“Mi marido el cazador”, por Andrea Silva
Le pido a Pedro que por favor me pase la mamadera de Danielito que está guardada en el refrigerador. Pedro abre el refrigerador y mira en su interior como si estuviera abriendo un universo desconocido lleno de interrogantes.
Le pido a Pedro que por favor me pase la mamadera de Danielito que está guardada en el refrigerador. Pedro abre el refrigerador y mira en su interior como si estuviera abriendo un universo desconocido lleno de interrogantes.
¿Cuánto rato se va a demorar en encontrarla? No lo hago a propósito, es mecánico, me pongo a contar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…. Pedro sigue mirando. Doce, trece, catorce… NO es que el refrigerador esté repleto de comida, NO es que el refrigerador sea un enorme último modelo dos puertas, no es que la mamadera de Danielito NO esté dentro del refrigerador, es simplemente que Pedro es hombre. Cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, cuarenta y seis….
Mi instinto primero es saltar sobre él, zamarrearlo, meter su cara dentro del electrodoméstico y estrellarlo contra la mamadera. Idealmente hacer que se la tome como castigo y gritarle mamón, ciego, inútil, cómo no eres capaz de ver la puta mamadera que está frente a tus ojos, pero como llevo varios años de terapia y recién es lunes, lo perdono. Realmente la culpa no es suya, la culpa es del cazador que lleva dentro.
Visualizo: Yo versus el paleolítico completo, donde el gen de mi Pedro se desempeñó poniendo todo su esfuerzo sólo en un punto en el horizonte, el lugar donde estaba la presa y la posibilidad de que una mujer como yo y unos hijos como mis hijos pudieran seguir con vida porque su papi prehistórico, haciendo uso de su rol ancestral de cazador, ha atrapado por fin al mamut para la cena.
Setenta y ocho, setenta y nueve, ochenta, ochenta y uno…
Y ahora estoy aquí, cómodamente sentada en una silla sin hacerme cargo de mi rol ancestral. ¿Dónde está la recolectora? ¿Dónde está esa mujer que sale con los críos al hombro a buscar raíces, frutas, lo que sea para completar la dieta del mamut? Dotada de visión privilegiada de 360 grados, por posible ataque animal, por posible ataque de violador de tribu vecina, por posible aguacero que moje a los críos, por posible alimento a kilómetros. ¿Dónde está? ¿Descansando? ¿Torturando al marido cazador encomendándole labores de recolector acaso?
¿Hacia dónde vamos con esta existencia post moderna de roles cambiados? ¿Por qué he querido ser cazadora? ¿Por qué he querido hacerlo recolector? ¿Es humillarlo o es querer mejorar la especie para la historia futura? ¿El hombre del mañana será cazador-recolector gracias a mujeres como yo que les dan ejercicios diarios para que amplíen ese único punto en el horizonte?
Noventa y ocho, noventa y nueve, cien…
– Andrea, la mamadera no está en el refrigerador.
Me levanto lentamente y encuentro la mamadera con mi habitual talento nato de recolectora ancestral. Avanzo hacia Pedro que, a juzgar por su cara, teme ser golpeado hasta la muerte por la mamadera invisible que de pronto se hace visible solo para mí. Lo abrazo con pasión.
– Está todo bien cazador, pero esta tarde trae el mamut.
Andrea Silva es chilena, bilingüe, casada, con hijos, profesional sin pega estable, con ahorros, un poco católica, sobrepasada, sobreexigida, adicta a la sicóloga y al dulce. Con mañanas horrendas, pero con tardes lindas. |