Lollapalooza Chile: nos llegó la hora
Semanas de vigilia, nervios de punta y especulaciones varias llegaron a su fin el viernes, cuando se anunció el grueso de la información relacionada al debut en nuestras tierras –en estricto rigor, en cualquier tierra que no sea estadounidense- del festival Lollapalooza, tranquilamente uno de los tres más importantes del mundo.
Semanas de vigilia, nervios de punta y especulaciones varias llegaron a su fin el viernes, cuando se anunció el grueso de la información relacionada al debut en nuestras tierras –en estricto rigor, en cualquier tierra que no sea estadounidense- del festival Lollapalooza, tranquilamente uno de los tres más importantes del mundo.
Como ya es tradición en nuestro país, las primeras voces disidentes -“chaqueteros”, se dice acá- se escucharon apenas se publicó el listado de más de 50 artistas. Que no viene “x”, que cómo puede venir “y”, que el precio aquí y que esto otro allá. Ya, sí, todos queremos sentir un poco nuestra esta histórica instancia. Y está bien, porque así lo es. Pero, ¿nos da eso derecho a reclamar por el más mínimo detalle? ¿Tienen asidero las críticas? Veamos.
En primer lugar, es cierto que muchos van a ir sólo porque hay que ir. Porque en un país todavía poco acostumbrado a citas musicales de primerísimo nivel, tener un evento como éste no ocurre todos los días. Más bien, no ocurre nunca.
Pero, al mismo tiempo, las primeras reflexiones deben apuntar al cartel. O al line up, si así lo prefiere.¿Por qué? Porque a la hora de la verdad, ésa es la primera razón por la que alguien vaya y compre su entrada. Recién después viene el “hay que ir porque es Lollapalooza y es histórico”. En ese sentido, y a primera vista, ésta es una alineación de lujo. De lujo no sólo para Chile, sino para el continente entero. No en vano el anuncio del viernes se siguió de cerca por toda la región.
Acá es donde todos celebran o, en su defecto, ponen el grito en el cielo porque su banda favorita no se hará presente. Entonces, la primera pregunta que asoma es: ¿Es éste un cartel que cumplirá las expectativas de que 40-50 mil personas paguen cada día? Ojalá, pero no está nada de fácil.
Es cierto: faltó algún histórico. Por ejemplo, The Cure, como muchos sueñan hace años. O alguien que sea capaz de llevar en masa a los noventeros, como Soundgarden. O, por último, algún número del rock masivo actual que todavía no se haya aparecido por acá, como Foo Fighters o Arcade Fire. Los claros cabezas de cartel –o headliners, si seguimos con la jerga festivalera- son The Killers, Jane’s Addiction y Kanye West.
Los primeros vienen por tercera vez, y éste será su primer show en varios meses, pero en ninguna de sus dos presentaciones anteriores llevaron más de 15 mil personas. Los segundos debutan en Chile, y claramente están aquí porque el maestro de ceremonias es su vocalista. Pero tampoco llevan en masa a desembolsar. Y el tercero debe ser el artista pop más importante de la actualidad que, además, llega en el mejor momento de su carrera. Pero, por alguna razón, Kanye West no representa eso en Chile. Por ende, tenemos calidad y relevancia por igual, pero faltó ese “gran número gran”.
Para abajo, la cosa es igual de interesante. Deftones vuelve a satisfacer a los viudos del nü metal, con la chapa bien ganada de ser la banda más sofisticada de esa generación. La venida de Yeah Yeah Yeahs, otros que debutan, es una deuda pendiente hace rato. Y para qué hablar de los Flaming Lips y James, leyendas vivientes que eran pedidas a gritos por varios.
Pero si seguimos revisando, salvo Fatboy Slim, 311, 30 Seconds to Mars o Sublime, el cartel está predominado por música que –en algunos casos inexplicablemente- no se caracteriza por ser masiva. Nombres como The National, Cat Power, Devendra Banhart, the Drums o Empire of the Sun, que son de primer orden en la escena independiente, sí, pero no mueven en masa a vender miles y miles de entradas.
No me malinterpreten: estoy feliz y satisfecho con el cartel, pero no me atrevería a asegurar que superará las poco más de 30 mil personas que fueron a Maquinaria el año pasado. Y eso, multiplíquenlo por dos. Deseo de todo corazón que así sea, para tener el marco de público que merece un acontecimiento como éste. A raíz de eso, es necesario hablar de los precios. Acá la producción se anotó varios puntos.
En primer lugar, por abolir la infame cancha VIP. En Lollapalooza, los que lleguen a la codiciada reja serán realmente los que lleguen primero, no los que paguen más. La diferencia con el VIP será la misma que en los festivales del primer mundo: mejores zonas para descansar y accesos preferentes para comer o comprar. El abono que ya se está vendiendo para ir los dos días vale 55 mil pesos, más recargos. O sea, cerca de 120 dólares. El que se queje de que está caro, y lo digo con todo respeto, no tiene idea del mercado. Ni de cuánto cuesta armar algo como esto, ni de cuánto cuesta algo similar afuera.
Es cierto: es un precio “en verde”, es decir, sin saber los días y el orden. Pero también es un premio a los que se atrevan a tirarse a la piscina. Como dato relacionado, la edición 2011 de Coachella agotó los tickets en cinco días, sin necesidad de entregar los horarios de cada banda. Y así es como funciona afuera. De hecho, desde el 11 de febrero se ofrecerá la posibilidad de comprar, por alrededor de 40 mil pesos, entradas diarias con toda la información sobre la mesa. Otra de Coachella: allá es obligación comprar el abono completo.
Acá se desprende otro tema. Si los reclamos han aparecido sin conocer los horarios, espérense a cuando los fanáticos empiecen a saber que grupos a los que querían ver por igual se van a topar en distintos escenarios a la misma hora. Por favor, no mostremos la hilacha y no reclamemos al Sernac por eso. Así es como funciona en todos lados. De eso se trata la cultura de festivales de música.
Es necesario saber que, ya sea por tiempos de traslado, topes horarios o el merecido descanso a los pies, nunca se podrán ver más de siete u ocho bandas por día. Y, en algunos casos, ni siquiera se podrá disfrutar de un show completo. Por todo lo dicho anteriormente, con la llegada de Lollapalooza nos llegó la gran prueba de fuego como país.
Si nos creemos dignos merecedores de eventos de este tipo, es el momento perfecto para demostrarlo. Si no, créanme y revisen la prensa de nuestros vecinos y de todo el mundo. Cualquiera de ellos lo daría todo por tenerlo en su país, por
lo que todos los ojos estarán puestos sobre nosotros en abril.
Tengamos paciencia. El cartel, como en todo nuevo festival, mejorará año a año. Si tu banda favorita no viene en esta oportunidad, puede que lo haga en la próxima. Lo importante, como le leí a alguien por ahí, es que si nos creemos el mejor público del mundo, tenemos la oportunidad de nuestras vidas para demostrarlo. Por primera vez en nuestra historia, esto depende de nosotros. De nadie más que de nosotros.
(*) Nicolás Castro es periodista y multitasking: edita el blog No Nací en Manchester (nnm.cl), colabora para la revista iPop, pincha discos y, de lunes a viernes, está a cargo del programa con el nombre más elegante de la Radio Horizonte: Fina selección. Si te perdiste su pluma en Súper 45 y sus ideas como editor general de la revista Extravaganza, puedes escuchar sus recomendaciones en el dial a las 22.00.