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2 de Enero de 2011

"Mi año no será nuevo", por Juanita Vial

Me gustaría que los años no se terminaran, que esos malditos egipcios, julianos, gregorianos y mayas no hubieran tenido imaginación para andar poniéndole nombres, principio y fin a los días. En el fondo, más que un calendario, crearon un excel. Nos dieron instrucciones calculadas de que todo lo vivido, soñado y sufrido se acabaría el día y la hora exacta en que la Tierra terminara su vuelta por el Sol.

 

Por Redacción
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Me gustaría que los años no se terminaran, que esos malditos egipcios, julianos, gregorianos y mayas no hubieran tenido imaginación para andar poniéndole nombres, principio y fin a los días. En el fondo, más que un calendario, crearon un excel. Nos dieron instrucciones calculadas de que todo lo vivido, soñado y sufrido se acabaría el día y la hora exacta en que la Tierra terminara su vuelta por el Sol.

 

Y, a todo esto, ¿quién dijo que la Tierra no era una sacadora de vueltas y quería darse libremente trescientas sin que la jodieran? Y así tenemos que pasar por este tormento que se llama fecha, obligados, una vez al año.

 

Yo lo quiero pasar sin tocarlo, no quiero pasearme con maletas ni tropezarme en una silla, no tengo calzones amarillos porque son horripilantes, ni sospechar que si escribo estupideces y las quemo no me van a pasar más, porque, al fin y al cabo, lo más probable es que repita todos o casi todos los errores que impajaritablemente cometo todos los años.

Los fuegos artificiales me hacen pensar en el dolor de oídos de perros y gatos, en que se me quemaba un vestido blanco de polyester rasca que me ponían cuando chica con las malditas estrellitas que el caliente de mi primo pasaba cerca de mi persona, en los niños quemados, en Afganistán, en el fondo, en una celebrada recreación de guerra.

No me importa cuán amargo suene todo esto, la gente celebrando masivamente me produce pavor; cuando se abrazan y gritan cierran los ojos, porque creo que lo que tienen es susto. Y alcohol, que los protege de la multitud, del miedo a ser aplastados.

El peor Año Nuevo de mi vida lo pasé a los catorce años. En una clínica, viendo cómo alguien a quien quiero mucho, sin quererlo, le ganó a la muerte. Hoy está acá, pero yo me quedé con mi vestidito rojo talle largo -sí, me acuerdo siempre de lo que tenía puesto- en esa sala de urgencia esperando malas noticias, que son siempre las que uno espera. Si no fuera así, no hay quién resista.

 

Imagínense que en este mundo existiera alguien realmente positivo, que no dejara entrar en su cabeza la opción de que todo va a salir mal, estaría viviendo en la burbuja del Mall Sport la vida entera.

Y, como si fuera poco, la vida sigue contorneándose cerca de mí estos días. Yo quiero que se vaya a la mierda, que no se me cruce en días como hoy. Y soy masoquista, leo diarios, veo cómo la Ximena Ossandón habla y habla, respira y opina mientras en Twitter todos se preguntan si una mujer como ella es la verdadera dueña de su cuenta.

 

¿Y cuál es el problema? ¿La sobreexposición? ¿Qué más sobreactuada, desnudada y poco violada que ella? Una mujer que defiende a Karadima, que habla del demonio como si hubiera comido en su casa anoche, que duda de gente que se desangró contando intimidades por defender a otros posibles mártires del horror del poder, que más encima tiene la desfachatez de aceptar un cargo en el que el foco son nuestros niños, ¿por qué no debiera tener Twitter?

Somos poco prácticos, de frentón. Tenemos que comprar un pavo -no como carne hace ocho años pero recuerdo vívidamente su gusto a dos en uno- hacer puré de manzana, pero ahora con cardamomo, así nos creemos excéntricos, ir a Valparaíso a quedar sordos y después tomar desayuno mientras el pipí de los miles de incontinentes baja por las escaleras de los cerros, dejar todo hecho un lindo basural y volver a nuestra vida, que no ha cambiado ni en un 0,2% después de todo esto, llevándonos la sensación de labor cumplida.

Como verán, mi año no será nuevo, no voy a ser más feliz porque se fue o se quedó porque mi felicidad no pasa por un día que se llama 31, porque tengo la inmensa suerte de seguir queriendo, que es lo único que le podría agradecer de verdad a la vida. No el tener brazos y piernas, como dice la gente, como si fuera lo único que importa. Total, la mayoría no sabe ni usarlos. ¿O se imaginan a la Ximena Ossandón bailando la danza del vientre?

 

 

SOBRE AL AUTORA: Juanita Vial es productora de moda para editoriales y publicidad. “Mi nombre es el que se lee, no es diminutivo. Jamás me haría la guagua. Escribo para mí y me cargaría que otros lo leyeran, por eso no pienso cuando lo hago. Lo más íntimo que puedo contar es que soy una feliz madre, de Esperanza y cuatro gatos, la mayor no está físicamente pero habita el único cielo posible: el de los animales”.

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