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28 de Septiembre de 2022

Pancho Saavedra y el Rechazo: “¿Es muy amarillo lo que estoy diciendo?”

Conversamos con el conductor de Lugares que Hablan, el programa que lo lleva por los márgenes de Chile, conociendo a personajes que hacen patria contra viento y marea. Hiper crítico del centralismo, convencido de que las regiones tienen que resolver sobre sus problemas y tener voz en la utilización de los recursos, cree que el resultado del plebiscito es un “escarmiento para intolerantes y ultrones”. 

Por Redacción EL DÍNAMO
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–Lo positivo y lo que me gustaría que pasara a partir del reciente Rechazo al texto constitucional es que los ultrones desaparezcan. Los de ultra izquierda y los de ultra derecha. Creo que llegó el minuto de buscar una conciliación, una unión. Y para eso, ahora, los políticos deben respetar aquello a lo que se comprometieron. Todo Chile está de acuerdo en que debe haber una nueva constitución, pero debe ser apoyada por expertos, por gente que tenga las capacidades y no estoy siendo clasista, al decir esto –afirmó, en “Hora de Conversar”, Francisco, “Pancho”, Saavedra, el conductor del exitoso programa “Lugares que hablan”.

El primer capítulo de la décima temporada de esta serie que muestra los bordes de Chile, los extremos, las localidades más abandonadas y alejadas, revelando la realidad de sus habitantes, se estrenó el sábado pasado en Canal 13. 

Poco antes, invitamos a su conductor, que se presenta como “hijo ilustre de Curicó”, –y lo es: ahí nació, estudió y lo reconocen y admiran– a conversar con dos trabajadores sociales que trabajan en las fronteras: uno en el extremo norte, en Arica, y otra, en Aysén. Con ellos, el conocido personaje televisivo se centró en denunciar el dominio del centro en Chile, valga la redundancia. Criticó duramente al Estado y a las autoridades por no incluir a aquellos que no alcanzan los beneficios del progreso y que viven la pobreza en los márgenes.  

“Conozco tantas historias de por esos lados. He estado en Puerto Cisnes, en el archipiélago de Las Huichas, precioso”. Las Huichas es una isla, ubicada en el canal de Moraleda, entre el canal Puyuhuapi y la boca del fiordo de Aysén. En 2017, tenía 838 habitantes. Ahí ha estado y ese es uno de los innumerables lugares que le hablan y lo hacen reflexionar: “El alcoholismo que menciona Andrea de las personas de calle en Aysén, me hace pensar en la violencia que por esa causa padecen las mujeres en tantas localidades aisladas. En muchas partes, pero especialmente en lugares remotos”.  

–¿Estás recordando casos concretos?

–Hace poco conversaba con una persona que estuvo casada durante 36 años hasta que enviudó; fueron 36 años de golpes, violencia y humillaciones. Ella me contó: “Fíjese que él no me dejaba pintarme las uñas. Me veía con las uñas pintadas y con bencina me sacaba la pintura”. Insólito. Y de esas imposiciones absurdas pasamos al femicidio, que sigue aumentando en el país, sobre todo en poblaciones abandonadas, sin información ni redes. Para mí, ningún gobierno ha sido capaz de hacerse cargo realmente de las regiones y de sus bordes. Al recorrer los lugares, veo un abandono de parte del Estado profundo, profundo. Y duele porque no es lógico que haya ciudadanos de clase a, b, c y d. 

–Esa división para ti la profundiza el famoso centralismo…

–Absolutamente. Este es un país donde las decisiones se toman en los grandes edificios capitalinos, con los que deciden sentados con ricos sillones de cuero tomando cafecito, calefaccionados, y  no metiendo los pies en al barro. Eso es lo que siempre me comenta la gente. Me dicen: “Acá los políticos vienen para la foto, en las campañas, pero a la hora que los necesitamos, nunca están”. Estuve en el extremo sur, hace poco, preparando un tema para esta nueva temporada. Ahí conocí a una señora que tenía problemas graves en un brazo y llevaba dos años  en espera de una operación. Si la hubieran atendido a tiempo su brazo tendría solución; ahora ya lo tenía anquilosado. Ya es tarde para cualquier atención. 

El alto, sonriente y expresivo Pancho Saavedra atribuye a todos los males el abandono negligente del Estado. “Eso es una constante, tanto en el sur, como en el extremo norte. Donde siempre dicen que, además del clima seco, la gente es también más seca, más cerrada, menos amable que en el sur”. 

Él no comparte esos juicios, aunque reconoce que al calor de la estufa y del mate, en el sur es más fácil la apertura y la confidencia. “En el norte, el calor del día, el frío de la noche, la sequedad del desierto, marcan las personalidades, pero no por eso la gente es menos cariñosa; es sólo diferente”. 

