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14 de Diciembre de 2011

Fantasma de la guerra civil planea sobre Siria

Las protestas pacíficas para pedir libertad y reformas fueron reprimidas desde su inicio a mediados de marzo por las fuerzas leales a Al Asad, que se embarcaron en operaciones armadas que han causado más de 5.000 muertos, según los últimos datos de la ONU.

Por EFE
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El régimen sirio de Bachar al Asad ha respondido con puño de hierro a los miles de manifestantes que reclaman su dimisión en las calles y no se ha doblegado ante la presión internacional, lo que ha colocado al país al borde de un conflicto armado.

Los aires de la denominada Primavera Árabe llegaron a Siria con ligero retraso, a los dos meses de que cayera el entonces presidente tunecino Zine el Abidine Ben Alí y uno después de que la revolución forzara la renuncia del egipcio Hosni Mubarak.

Las protestas pacíficas para pedir libertad y reformas fueron reprimidas desde su inicio a mediados de marzo por las fuerzas leales a Al Asad, que se embarcaron en operaciones armadas que han causado más de 5.000 muertos, según los últimos datos de la ONU.

Durante nueve meses, las manifestaciones han sido multitudinarias en distintas zonas del país, con especial repercusión en las provincias centrales de Homs y Hama, en la septentrional de Idleb y en la meridional de Deraa.

Sin embargo, el rechazo a Al Asad, en el poder desde el año 2000, no ha logrado calar en Damasco y Alepo, la segunda ciudad del país, donde la burguesía y las clases medias se han mostrado fieles a un régimen que les ha proporcionado un buen desarrollo económico en los últimos años.

La violencia, que en un principio era unidireccional y forzó la huida a Turquía y Líbano de miles de refugiados, se ha extendido en los últimos meses a otros frentes con la deserción de varios miles de militares.

Los soldados desertores, organizados en el denominado “Ejército Sirio Libre” (ESL), han protagonizado combates frecuentes con las tropas regulares y los “shabiha” (matones del régimen), sobre todo en Homs e Idleb, donde han conseguido hacerse fuertes.

Estos enfrentamientos han acrecentado los temores a una guerra civil en el país, aunque recientemente el ESL acordó cesar sus ataques y limitarse a usar las armas en actos de autodefensa o para proteger a los civiles.

Este difuso compromiso -cuya efectividad todavía no se ha comprobado- fue alcanzado en una reunión secreta en Turquía con el Consejo Nacional Sirio (CNS), que engloba a los opositores a Al Asad y opta por mantener el espíritu pacífico de la revuelta.

Desde su formación en agosto, el CNS aspira a ser reconocido como el representante legítimo del pueblo sirio y ha instado a la Liga Árabe y otros países a ejercer una mayor presión contra Damasco.

La organización panárabe dio innumerables ultimátum al régimen de Al Asad para cumplir con el plan árabe acordado para detener la violencia, hasta que en noviembre suspendió a Siria como miembro y le impuso sanciones económicas, que se unen a las decretadas por la Unión Europea (UE), EEUU y Turquía.

El bloqueo que Siria ha impuesto a la prensa hace prácticamente imposible informar sobre el terreno y tener un conocimiento exacto de lo que ocurre en el país.

Hasta el momento, el Consejo de Seguridad de la ONU no ha sido capaz de tomar una resolución firme contra Siria por la represión y la violencia contra los civiles, ante la oposición de Rusia y China, países con derecho a veto.

Ajeno a los debates internacionales, Al Asad acusa un día a una conspiración internacional y a grupos terroristas de estar detrás de las protestas, y otro día promete reformas políticas y el cumplimiento de la iniciativa árabe para salir de la crisis.

Entre este “juego del palo y la zanahoria”, la represión ha proseguido y se ha recrudecido en los últimos meses, especialmente en la provincia central de Homs, donde los grupos opositores denuncian la muerte entre marzo y octubre de 1.400 personas.

La religión juega también un papel importante en la actual crisis siria, en un país donde la mayoría de la población es suní, pero los gobernantes son alauíes (una rama del chiísmo) y hay minorías cristianas y drusas.

Después de la renuncia de Ben Alí y Mubarak, la muerte del libio Muamar el Gadafi y la inminente salida del yemení Alí Abdalá Saleh, Al Asad podría ser el próximo en caer, pero, pese a su creciente aislamiento, el dictador se mantiene por ahora en el poder gracias a la división interna y de la comunidad internacional.

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