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4 de Diciembre de 2010

"La fauna de Santiago", por Santiago Maco

¿Por qué los heterosexuales de mi oficina se llaman unos a otros con nombres de animales? La verdad, no sólo en mi oficina, sino que en toda esta ciudad y desde hace un buen tiempo. “Gansa, ¿cómo estái?”, es un eco de mi infancia, pero en la voz de la Pía Comins, una de las directoras cincuentonas de esta agencia. Oírla hablar es como escuchar a mi mamá con la amiga que se encontraba en el Almac. “Estupendo, galla, de lo más bien”.

Por Redacción
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¿Por qué los heterosexuales de mi oficina se llaman unos a otros con nombres de animales? La verdad, no sólo en mi oficina, sino que en toda esta ciudad y desde hace un buen tiempo. “Gansa, ¿cómo estái?”, es un eco de mi infancia, pero en la voz de la Pía Comins, una de las directoras cincuentonas de esta agencia. Oírla hablar es como escuchar a mi mamá con la amiga que se encontraba en el Almac. “Estupendo, galla, de lo más bien”. Bueno, esta costumbre sigue y se han incorporado nuevos animalitos a la escena.

 

Me detengo un momento a pensar. Gansa y galla. Qué grandes palabras. Un estudio semiológicono podría rebatir la simple y evidente lectura que se les puede dar a las aves de corral. Por un lado, la gansa: ella vendría siendo la mujer pájara despistada. La que no cacha nada. Es una manera tierna de decirle tonta a tu amiga, pero en buen rollo.

 

El concepto galla, en cambio, intenta reivindicar a la mujer. Seguramente lo acuñó alguna feminista de los 80, porque habla de una “galla” y no de una “gallina”. De un ave empoderada de su vagina que busca igualarse con el macho, con el gallo fálico. Es casi como una gallina lesbiana, en realidad. Una que dijo: “No voy a poner un huevo más en esta vida”.

 

Estos conceptos pajarísticos ya no se suelen oír tanto, excepto en mujeres como la Pía o mi mamá. Una chica actual, en 2010, le dice a otra derechamente “hueona”. Que me parece de lo más bien, porque es así como están todas mis amigas últimamente. Pero ése es otro tema. Volvamos a los animales.

 

Pasé dos años en Italia estudiando Arte y conociendo el primer amor, pero en el intertanto me perdí del nacimiento de una nueva especie social santiaguina: el zorro. El zorrito, zorro o zorrón es mi compañero de curso del colegio. Un joven que salió de IV Medio con una pichanguera rubia y que no se la cortó ni siquiera para entrar de subgerente en un banco. Es el cuico bueno para la piscola, hijo del grunge y rey del asado en la casa con los zorrones de siempre. El mismo que aparece en todos los malditos comerciales de cerveza de este país desde hace unos cinco años.

 

Al grupo de los zorros se pueden anexar los perros. Que en la práctica son lo mismo. “Buena, perrito, ¿cómo le va?”, me saluda todos los días Marcial, el pelado que se sienta dos escritorios más allá del mío. Y para llamarte como un animal, lo hacen de usted. Con respeto. Y como hay que ser respetuoso, no voy a discutir la versión femenina de estas palabras. Porque me carga el machismo y me da lata hablar de zorras y perras.

 

Pero los gays no nos quedamos atrás en la terminología zoológica. Existen los osos. Esos gays grandes y peludos que no parecen gays, sino que leñadores canadienses. Se visten con camisas a cuadros, bototos de obrero y se dejan barba. Pero, en el fondo, son más maricones que un palomo cojo. Pero ellos no son una especie autóctona de Santiago, sino que del mundo entero. Porque los gays somos muy globalizados. Entonces me viene a la cabeza una de las grandes incógnitas de todos los tiempos: ¿Qué viene primero? ¿El oso, el huevo o la gallina?

 

 

 

(*) Santiago Maco es un publicista gay de 30 años, trabaja en Santiago en una de las agencias más importantes del mundo. Fue a un colegio católico/británico y durante dos años vivió en Italia, mientras estudiaba arte. No deja de ser conservador: ha tenido sólo dos relaciones largas en su vida y ahora lleva cinco años de noviazgo con Manuel, un catalán.  

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