Elecciones en Brasil: Marina Silva de fenómeno a epifenómeno
La dirigencia del PT, con Lula a la cabeza, mutiló el anhelo de cambio y renovación porque sinceró su visión del electorado. El paternalismo electoral apela al temor y la amenaza en lugar de la persuasión y la esperanza.
Jorge Ramírez es Investigador del Programa Sociedad y Política de Libertad y Desarrollo. Cientista Político de la Pontificia Universidad Católica de Chile especializado en análisis de sistemas electorales, instituciones y procesos políticos
Tras el accidente que ocasionó la muerte del candidato presidencial del Partido Socialista, Eduardo Campos, se generó un punto de inflexión en una carrera presidencial donde la incertidumbre parecía un elemento escaso. El surgimiento del liderazgo de Marina Silva, quien era compañera de fórmula presidencial de Campos desde la vicepresidencia, apareció como un elemento de novedad tanto para la opinión pública como para la ciudadanía. Este cambio de rumbo se materializó en un abrupto remonte de la candidatura socialista de más de 15 puntos porcentuales, según la encuestadora Folha de S. Paulo. Así, la ex ministra de Medio Ambiente de Lula, de sensibilidad “verde”, se constituía en la pesadilla de la Presidenta aspirante a la reelección, Dilma Rousseff.
Sin embargo, el fenómeno Silva, con el correr de las semanas, devino en un epifenómeno de una cultura política que enfrenta las contradicciones propias de un país que ha visto cómo su estructura social cambió de forma sustantiva, produciendo desacoples estructurales entre lo que son las condiciones materiales de vida, las expectativas, pero también las aflicciones, temores e incertidumbres de un país que parece contrariado con su devenir político.
Pero la ebullición electoral de Silva fue también, en buena medida, inducida por la retórica propia del paternalismo electoral de la nueva izquierda latinoamericana. La estrategia político-comunicacional del Partido de los Trabajadores (PT) permite develar una contradicción vital: efectivamente, por medio de una intensa política social, durante los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff cerca de 28 millones de brasileños lograron salir de la pobreza, adquiriendo, por tanto, mayor autonomía e inclusive penetrando en el abultado segmento social de las capas medias de la sociedad. Sin embargo, los dirigentes del PT se han encargado a lo largo de esta campaña, una y otra vez, de contener esa autonomía en el ámbito político.
La dirigencia del PT, con Lula a la cabeza, mutiló el anhelo de cambio y renovación porque sinceró su visión del electorado. El paternalismo electoral apela al temor y la amenaza en lugar de la persuasión y la esperanza. La auténtica campaña del terror respecto del fin de los programas de protección social como el de “bolsa familia” -considerado por el Banco Mundial como uno de los programas más emblemáticos del orbe en cuanto a política social condicionada- pudo más que la fundada crítica a la corrupción y el desgaste evidente del Partido de los Trabajadores.
Aunque a la luz de las encuestas cada vez resulte más difícil hablar de un escenario electoral abierto de cara a una segunda vuelta, estos mismos números dan cuenta de que si los 20 millones de indecisos superan el miedo y despliegan esa autonomía, quizás un panorama más esperanzador podría comenzar a trazarse en Brasil. Por difícil que parezca.