ¿A qué lo atribuyes?

-Mi hipótesis es que después de haber estado dos años confinados, en los que según los estudios que hemos hecho nosotros y otros, se destaparon muchos problemas de salud mental, tanto en la población infanto juvenil como en la población adulta, cuadros de depresión, ansiedad, estrés. Esto se dio, además, en la casa, un espacio no tan normado y estructurado, como es la escuela. Al volver entonces a “la normalidad”, esos males no tratados nos han estallado en la cara. Muchos colegios hoy están sobrepasados: deben administrar la pandemia, los retornos en términos sanitarios y, ahora, esto, que nadie previó.

Casado con la directora de un colegio que volvió anticipadamente a las clases presenciales, cuenta que la veía  llegar “destruida” por la multiplicidad de tareas que implicaba administrar la pandemia y el trabajo pedagógico. “Me imagino lo complejo que está siendo todo en aquellos establecimientos que estuvieron suspendidos durante dos años: coordinar horarios, aforos, uso de la mascarilla, alimentación, controles de acceso y salida, contagios. Eso genera ambientes muy tensionados, donde cuesta instalar normas. No quiero decir que sea eso lo que genera la violencia, sino que busco señalar que los énfasis no estaban puestos en estos conflictos emocionales y psicológicos latentes que nadie resolvió y que han surgido al reencontrarse en una sala de clases”.

Jorge Varela comenzó trabajando estos temas en Fundación Paz Ciudadana, donde entró como investigador de un tema incipiente en 2006: programas de prevención de la violencia y el delito en los colegios enfocados a la seguridad pública. Ese año contiene un hito que para él marca el inicio del acoso escolar en Chile y que, sin duda, lo conmueve. “Hablo del suicidio de Pamela Pizarro, en Iquique, en noviembre de ese año. Pamela se quitó la vida a los 13 años, se ahorcó en su pieza con las sábanas de su cama, estaba en octavo básico. ¿Qué explicó su decisión? Problemas de relaciones, de convivencia y hostilización de parte de sus compañeras. El caso tuvo amplia cobertura en los medios y recién se empezó a denominar el tema como acoso, el Ministerio de Educación entonces hablaba de conflictos y nadie mencionaba palabras como agresión, acoso, abuso.  

Nula cultura cívica

-Mucho se ha hablado de toda una generación de niños que debían debutar en el colegio y no lo hicieron a causa de la pandemia. ¿Qué pasa con el rezago en que están? Muchos hablan de un perjuicio irreversible.

-Me cuesta mucho pensar que haya daño irreversible. Aquellos que plantean eso son los que se remiten a las llamadas “ventanas de desarrollo”, que significa que hay ciertos logros evolutivos muy precisos que se consiguen en etapas puntuales de la vida, pero yo soy de ver el vaso medio lleno. Creo que necesitamos pensar cómo recuperamos y potenciamos las dimensiones socioemocionales, ámbito donde más que un retraso, muchos niños y jóvenes han sufrido un daño a causa de la pandemia, lo que se traduce en conductas desreguladas en la convivencia con otros. Y, por otro lado, sí, hay un rezago escolar gigantesco a nivel de aprendizaje. No creo que la situación sea irreversible, pero el desafío es enorme. Otro problema que no tenemos tan visible es el abandono escolar, que me temo será muy grande. Las cifras que se tenían y estaban más o menos controladas en Chile, me temo que se van a disparar. Tendremos que desafiarnos para volver a atraer a un enorme número de jóvenes que hoy están desvinculados del sistema escolar. Esto es aún más complejo que las intervenciones en materia de convivencia grupal, porque se trata de un trabajo individual, uno a uno. Es una tarea casi clínica, con reuniones, sesiones semanales, talleres, apoyo multidisciplinario y mucha flexibilidad, que es algo que no caracteriza al sistema educativo chileno.

El abandono escolar golpea con más fuerza a los niños y jóvenes más pobres y vulnerables, reconoce el experto, no así el problema de las agresiones, que cruza todos los estratos socioeconómicos. “En los colegios del barrio alto también hay agresiones y hechos de violencia, aunque cambian las expresiones. La gran diferencia es el apoyo de los establecimientos y las herramientas que tienen para intervenir. Donde hay más recursos, la comunidad puede contratar especialistas y existe una mayor participación de la familia. En los sectores más vulnerables hay menos soporte institucional, menos redes, no hay horas de especialistas en salud mental, a veces no hay presencia familiar. Y no es porque en los sectores más vulnerables haya más violencia, sino porque el contexto genera condiciones adversas para intervenir con esos grupos”.

