“Novia fugitiva”, por Diana Mate de Luna
La revelación sobre mi identidad secreta afloró irónicamente en medio de una despedida de soltera. Mi gran amiga, la Chica Maravilla había decidido colgar su capa y dejar atrás las aventuras nocturnas, los romances furtivos y la gloriosa soltería, para unirse al bando de las señoras de bien, firmemente decidida a no volver a ponerse el disfraz de Wonder Woman y a cambiar sus tacones rojos y su ajustado short estrellado por un vestido blanco y una brillante argolla.
La revelación sobre mi
identidad secreta afloró irónicamente en medio de una despedida de
soltera. Mi gran amiga, la Chica Maravilla había decidido
colgar su capa y dejar atrás las aventuras nocturnas, los romances
furtivos y la gloriosa soltería, para unirse al bando de las señoras
de bien, firmemente decidida a no volver a ponerse el disfraz de
Wonder Woman y a cambiar sus tacones rojos y su ajustado short
estrellado por un vestido blanco y una brillante argolla.
Resignada por la partida
de mi amiga que dejaba atrás nuestra isla de la fantasía para
subirse al barco del amor, organicé el evento que resultó ser, más
que una despedida de soltera, una fiesta de bienvenida a la Comunidad
del Anillo, pues la inmensa mayoría de las invitadas, en vez de
hablar de sexo, prefería conversar de partos, lactancia, maridos y
nanas, pedir bebidas libres de alcohol y felicitar con orgullo a
la novia por haberse atrevido, al fin, a cruzar a la otra orilla.
Silenciosa, observaba la
escena con un piscosour y mi mejor sonrisa, preguntándome si
el matrimonio era para una mujer un motivo de celebración o de luto.
Cuestionándome, a la vez, mi propia anormalidad, al no poder
entender la felicidad de mi amiga y de las demás Señoras del
Anillo. ¿Qué me sucedía?
La respuesta llegó a mí
como un rayo de luz o, más bien, en forma de velo porque en un gesto
de cariño y solidaridad, la Chica Maravilla me entregó su
tul de novia que había decidido cambiar por el cintillo de mucama
sexy, forzándome a enfrentar mi propio dilema existencial de
ponerme o no un traje de novia.
¡Era como sostener una
papa caliente! El peso moral era excesivo, ¡no podía con él!
Agobiada, pasé el blanco velo a la primera soltera que vi, lo que
provocó que la Chica Maravilla entre risas me dijera:
– ¡Hey…no te hagas
la tonta, que tú serás la próxima!
–
¡¿Estás loca?!… ¡Ya sabes que este asunto no es para mí!
Varias fueron las caras
sorprendidas ante mi negativa a incorporarme a la Hermandad del
Anillo y una de ellas exclamó: ¿Es que acaso eres una novia
fugitiva?
La pregunta resonó en
mi cabeza con un sentido iluminador: ¡Nunca lo había pensado! No
soy loca, ni rara…¡Soy una novia fugitiva! ¡Qué alivio! ¡Amo mi identidad secreta!
Porque ¿qué hay de
malo en que una chica huya del altar en vez de correr hacia él? ¿Es
que acaso tiene que ser el final feliz de toda mujer el matrimonio,
no hay otra opción? Es más, ¿el matrimonio realmente puede ser
considerado un final feliz?
La verdad, no lo sé, pero el
descubrimiento de mi reciente alter ego exige que investigue a fondo
esta cuestión y que reporte semanalmente en esta columna, los
resultados de tan loable misión.
¿Qué puedo perder? En
el peor de los casos, me sale el tiro por la culata y termino
felizmente casada.
Diana Mate de Luna es una mujer cosmopolita de 31 años bien vividos y gozados, que le carga la rutina, ama las aventuras y el compartir con amigas o amigos, goza sobre una bicicleta, odia la cocina y quiere cambiar el planeta. Idealista por naturaleza pero no la vayas a pillar con el cable cruzado que es de temer. Más ladra de lo que muerde, ya que en el fondo es un alma sensible. |