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29 de Diciembre de 2010

Cuando la autoayuda golpea a la puerta…

Sí, la autoayuda es una reverenda basura, pero nunca imaginé que literalmente sería golpeada por ella, todo por culpa de la Hembra Omega la cual suponía que yo era una persona solitaria, depresiva, etcétera, y empezó a recomendarme casetes de un profeta japonés de la autoayuda y de un mentalista indio, todo para ayudar a mi cabeza que supuestamente estaba chalada. Ella daba talleres de esas materias en la Municipalidad.

 

Por Redacción
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Sí, la autoayuda es una reverenda basura, pero nunca imaginé que literalmente sería golpeada por ella, todo por culpa de la Hembra Omega la cual suponía que yo era una persona solitaria, depresiva, etcétera, y empezó a recomendarme casetes de un profeta japonés de la autoayuda y de un mentalista indio, todo para ayudar a mi cabeza que supuestamente estaba chalada. Ella daba talleres de esas materias en la Municipalidad.

 

Me la encontré en la calle, y ella insistía en que la autoayuda podía ser útil en resolver mis “problemas”, los que ella desconocía pero creía adivinar. Siempre la tiré por la tangente, pero me prometía que esos casetes de autoayuda harían maravillas conmigo. En primer lugar no tengo casetera, y para no ofenderla tratándola de veterana que usa reliquias tecnológicas le dije que me los viniera a dejar. Total, la autoayuda siempre dice lo mismo así que pensé que daba lo mismo si los escuchaba o no.

Entonces, una mañana estaba tomando desayuno viendo Buenos Días a Todos, antes de que se fuera la Katherine Salosny, y sentí golpes en las paredes de la casa, como algo que reiteradamente golpeaba y caía, como si estuviesen tirando piedras con mucho escándalo. Intenté recordar si me había hecho enemigos en el pueblo, pero no, eso aún no había ocurrido, ¿qué era?. El ataque seguía sin piedad por un largo rato. Sin respuesta, en la cama con mi perra y mi gata nos mirábamos aterrorizadas, y ellas se agazaparon en las sábanas esperando que el misterioso fenómeno pasara. Sus agudos sentidos animales no podían ayudarme a resolver este misterio.

Sonó el teléfono, pensé que era el anuncio del fin del mundo, pero no, era mi marido y una petición propia de su cabeza de genio desconcentrado que había olvidado -¿cuándo no?- un importante documento de su trabajo y me pedía que se lo fuera a dejar… me vestí y, con cierto temor, salí.

Miré la casa y no había nada extraño, pero en la esquina estaba Hembra Omega, quien me grita del otro lado de la calle que estuvo intentado tirarme los casetes del Maestro Profeta Japonés a través de una ventana, pero no lo había conseguido, que ahora iba a Santiago y después me los pasaba.

 

Esa era la explicación, una serie de casetes voladores de autoayuda habían bombardeado la tranquilidad de mi desayuno. Le dije que bueno. ¿Qué más le podía decir?. Y por más que pensaba y pensaba no me lo expliqué nunca: no había ventanas abiertas en la casa, ¿cómo pudo pensar que esos alados testimonios de sabiduría humana traspasarían los cristales o entrarían por el techo? no hay razón que resista el análisis, está fuera de la comprensión humana, y así se demuestra lo que la autoayuda logra en la gente. Ven ventanas abiertas donde no las hay y ven seres voladores en los desechos de la tecnología.

 

 

SOBRE EL AUTOR: Casada con un funcionario público, la autora supo lo que significaba “sacrificarse por Chile” cuando los enviaron a un villorio de 10.000 habitantes. Esta es la historia del Pueblo en el que Nunca pasa Nada.

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