-¿Qué pasa con el género? Hemos visto a las chicas salir en grupo, dispuestas a echar abajo puertas, agredir a autoridades escolares, en una actitud vociferante para denunciar los abusos sufridos que no han sido escuchados cuando han utilizado canales formales. 

-Esas son las funas, que se han vuelto tan comunes. La funa busca encauzar una reivindicación justa, necesaria y pertinente, pero suele salirse de causa y derivar en otras situaciones problemáticas. Hay que canalizar esas expresiones en un contexto formativo en los colegios y es importante que el sistema penal adolescente también se haga presente. Hay que dar señales claras: que se nombre un fiscal a cargo de estas investigaciones, por ejemplo. Y trabajar con todos los estudiantes: víctimas y victimarios.   

Varela no comparte las declaraciones de la alcaldesa Evelyn Matthei, cuando habló de expulsiones y sanciones para los alumnos del Liceo Lastarria. Entrevistado en radio, Varela sostuvo que “la solución por el castigo no modifica las conductas, eso satisface la situación de rabia, pero más que pagar por esto, queremos que se modifique la conducta y que haya algún tipo de reparación a las víctimas. Primero se debe reconocer el error, después que haya alguna sanción como trabajos comunitarios, pero hay que ver caso a caso, dependiendo del nivel de involucramiento de cada uno en los hechos denunciados”.

A nosotros nos dice: “Para tratar lo que hay detrás de las funas, se requieren con urgencia programas de sexualidad, afectividad y género en los colegios. Los contenidos de agresión a las alumnas tienen que ver con la normalización de la violencia contra la mujer, con la rigidez en los roles de género y con otros atributos culturales que siguen muy presentes en la sociedad. Trabajar estos aspectos no sólo previene las funas, sino que aborda integralmente estos problemas, e incluye la homofobia y otras conductas de riesgo que suelen culminar en violencia”.

-Si los niños y jóvenes han visto que la protesta violenta de los adultos, como ha terminado pasando en las manifestaciones de la Plaza Baquedano, da frutos, no es raro que elijan ese modo para exigir sus derechos.

-Es correcta esa observación. Es cierto: pasaron cosas después del estallido social: el llamado a construir juntos una Nueva Constitución, por ejemplo fue resultado de las protestas. Eso les da luces a los cabros de que así, protestando, se consiguen cosas. No es raro que los adolescentes sientan que ese es el camino, pero el real desafío es hacernos cargo de algo que no se ha hecho bien, que es darles una educación integral cívica y ciudadana. Estos últimos diez o quince años hemos discutido mucho cómo educar en estas materias, pero al final sigue habiendo un vacío importante que no hemos sabido llenar. En muchos colegios se declara que es importante la participación, pero si uno revisa la vida escolar hay muy pocos espacios donde se escucha la voz de los alumnos. ¿Qué deciden dentro de un colegio los estudiantes? Prácticamente, nada, ni siquiera cómo pueden ir vestidos. Una gran evidencia en esta materia es que la ciudadanía se ejerce, practicándola, pero a los alumnos no se les permite casi nada.

Cuenta el caso de un preadolescente migrante que vivía sus primeros días en un colegio en Chile. Al rector le impactó que a la hora del recreo, se quedara parado a la salida de la sala de clases, sin moverse. Cuando se acercó y le preguntó por qué, el chico le dijo que nadie le había instruido sobre qué hacer. “Todo el día, desde que llegó hasta ese momento le habían dicho todo lo que tenía que hacer: saluda, siéntate, saca el cuaderno, escribe. La anécdota es una gran metáfora de cómo los alumnos no deciden nada dentro del sistema. Por eso, quizás, ahora lo que estamos viendo es una actitud de destruirlo todo para hacerse ver, para hacerse oír”.

Reglamentos de convivencia, no códigos penales

Jorge Varela confiesa que al regresar de su doctorado en la Universidad de Michigan a Chile sufrió un shock cultural violento.

-No acababa de bajarme del avión y empezaron los “oye, que estai gordo”. ¿Por qué en Chile las personas se sienten con la atribución de decirle al otro cómo debe vestirse, peinarse o verse? Eso en psicología se conoce como micro agresiones y es algo que en Estados Unidos se trabaja mucho. Allá se considera que estar flaco o gordo, por ejemplo, es una decisión personal, salvo que haya problemas graves de salud involucrados. Es una cultura que se centra en valores como la autonomía y el respeto a la individualidad. Allá, en la escuela, en primero básico, a mi hijo, el profesor no le decía que debía ponerse la parka para salir al recreo aunque había diez grados bajo cero fuera. Se suponía que el niño era capaz de tomar esa decisión por sí mismo. Acá todos le gritarían: “Abrígate y ponte la parka”.

