"Mi vida como fantasma"
El escritor Rafael Gumucio desclasifica detalles de sus 15 años como escritor fantasma de dirigentes políticos, redactando discursos e intervenciones. El texto acaba de aparecer en la edición Nº 21 de Revista Dossier, de la Facultad de Comunicación y Letras de la UDP.
UNO
Llevo quince años escribiendo discursos para políticos. No puedo revelar para quién. Un pacto de silencio implícito permite que esta profesión prospere. De todo este vago contingente de escritores fantasma solo los que escriben para el Presidente tienen derecho a salir del armario y poner este azaroso oficio en su currículo. Los otros flotamos en un silencio cómplice que nos conviene a todos. Asesores, no tenemos que hacernos demasiado visibles. La relación se filtra entre intermediarios, minutas e informes, y reuniones rápidas para fijar una estrategia de la que no hay que salir.
DOS
El escritor fantasma tiene que saber de entrada que todo lo que escribe ya no le pertenece, y huir como la peste de la vanidad de atribuirse como propia cualquier idea de su político favorito. Los políticos hábiles se encargan de castigar con el ostracismo y alguna embajada a cualquiera que se atribuya el haberlos creado. El segundo piso tiene que tener pocas ventanas. Piñera pagó carísima la torpeza de poner en el Ministerio del Interior al hombre que le escribía los discursos de campaña, Rodrigo Hinzpeter. Demostraba con ese gesto una dependencia incurable y daba a su estratega la idea de que podía volar con alas propias. Genaro Arriagada, que no poco tuvo que ver con la llegada al poder de Frei, supo en carne propia que la regla de oro de la política tras bambalinas es que estas no son ni pueden ser una extensión del escenario.
TRES
Escribir discursos para otro implica, ante todo, un ejercicio de humildad doble: para el político, que admite que no tiene tiempo o cabeza para escribir todos sus discursos, y para el escritor fantasma, que verá sus genialidades –ocasionales o no– firmadas por otro, convertidas en parte de la personalidad, del legado, de la historia del personaje para el que escribe. No puede haber algo más aleccionador de la pequeñez de tu talento que ver talladas o en cemento las palabras del mandatario –o la autoridad que sea– que tú diste vuelta, puliste, terminaste por decir, sobre todo porque el otro olvida muy luego que no escribió lo que dijo. Una injusticia que el destino muchas veces corrige, cuando el político se ve en la dificultad de explicar, de razonar, de comprender como suyo un adjetivo, una imagen, una frase que puede hundir de una sola vez su carrera. Porque en política las palabras valen, los giros verbales pueden cambiar vidas. Como un dealer, el escritor fantasma siente que toda la clandestinidad a la que lo someten tiene sentido cuando ve al famoso, al poderoso, al importante, retorcerse y rogar por otra dosis de tu veneno.
Es imposible no sentirse íntimamente vengado de las veleidades del poder cuando se ve a dos políticos contradecirse y pelearse usando ambos frases tuyas. Me ha tocado este placer una sola vez, aunque no estaba ahí para verlo.
CUATRO
Escribir discursos para alguien que piensa exactamente lo contrario que tú es un ejercicio estimulante pero imposible. Un escritor fantasma, como uno de carne y hueso, se ve condenado a manejar solo un cierto registro, una cierta visión de mundo de la que no puede escapar. Las retóricas de la derecha y de la Concertación son en Chile tan completamente diferentes que es difícil manejar con comodidad las dos formas sin tropezar en una de ellas. Podría escribir a ciegas el discurso de un radical, de un democratacristiano o de un PPD, pero me resultaría difícil hacer lo mismo para un UDI o un RN. Podría imitar su tono, pegotear su lugar común, pero me costaría encontrar la coherencia secreta de su lógica, la sentimentalidad que se esconde hasta en el más plano de los saludos de fin de año. Como en el trabajo del escultor o del mueblista, para esculpir los lugares comunes –que en eso consiste escribir discursos– hay que conocer bien la materia, la veta, el mármol o la madera que vas formando y deformando.
CINCO
Pasé mi infancia entera en subterráneos, sindicatos, peñas de todo tipo escuchando discursos, leyendo pasquines, circulares, documentos que imprimían a veces en mi casa. A la hora de los quiubos, son esos años de vuelo inconsciente los que me salvan. Eso y la velocidad. El escritor fantasma puede ser cualquier cosa menos lento. El perfeccionismo no tiene sentido en un mundo en el que todo es revisado, cambiado, improvisado y vuelto a cambiar cien veces. Un escritor fantasma debe ante todo y sobre todo preocuparse de no trabar en ninguna parte esa máquina en perpetuo movimiento. Debe tener las respuestas listas, no hacer preguntas tontas ni inteligentes, volver a hacer lo que creía que ya hizo, estar disponible en el celular, admitir sus errores hasta cuando no se equivoca, pasar a otra cosa siempre.