El planeta de los simios: un espejo en el que mirarnos
A continuación puedes leer una revisión a la película cuya primera lección es que estamos más cerca de lo que querríamos de los primates.
Las tiendas de recuerdos quitaron de sus vidrieras las Estatuas de Libertad de lata. Los comerciantes adaptaron su oferta a la crisis económica y a la ola de calor, y en lugar de taxis amarillos de miniatura, su éxito de ventas reside en otra promoción: un vaso de agua fría por un dólar.
James Franco, en cambio, destemplado, no se quita jamás su chaqueta de cuero negra, sobre una camisa a cuadros y una camiseta de algodón. Es domingo, el único día libre del mes de uno de los actores jóvenes más prestigiosos de Hollywood, y la temperatura es alta hasta en el selecto hotel Ritz. Franco pide disculpas por su voz nasal y congestionada. Está muy cansado y se despeina adrede. Anoche, no bien terminó de grabar en Detroit, se subió a un avión particular, aterrizó a las 3.30 en Nueva York y, a las 8, estaba listo para cumplir con su rutina de ejercicios.
Las pantallas de Times Square anuncian el inminente estreno de El planeta de los simios (R)evolución (20th Century Fox), que tiene a Franco como protagonista. Antes que nada, el actor pide hacer una aclaración: “Esta no es una película sobre monos, sino una historia en la que realmente podemos vernos a nosotros mismos. Es un examen de cómo nos definimos a nosotros como humanos. Creo que es una prisión muy cruel en la que vivimos, entre etiquetas y rótulos.”
Justamente, James Franco, el galán más codiciado del momento, el mismo que condujo junto con Anne Hathaway la ceremonia de los Oscar, y que dio su primer paso en la pantalla grande interpretando a James Dean (elogiado por su trabajo), sabe mucho de las clasificaciones y del peso de la mirada ajena.