"Ya no quiero tener casa en Cachagua", por Andrea Silva
Pedro tiene una reunión de trabajo el martes en Miami pero quiere partir el viernes.
- ¿Por qué no te vas el lunes? Pregunto.
- Porque quiero aprovechar.
- ¿Aprovechar qué? ¿La playa y las tiendas de electrónica mientras nosotros morimos de deshidratación en Santiago?
- Mi jefe ofreció su casa en Cachagua.
Pedro tiene una reunión de trabajo el martes en Miami pero quiere partir el viernes.
– ¿Por qué no te vas el lunes? Pregunto.
– Porque quiero aprovechar.
– ¿Aprovechar qué? ¿La playa y las tiendas de electrónica mientras nosotros morimos de deshidratación en Santiago?
– Mi jefe ofreció su casa en Cachagua.
Jugada maestra de Pedro. Mi sueño es tener una casa en Cachagua, ir al Chiringuito a tomar pisco sour, caminar por esa playa enorme en la mañana y llevar a los niños a la plaza de los burros, me mata.
Pedro partió a Miami, y yo y los niños partimos a pasar el fin de semana a mi balneario soñado. Bajamos a la playa, tiendo la toalla medio desteñida y me instalo mientras ellos corren desbocados. A Pedrito le queda chico el traje de baño, se lo saca y sigue en pelotas. Danielito le copia. Son los únicos niños sin traje de baño, y yo soy la única mujer sin bronceado fascinante.
A mi lado se levanta una mujer que debe tener un par de años menos que yo. Flaca, un poto impactante, piernas firmes sin una gota de celulitis, pechugas bien puestas, pelo largo al viento y la guata lisa. Me quedo hipnotizada mirándola… “A ver cómo queda después de tener hijos”, pienso como premio de consuelo.
-¡Mamá, mamá!
Dos niñitas preciosas corren a aferrarse a sus piernas que ni siquiera apretujadas por cuatro manitas dan rastro de piel de naranja. ¿Cómo lo hace, es genética, tratamientos, se inyectó poto? Estoy intentando descubrir su secreto cuando veo que las niñitas lloran porque “los niños piluchos hicieron caca en su castillo”.
La madre perfecta corre y horrorizada ve el cuerpo del delito entre los muros del Buckingham de arena.
– ¡Dónde está la mamá de estos niños! ¡Ella tiene que sacarlo!
Las niñas lloran. Otras madres perfectas con bikinis preciosos llegan a ver el castillo atacado. Quiero hundirme en la arena para siempre con mi celulitis, mi guata y mis pechugas post amamantar un año a esos salvajes que corren sin entender el revuelo de su bombardeo.
Estoy rodeada. Les tengo que explicar que me distraje mirando sus cuerpos perfectos, que por favor me den el dato del centro de estética donde van, de la dieta que hacen… ¿Comen pan con palta a la hora del té o definitivamente debo suprimirlo?
Me envuelvo en mi toalla desteñida para enfrentarlas pero entonces llegan los padres perfectos. Minos, demasiado minos, también bronceados, también con abdominales. Uno con traje de surf a la cintura agarra brusco a Pedrito.
– ¿Tu hiciste eso? (Que buen trasero, cómo se vería Pedro con traje de surf).
-¡Mamaaaaaaaaaa! Grita mi hijo aterrado.
-¡Suéltalo, yo me hago cargo, yo soy su madre!
La playa se detiene, mi toalla desteñida cae al suelo, avanzo digna con mi bikini verano 2000 ante la mirada de las mamás y los papás perfectos. Le hecho arena al elemento de la discordia, lo agarro y lo meto en la bolsa de las palmeras (pero antes me preocupo de rescatar la ultima que queda). Guardo la bolsa con un nudo en el balde de los niños, me paro erguida y mirándolos desafiante le doy un gran mordisco a la palmera
– ¿Alguien quiere?
Me miran. Los miro. Nadie contesta.
Ya no quiero tener casa en Cachagua.
Sobre la autora: Andrea Silva es chilena, bilingüe, casada, con hijos, profesional sin pega estable, con ahorros, un poco católica, sobrepasada, sobreexigida, adicta a la sicóloga y al dulce. Con mañanas horrendas, pero con tardes lindas.