 El alto, sonriente y expresivo Pancho Saavedra atribuye a todos los males el abandono negligente del Estado.
 El alto, sonriente y expresivo Pancho Saavedra atribuye a todos los males el abandono negligente del Estado. 

 

“Me daría vergüenza ser autoridad”

Simplón, grandote, con capacidad para reírse de sí mismo, el conductor está enamorado de su hija Laura, de apenas seis meses, a la que adoptó junto a su pareja, en Argentina, el abogado Jorge Uribe. Llega a la entrevista sobre el filo de la hora, porque su tarea es “darle la papa” y esa es una cita que no transa. Afectivo y familiar, le entra por ese lado a las personas de “Lugares que hablan”. 

–Un tema súper presente son los problemas de alcoholismo en el sur y los de droga en el norte. En el sur, siempre hay una dueña de casa que me pega un codazo para que no toque el tema. Es como en semiserio, pero todos sabemos que detrás de esa broma hay un problema feroz de alcoholismo. Yo insisto en responsabilizar al abandono del Estado de esa realidad también. A la poca preocupación que hay por lo que sucede en las localidades remotas; los recursos están muy re mal distribuidos. 

Y ejemplifica sus dichos con la modernización de los métodos de pago. “En Santiago, creen que todos los comerciantes funcionan con boletas electrónicas, pero cómo le vas a pedir a una persona que ni siquiera tiene internet que se modernice. Las personas no tienen ni la información ni la formación. Tampoco la conectividad. Leí que existen en Chile 17 mil familias que todavía no tienen acceso a agua potable y energía eléctrica. Ahí es cuando uno empieza a mirar con desconfianza a la industria minera y a la del salmón, por ejemplo, y te preguntas dónde está responsabilidad  social de estos empresarios que usufructúan de todo y no aportan nada para mejorar la calidad de vida de las personas más abandonadas”.  

El comunicador comenta que en esta década de recorrido por el Chile menos visible, el oculto, el remoto, percibe cómo hay muchas localidades que se han ido despoblando. “Al no tener incentivos, los jóvenes empiezan a migrar, a dejar sus pueblos, porque no hay oportunidades para educarse y para trabajar. Lo más esperanzador es cuando te encuentras con jóvenes empoderados y creativos que se van a estudiar fuera, pero luego vuelven decididos a emprender la tarea titánica de tirar para arriba a sus comunidades con algún proyecto innovador. Me impresiona cómo hay gente que elige lo que cuesta más”. 

–¿Qué impacto tienen esas historias en la audiencia, en quienes ven tu programa?

–Pasa a veces que después de mostrar una historia admirable o terrible en televisión, me llaman las autoridades por teléfono. Un ministro, un subsecretario, para decir: “Oye, vimos en tu programa un caso…”. Y yo pienso cómo es posible que la autoridad desconozca lo que pasa en el país y sea la tele la que tenga que mostrársele los problemas para que los solucionen si es que lo hacen. A mí me daría vergüenza ser autoridad y llamar a un programa para pedir datos de lo que como autoridad ya debería estar solucionando… o al menos identificado. 

Pese a esa vergüenza ajena que siente, también agradece poder ser “un puente” entre las personas y las instituciones, entre el pueblo y la autoridad. “Así entiendo el rol del comunicador. Uno debe colaborar en la tarea de ayudarnos entre todos. A mí me remece hacer Lugares que hablan. Veo demasiada injusticia, demasiada precariedad, por eso no transo y sigo haciéndolo. Es lo más importante que hago. Yo provengo de una familia que siempre me dio todas las posibilidades y creo que esa educación libre es lo que me hace ser empático con el dolor del prójimo y tan crítico de los indolentes, sobre todo cuando son autoridad”. 

 Pese a esa vergüenza ajena que siente, también agradece poder ser “un puente” entre las personas y las instituciones, entre el pueblo y la autoridad.
 Pese a esa vergüenza ajena que siente, también agradece poder ser “un puente” entre las personas y las instituciones, entre el pueblo y la autoridad. 

 

El chofer de la reina

A la hora de mencionar los derechos sociales, a Pancho Saavedra es la salud el que primero le salta. El que más le importa. Por eso, asiente cuando la jefa de operación social del Hogar de Cristo en Ancud, Andrea García, habla de las personas de Puerto Cisnes, de Chile Chico, de Las Huichas que se mueren esperando horas médicas o a causa de las distancias y de la falta de especialistas en situaciones de emergencia. 

