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19 de Marzo de 2011

“El menú del día”, por Santiago Maco

Esta mañana desperté con hambre. No sé por qué. Quizás es el síndrome de abstinencia. Puede que un mes con los suegros sea suficiente para crear algún tipo de adicción a la comida casera, hecha con mano de madre. Y no cualquiera. Una madre española, experta en las artes culinarias de la península, capaz de montar una mesa con dos aceitunas y una cebolla.

 

Por Redacción
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Esta mañana desperté con hambre. No
sé por qué. Quizás es el síndrome de abstinencia. Puede que un
mes con los suegros sea suficiente para crear algún tipo de adicción
a la comida casera, hecha con mano de madre
. Y no cualquiera. Una
madre española, experta en las artes culinarias de la península,
capaz de montar una mesa con dos aceitunas y una cebolla.

 

Pero se acabó. Así que nada. De
vuelta al tarrito de probiótico en la mañana y al cigarro antes de
las 9:00. María, la mamá de Manuel, fue mi dealer y ahora soy
yonqui
. Se fue. Y con ella, el olor de los granos de café, del ajo
del gazpacho, del serrano recién cortado. “Vaya mierda”, diría
mi suegro.

 

“Ñaaa. Quiero tortilla. La de
patatas que hace tu mamá”, le lloro a mi marido. “¿Tortilla o
bollo?”, me responde. Manolo es experto en las salidas rápidas y
absurdas, pero también profundas. Tiene razón.
¿Qué hay de común
entre una lesbiana y las masas? Seguro que no es el trigo. La cosa es
que está lleno de términos comestibles para hablar de los
homosexuales. La comida de un día completo puede ser marica.

 

Un café con un bollo por la mañana.
Es casi espeluznante pensar por qué en España llaman así a las
lesbianas. “¿Bollo de qué, Manuel? ”. “Esos panecillos, así,
un poco alargados. ¡Un bollo, cari!”, me dice y su respuesta
todavía deja dudas.
¿Un croissant? ¿Algo cubierto de chocolate? Es
difícil de resolver.

 

“Y las tortilleras, cariño. Ésas
también están en España”, me dice. Aquí también las hay. Las
bolleras no, pero las tortilleras sí. O las tortas. Ellas
colonizaron América. Están en Argentina y en México, la tierra de
las masitas de maíz. Pero son una tortilla especial, sin huevos, eso
sí. Incluso la RAE las reconoce como homosexuales.
En Colombia les
dicen areperas, que es lo mismo. En algún momento de la historia se
cruzaron genitales, harina y hormonas y nació la primera lesbiana
pastelera.

 

Entonces, café con un bollo de
desayuno. Tortilla a media mañana o como entrada. “De plato de
fondo, cerdo con arroz”, le digo a Manolo. “¿Allá se les quema
el arroz?”. “No, en España se pega”. Qué cosa más rara.
Uno
pensaría que un gay en la cocina sería capaz de hacer las cosas
bien.

 

Quizás se distrae conversando con la nana. O puede que todo
esto sea una campaña del terror de la derecha para evitar que
adoptemos
. “No, mejor le damos la guagua a la pareja hetero, porque
a estos gays se les va a quemar el colado”. Alimentaríamos a
nuestros hijos con granos de arroz carbonizados y patitas de chancho.
Porque, según cuenta la leyenda, a nosotros nos encantan las patas
de chancho.

 

Ni siquiera con el postre nos salvamos.
Nadie quiere comerse un helado derretido y como los maricones al
parecer tenemos las manos incendiarias, estamos condenados.
No sólo
se nos queman las cosas, también se nos derriten. Por lo visto,
estamos forzados a una vida de delivery. A esta altura, mejor que
salir del clóset, es salir de la despensa.  

 

 

 

Santiago Maco es un publicista gay de 30 años, trabaja en Santiago en una de las agencias más importantes del mundo. Fue a un colegio católico/británico y durante dos años vivió en Italia, mientras estudiaba arte. No deja de ser conservador: ha tenido sólo dos relaciones largas en su vida y ahora lleva cinco años de noviazgo con Manuel, un catalán.  

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