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8 de Abril de 2011

"Aunque fuera un travesti", por Santiago Maco

“Parece que nos están mirando”, dice Stephen, el nuevo novio inglés de Felipe, quien está de visita en Chile. “Como si tuviéramos cinco ojos”, le respondo. El grupo es el siguiente: siete homosexuales, una lesbiana y una mujer heterosexual. La locación es un restaurante ultra cuico en Duao, uno de los pueblos de la costa de la Región del Maule que fue arrasado por el tsunami del año pasado. Ahí llegamos, esta comitiva un poco trasnochada y ambigua.

Por Santiago Maco
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“Parece que nos están mirando”, dice Stephen, el nuevo novio inglés de Felipe, quien está de visita en Chile. “Como si tuviéramos cinco ojos”, le respondo. El grupo es el siguiente: siete homosexuales, una lesbiana y una mujer heterosexual. La locación es un restaurante ultra cuico en Duao, uno de los pueblos de la costa de la Región del Maule que fue arrasado por el tsunami del año pasado. Ahí llegamos, esta comitiva un poco trasnochada y ambigua. Bastó que nos sentáramos en la terraza para que las cabezas de los comensales se giraran y no se despegaran más de nosotros.

Está bien, reconozco que desentonamos un poco en medio de la fauna del lugar. La familia con los niños, la abuela latifundista y el empresario que llega a almorzar en helicóptero a una picá de mariscos, poco saben de un grupo de maricones treintañeros que van a pasar el fin de semana al lago Vichuquén para mostrarle los paisajes locales a la nueva polola inglesa de su amigo.

No sé si lo que les llama la atención son las piernas kilométricas de Constanza -la única hetero-, cubiertas con un microshort y empinadas sobre unos suecos con tacones de 15 centímetros. Entiendo que un trasero a más de 1,50 de altura pueda llamar la atención y valga la pena mirarlo. Pero de reojo, sin importunar a nadie. Mi amiga es tan alta que quizás la confunden con un travesti.

“Pero aunque fuera un travesti. Mirar así a alguien es mal visto en Europa”, dice Stephen. “Así es la gente acá. Volverán a su casa en el lago a contar que aquí estaba lleno de maricones”, le digo al recién llegado, quien no puede creer lo que está sucediendo.

Después del cuarto brindis y el vino en la cabeza, las ojeadas de esta gente se convierten en un desafío. María, la lesbiana, amenaza con mostrar las tetas para darles una buena razón para observar. Mi marido grita: “¡Chicas han llegado las drag!”. Quiere subirse arriba de la mesa, pero no lo hace. En cambio, me da un beso.

Es el acabose. La mesa de enfrente está estupefacta. Dos hombres se dieron un topón en sus narices. Quizás viene un tsunami otra vez. “Nos están imitando”, dice Stephen. En efecto, una pareja repite el abrazo que me dio Manolo para confirmar al resto sus sospechas de que somos gays.

¿Cómo explicárselo? En Chile, las cosas no son como en el resto del mundo. Aquí la gente no saluda, pero sí sabe apuntar con el dedo. Cuando van al teatro, no aplauden mucho. Aunque sí lo hacen después de una película en el cine. Tenemos neonazis que son más negros que un chocolito y una aristocracia formada a partir de desterrados europeos. Hacerle entender esto es tan difícil como explicarle qué son los locos con salsa verde del menú. “Crazy, crazy. That white and chewy stuff. Sólo hay acá en Chile. Crazy, you know, crazy”.

No, no entiende. Hoy Stephen acaba de descubrir dos productos típicos: los locos y los provincianos.


Santiago Maco es un publicista gay de 30 años, trabaja en Santiago en una de las agencias más importantes del mundo. Fue a un colegio católico/británico y durante dos años vivió en Italia, mientras estudiaba arte. No deja de ser conservador: ha tenido sólo dos relaciones largas en su vida y ahora lleva cinco años de noviazgo con Manuel, un catalán.
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