“Envejecer es de valientes”, por Débora Calderón
Tengo muy claro que la mente de todo Chile está hoy en HidroAysén, la Patagonia, las centrales, el futuro de la energía, de los paisajes y de nuestra identidad. Lo sé. Pero por lo mismo y por lo cercana y candente que es todavía esta noticia, quise dar un paso al lado y hablar de identidad, claro, pero desde otra perspectiva.
Tengo muy claro que
la mente de todo Chile está hoy en HidroAysén, la Patagonia, las
centrales, el futuro de la energía, de los paisajes y de nuestra
identidad. Lo sé. Pero por lo mismo y por lo cercana y candente que
es todavía esta noticia, quise dar un paso al lado y hablar de
identidad, claro, pero desde otra perspectiva.
Lo que nos
identifica y nos hace iguales los unos a los otros es que nacemos,
crecemos, maduramos y luego, fallecemos. Pero lo cierto es que
mientras hablar de infancia, juventud, maternidad y adultez, nos
resulta fácil, cómodo y cotidiano, hablar de la vejez y de lo que
vamos perdiendo al llegar a cierta edad, se convierte en una espina
dolorosa difícil de pronunciar y que evitamos a toda costa.
Hace algunos días
me topé con una genial columna de la española Rosa Montero en las
que hace un alcance con el autor del libro “Generación X”
Douglas Coupland, y su nueva novela “Generación A”. Más allá
de la vida del autor, hubo una reflexión que me dejó pensando con
bastante emoción, la verdad.
Y es que “envejecer no es fácil,
desde luego. Vas perdiendo amigos, padres, amores, pelo, dientes,
dioptrías, resuello, facultades mentales. Se te va empobreciendo el
grosor de los huesos y de la esperanza. Y, sobre todo, el futuro se
te achica estrepitosamente. Como dice Pere Gimferrer en Rapsodia su
hermoso y reciente libro poético, “el tiempo nuestro es ya de
despedida”.
El domingo, las
imágenes del día de la madre en algunos hogares eran realmente
decidoras. Podemos seguir pensando internamente que tenemos el alma
joven, pero lo cierto es que el empaque se deteriora y para eso no
hay poción que valga. Y más aún, van pasando los años y esa
soledad se empieza a instalar al interior de uno como una hiedra
trepadora.
Hay una señal clara
de que vamos alcanzando esa edad y es cuando empezamos a ver en la
tele que nuestros ídolos de juventud (actores, músicos, galanes de
cine), están viejos. Es entonces cuando la mente, joven y activa, se
disocia del cuerpo, más cansado, con más huellas de la historia de
cada uno.
Dice Rosa: “La
vejez, presiento es la etapa heroica de la vida. Sin duda hay toda
una épica en la ancianidad, en mantenerse vivo, entero, alegre,
dispuesto a las novedades y los cambios, abierto al asombro y al
aprendizaje, estoico ante el dolor y el decaimiento, ante el merodeo
cada vez más cercano de la muerte”.
No me quiero poner
trágica. Veo el futuro con ansias y alegría, pero me he dado cuenta
que atesorar el día a día es una práctica que nos hace mejores
personas. Más sanas, más abiertas de mente y con mayor capacidad de
reaccionar frente al mundo. Llegados a cierta edad, dice la
columnista, podemos intentar hacer de nuestra vida un hecho hermoso.
Diseñar cada jornada con mimo, con sensibilidad y con la intensa
conciencia de estar vivo. Que cada día sea un pequeño universo de
sentido, una obra de arte.
Con este pensamiento, me vuelvo a sumergir en HA, en los negocios, en
las redes sociales que alimentan mi obra de arte personal. De eso se
trata vivir la vida.
Débora Calderón Kohon estudió periodismo en la Universidad Católica. La vida la llevó temprano al mundo de los negocios y el retail, pero las ganas de escribir nunca desaparecieron. Hoy es columnista estable de la Revista Poder y Negocios y Mosso, y una activa participante en redes sociales. |