–Estuve hace poco conversando en un CESFAM (Centro de Salud Familiar) con un técnico paramédico que llevaba 20 años trabajando ahí. Para ir a ver a sus pacientes y dejarles su paquetito mensual de remedios tenía que caminar ocho horas. No tenía una cuadrimoto, un vehículo para hacer esa tarea vital. Me decía “aquí la gente se conforma y es común que cuando les da un infarto, nosotros lleguemos y ya estén muertos”. Eso es muy, muy violento, y muy irritante también. 

–No será todo triste. Me imagino que también te has encontrado con situaciones y personas inspiradoras en tus recorridos. 

–Lo primero que me surge responder es que en todas las historias que relato hay personas que han sufrido mucho, que tienen muchos dolores, pero todas no se cambiarían del lugar donde viven, nadie se iría de su tierra. Me dicen cosas como: “Pa’ qué, pa´ qué, pa´ qué irme de aquí”. “A Santiago, ni amarrado”. “Yo acá yo dejo mi bicicleta fuera de mi casa y nadie me la va a robar”. Hay felicidad y orgullo en los extremos de Chile. Y están las experiencias gratificantes de los que inician emprendimientos. Que se agrupan para vender sus artesanías, montar un museo, desarrollar un producto. He conocido tantas experiencias ricas que se me enredan y se me confunden en el recuerdo. 

De esa confusión rescata historias que ha ido plasmando en sus libros. Tiene tres publicados: “Lugares que hablan 1”, “Lugares que hablan 2” y “Luchadores”, los tres basados en testimonios recogidos durante las grabaciones de su programa. Ahora recuerda uno de esos casos para nosotros: 

–Cerca de Cobquecura, en la costa de la región del Ñuble, hay un grupo de pescadoras con una bióloga, que era de esa tierra y se fue a estudiar y luego volvió para aportar a su tierra… o a su mar. Lo que ellas están haciendo ahora es muy innovador. Postularon a un fondo internacional, porque aquí en Chile, Sernapesca nunca las apoyó, y están volviendo a repoblar los bosques de algas, que la propia comunidad había depredado. Es genial lo que están haciendo. Ustedes no se imaginan importancia que tienen esos bosques sub marinos de algas que atrapan el CO2 y lo limpian a una mucho mayor velocidad y en mayor cantidad que un bosque común y corriente. Esas iniciativas te devuelven el alma al cuerpo. Es increíble cómo la gente se organiza y ama sus lugares que les hablan. 

Nos cuenta también de un hombre, un británico al que conoció, que fue chofer de la reina Isabel II. “Sí, de la difunta reina, tan llorada por estos días. Él se enamoró de Konomi, que era una chica japonesa que estaba muy preocupada del calentamiento global y juntos se vinieron a vivir a Chile. Querían plantar árboles nativos en un lugar del mundo que valiera la pena. Y están instalados en La Junta, en Aysén, que les pareció el lugar más lindo del planeta. Hoy viven con un estilo absolutamente sustentable en una casa que no requiere de estufas, porque está construida bajo la tierra, como en un hoyo, pero es preciosa. Además de recibir visitas y voluntarios de todo el mundo para plantar árboles, están haciendo talleres para las personas que viven a su alrededor. Chile les inspiró por lo hermoso y bio diverso de su paisaje. ¡Cómo a nosotros esa belleza no nos inspira a hacer algo!”. 

Embalado, recuerda también a una pareja que se dedica a rescatar el colibrí, “que tiene una tremenda importancia en los ecosistemas de los bosques. Vi unos quinientos colibríes en su casa. Hay gente realmente muy inspiradora y consciente. Y no se trata de obras gigantescas, hay pequeños gestos que marca la diferencia y los grandes cambios”. 

–Tú que conoces comunidades mapuche, aymara, kawéskar, diaguitas, por nombrar a algunas, ¿a qué atribuyes que el texto constitucional donde estaba tan presente la multiculturalidad fuera ampliamente rechazado por ellas, con la sola excepción de Rapa Nui? 

–Lo que la gente rechazó fue un proceso. Un proceso que partió mal. Desde el numerito de la constituyente Elsa Labraña, tan violento en la inauguración de la Convención, boicoteando a los niños que estaban cantando la Canción Nacional, hasta lo del Pelao Vade, hicieron que la gente sólo viera violencia y mala onda. Lo que no queremos los chilenos, incluidos los que son parte de los pueblos originarios, es una constitución hecha por gente que mienta sobre  enfermedades que no tiene, que sea violenta y resentida, que no sepa ni quiera dialogar. El Rechazo ganó porque la gente ni siquiera quiso leer lo que nació de un circo. Esto que sucedió es un buen escarmiento para los intolerantes y para los violentistas. Espero que la nueva constitución se escriba pensando en un Chile para todos, para los de derecha y para los de izquierda, para los del centro y para los de los bordes. Algunos dirán que es súper amarillo lo que estoy diciendo, pero es mi opinión. Eso es lo que creo. 
 

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