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21 de Diciembre de 2010

"Pensé que veníamos fallados de fábrica", por Salustio Madrigal

- "Aló ¿Salustio?", era la voz inconfundible de mi hermano Juan. Apenas un año y medio mayor que yo. 

- Hola perrito, ¿cómo andamos?

- Bien viejo. Oye ¿de verdad que te separaste?

 

Por Redacción
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– “Aló ¿Salustio?”, era la voz inconfundible de mi hermano Juan. Apenas un año y medio mayor que yo. 

– Hola perrito, ¿cómo andamos?

– Bien viejo. Oye ¿de verdad que te separaste?

 

Y acá me vino el cosquilleo en la guata. “Ya me viene la perorata de mi hermano responsable”, pensé. Es que Juan se transformó en la esperanza blanca de la familia una vez que comenzó a ejercer la profesión. Exitoso, rico, inteligente… incluso salió el más alto y atlético de los hermanos. Pero en la cosa emocional era un niño. Y cuando éramos chicos era bien porro en el colegio, pero machaca el hombre le dio y le dio a los estudios, hasta que salió con más premios que la película Avatar. 

– “Sí”, le respondí cortante para no darle ninguna entrada a la monserga que presumía era inminente. 

– “¡¡Chuuuuucchhhaaa!!. ¿¿¡¡Y qué le vamos a decir a la vieja!!??”, me responde. 

Me quedé helado. 

– ¿Y por qué “qué le vamos a decir”? Qué le voy a decir “yo” a la mamá. ¿Qué tienes que ver tú en esto? 

– No weón, no cachai na… Como seguramente andai perdido en la botella llorando las penas con Carlos, nadie te ha contado. ¡Yo también me separé!

Nadie puede partir con ese diálogo a las 8.30 am. Casi choco el auto. Resultó una cuestión increíble. Una sincronía de esas que hablan los esotéricos. Nos separamos la misma semana, pero ni él ni yo sabíamos del proceso de cada uno. Bueno, lo de mi mamá fue tema aparte. El por su lado fue a contarle y yo… bien cobarde… ¡Nunca hablé con ella! Claro, frases cortas tipo: “Si vieja, es cierto, existieron razones, pero estoy bien, no te preocupes, etc, etc.” ¿Pero qué le va a explicar uno a una nonagenaria de esas que, aunque no pudieran soportar al viejo con el que convivían, jamás se hubieran separado?

Así que esos días fueron de emotivas conversaciones con Juan, lubricadas con el mejor mosto. Nunca había tenido mucha onda con él porque pese a ser top, no le encontraba mucha gracia. Cosas raras. Carlos, que era un desastre de la bohemia, me entretenía mucho. Pero logré conectarme con mi hermanito, y premunidos de bastante líquido para darle entre pera y bigote y de su auto deportivo, nos hicimos a algunas aventuras. Si hasta llegamos hasta las “sub treinta”, pero no bajamos del rango de los 28 años en féminas. Porque una vez que salimos con unas de 27 o por ahí, una le comentó a la otra: “¡Oye, son como mayorcitos ellos!”, y ya no estábamos para vergüenzas.

 

– Bueno, ¿y estás saliendo con alguien?

– No falta.

– Put…..tai flaco weon. 

Un síndrome habitual post separación, entre el come coco de “qué voy a hacer, la cagué, etc…” y que comía poco por falta de hábitos alimenticios, había enflaquecido ya unos 5 kilos, y eso que siempre he sido flaco. 

– Dile a la amiga tuya… ¿Cómo se llama? ¡¡Que te suelte un rato!!

– Ahhh… esa. Sí. Es que esta generación de mujeres entre los 30 y los 40 no tiene rollo con el sexo, aún más, le gusta y tení que aperrar. Ella llega una vez a la semana, no falla, comemos algo y a la pizarra se ha dicho. Si estás mal, se va del departamento… ¡de portazo! ¿Qué tal?

Terminamos la tarde conversando y, sobre todo acompañándonos, de lo complicado que son estos procesos. Tener un hermano en lo mismo fue un apoyo y un dolor. Esto último porque al final terminé cansado de escuchar “es que ustedes…”. Pensé que veníamos fallados de fábrica. 

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