-A propósito de Estados Unidos no conozco país que genere más películas sobre bullying escolar. ¿Eso no podría generar conductas imitativas en los niños y jóvenes?

-En estudios retrospectivos en que le preguntan a adultos sobre su experiencia escolar, todos son capaces de recordar entre uno y tres apellidos de compañeros que eran objeto de burlas, de exclusión, de agresiones físicas incluso. Y eso se normalizaba. Uno encontraba súper normal reírse de Varela, por ejemplo. Hasta el día de hoy, los niños siguen encontrando natural reírse de un compañero. Es algo natural para el que se ríe, pero no para del que se ríen. He sabido de casos de reencuentros de ex alumnos donde un hombre adulto le recrimina al resto: “Ustedes me cagaron la vida”, pero entonces no se visibilizaba el problema. Los profesores no tenían conciencia. No le tomaban el peso. Y eso pasa en Chile y en Estados Unidos y en todos lados.

Esta situación de abuso es la que post pandemia se ha manifestado de la peor manera; en agresiones con armas, en batallas campales callejeras, en riñas violentas y funas masivas. “Lo que estuvo contenido en una casa, sumado al agravamiento de los problemas de salud mental y al aumento de la violencia intrafamiliar y de género,  ahora se traslada a un espacio compartido y normado al que  los alumnos les está costando adaptarse. La escuela siempre ha sido un factor de protección; ahora está siendo un espacio de visibilización del problema”.

-¿Qué podemos esperar de las nuevas autoridades del Ministerio de Educación?

-Hay que ver lo que propone el ministro. Yo tengo esperanzas; he estado en seminarios con el nuevo ministro y me parece que tiene interés y conocimiento de estas temáticas. Lo he escuchado ponerlas como prioritarias. Lo que me la atención es la poca tolerancia con los tiempos, la impaciencia. Hay que resolver esto ahora, hoy mismo, y eso puede llevar a tomar decisiones apresuradas y, por lo mismo, erradas. Los gobiernos tienen un tiempo de instalación, aunque estas dos semanas en que han estallado tantos episodios de violencia, presionan a la acción. Para mí es clave idear una estrategia que incluya la dimensión socio-afectiva, la recuperación de contenidos y el regreso a la presencialidad. Es una muy buena señal que se haya resuelto volver a las clases físicas, lo que en algún momento estuvo en cuestión. Me parece que en vez de tirarnos agua, acuchillarnos, funarnos, necesitamos más que nunca salir adelante juntos. Creo que nos ajustaremos. Chile nunca ha tenido altas cifras de violencia escolar extremas.  

-¿Y qué se hace con los rezagados y excluidos?

-Inclusión debería ser el objetivo principal ahora, ya no calidad, gratuidad, cobertura, sino recuperación de aquellos que se fueron con un política de inclusión educativa que considere no sólo lo cognitivo, sino muy fuertemente lo socio-emocional. Y revertir el tema del rezago en los que volvieron.

-¿Cómo se logra eso?

-Nadie sabe cómo se hace. La recuperación escolar post pandemia es algo en que estamos todos juntos. Es problema nuestro, pero también de los países del Hemisferio Norte, de los más y de los menos desarrollados. Estamos todos experimentando. ¿Qué referencias tenemos? Los programas de salud mental que han tenido buenos resultados en otras latitudes y algunos en Chile, algunos indicadores duros, como el Simce en cuanto a aprendizaje y algunos indicadores de violencia. Eso como marco de referencia. En general los programas de salud mental exitosos son aquellos que combinan estrategias de baja intensidad, pero de alta cobertura. Son estrategias masivas, como modificar el currículum y agregar horas de desarrollo de habilidades socioemocionales.  

Su otra recomendación es “aprovechar esta oportunidad y generar nuevos reglamentos de convivencia escolar para que dejen de ser códigos penales, donde las normas en general son sólo sanciones y castigos y, desde lo que se conoce como psicología positiva, se orienten a reforzar las conductas esperadas. Así, la disciplina se vuelve un contenido formativo, pedagógico, y no una fuente de castigo”.

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