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29 de Marzo de 2011

Ganador del Alfaguara se confiesa: “soy un poco esquizofrénico como escritor”

Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) acaba de ganar el premio Alfaguara con "El ruido de las cosas al nacer", de pronta publicación. Es una novela que repasa la historia de los que directa o indirectamente sufrieron los peores años de la violencia narco en Colombia. Los protagonistas y los sufridos secundarios salpicados de esa violencia. El Dínamo conversó con él en Barcelona, donde reside.

 

Por Francisco Valenzuela Huerta
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Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) acaba de ganar el premio Alfaguara con “El ruido de las cosas al nacer”, de pronta publicación. Es una novela que repasa la historia de los que directa o indirectamente sufrieron los peores años de la violencia narco en Colombia. Los protagonistas y los sufridos secundarios salpicados de esa violencia. El Dínamo conversó con él en Barcelona, donde reside.

 

Otros autores latinoamericanos de tu generación, que también viven fuera de sus países, comparten la referencia a la gran foto fija que define las décadas pasadas en sus naciones: la dictadura, la violencia o el narcotráfico en el caso de Colombia. ¿Esa referencia a través del espejo retrovisor a qué se debe?

 

Creo que los autores que nos hemos ido, sí seguimos escribiendo sobre nuestros países es porque nos hacemos esa pregunta y los libros son un intento de responder a ella y ver cómo nos relacionamos con el país que dejamos: si mantenemos la ficción de que el país es aún el mismo que dejamos atrás o las novelas que escribimos son una manera de seguir su evolución.

 

La distancia y el tiempo me han permitido escribir sobre Colombia, pero al mismo tiempo creo que nunca me he alejado de allí, sigo la vida política colombiana muy de cerca. Cuando empecé a escribir, Colombia no formaba parte de mis historias, no escribía sobre Colombia porque no la entendía y sólo quería escribir sobre lo que entendía. Me costó años darme cuenta de que no entender Colombia es la mejor razón para escribir sobre ella. Las novelas que me gustan y quiero hacer son novelas de averiguación, que arrojan luz sobre algo oscuro.

 

¿Es una forma de intentar explicar, justificar lo que hizo o dejó de hacer la generación de los padres para tener un país así?

 

Soy un poco esquizofrénico como escritor. Mi novela anterior, “Historia secreta de Costaguana”, tiene un tono muy irónico, libre, un poco de gran cuadro, mientras la anterior, Los informantes, es muy intimista. El ruido de las cosas al caer es más bien de esta familia, también se obsesiona un poco con el país que nos han dejado nuestros antecesores y el porqué no han podido dejarnos un país mejor, las dos tienen algo de ajuste de cuentas. Pero en esta última también hay el paso sobre como mi generación se relaciona con la siguiente, la de mis hijas. Es una historia sobre el miedo, sobre cómo crecimos con el miedo, que contaminó nuestras relaciones personales, hasta el punto de temer por la vida de alguien que llegara tarde a una cita, o saber que quien te esperaba si te demorabas podían pensar eso de ti. Esa manera de vivir en un lugar que no te ofrece certidumbres sobre tu seguridad nos marcó mucho.

 

Es un escritor de rutina, de método…

 

Una de las grandes lecciones que nos dejó el boom latinoamericano es la convicción de que la única forma de escribir novelas es la constancia, la terquedad y el trabajo diario. Escribir así es lo que he hecho siempre que las condiciones económicas me lo han permitido. Aunque, siendo este un negocio tan difícil, he tenido que compatibilizar tres o cuatro trabajos para poder escribir algo que no es rentable. Mientras elaboro en mi mente una novela trabajo con el método del reportero, voy al lugar donde ambiento la historia, hablo con gente, recojo testimonios…

 

Ahora al menos no se quejará de falta de dinero para poder escribir, 175.000 dólares no es poco…

 

Voy a poder escribir el siguiente libro en paz, es lo único que pienso.

 

¿Los soportes de lectura electrónicos van a cambiar sólo la forma de leer o también la de escribir?

 

Va a afectar el lugar de la literatura en la sociedad, porque el mercado va a decidir mucho más y el lugar para los escritores oscuros, que no han tenido suerte aún quedará más limitado todavía. Y lo que me preocupa es la posibilidad de una nueva censura. Hace un tiempo una cadena que comercializa un lector electrónico se dio cuenta que no disponía de los derechos sobre una obra que había comercializado y electrónicamente la borró de los soportes de sus clientes. Esa posibilidad, que dándole a un botón alguien pueda borrar lo que las personas leen o quieren leer, me preocupa. En las dictaduras, la literatura prohibida, los libros prohibidos circulan, con otra tapa, pero circulan. Me preocupa eso, que en el mundo idílico de los que sólo gustan de los e-books, en el que sólo haya ese formato, alguien pueda con un botón decidir qué no podemos leer.

 

¿Puede la ficción arrojar más luz sobre un tema como la violencia en esa Colombia que no una comisión de la verdad o un puñado de historiadores?

 

Sí, lo creo así, pero por una deformación profesional. Como novelista tengo la absurda idea de que mientras un suceso no se haya contado con las herramientas de la ficción no hemos llegado al fondo del tema. Creo que como dice Carlos Fuentes la imaginación es la transformación de la experiencia en conocimiento, y que sólo imaginando los sucesos que nos marcaron podemos convertir esa experiencia que nos marcó en real conocimiento de quienes somos y así recuperar un cierto control sobre nuestras vidas.

 

Tus referentes son muy anglosajones y algo clásicos…

 

Tengo referentes arcaicos. Tengo una relación muy cordial con el boom latinoamericano, que es una especie de fantasma que atormenta a muchos de los de mi generación, pero a mí no. Les debo mucho, he aprendido mucho, por ejemplo, de la dedicación voraz a la literatura de Vargas Llosa; también, como lector, de Borges. Y quise dedicarme a esto en parte por Cien años de Soledad, y también me encanta la relación entre la historia y la novela en Carlos Fuentes. Pero las herramientas técnicas que necesitaba para escribir lo que había en mi interior lo encontré en autores anglosajones como Philip Roth o Joseph Conrad. Tengo una gran mezcla en mi cabeza de tradiciones y momentos de la literatura. Decididamente, al gran lección de Onetti, Vargas Llosa, Borges… es la libertad de buscar influencias sin complejos, porque para ellos fue difícil, los acusaron de apátridas y extranjeristas por decir “mi maestro es Faulkner y no Miguel Ángel Asturias”, esa libertad que ellos ganaron la heredamos nosotros.

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