Por qué comer carne es esencial para nosotros, según un estudio de Harvard
Junto con el uso de instrumentos de piedra básicos, habría sido fundamental para la evolución del ser humano.
La introducción de la carne cruda en la dieta y el uso de instrumentos de piedra básicos podrían explicar la evolución de rasgos de masticación más pequeños en los homínidos, según publicó hoy la revista británica “Nature”.
El estudio sugiere que la carne y los instrumentos del Paleolítico, y no la posterior llegada de la cocina, habría permitido la reducción del tamaño de los rasgos relacionados con el acto de masticar, como un rostro y dientes más pequeños.
Este proceso de selección, además, pudo permitir otras funciones como la mejora del habla y la termorregulación.
En los tiempos del Homo erectus, hace dos millones de años, los seres humanos habían desarrollado cerebros y cuerpos que requerían mayores reservas de energía diarias.
Paradójicamente, también se formaron dentaduras más pequeñas, músculos masticadores y mandíbulas más débiles, así como intestinos de menor tamaño que en las anteriores especies.
Esta investigación sugiere que estos cambios fueron posibles por la incorporación de más carne en la dieta, el procesamiento de la comida por medio de herramientas de piedra, o al cocinar los alimentos, si bien esta práctica no fue común hasta hace 500.000 años.
Daniel Lieberman y Katherine Zink, de la Universidad de Harvard, evaluaron cómo las técnicas de procesamiento de alimentos del Paleolítico Inferior afectan en la fuerza de masticación.
Para ello, alimentaron a sujetos adultos con muestras estandarizadas de carne (de cabra) y órganos de almacenamiento de plantas ricos en almidón (batatas, zanahorias y remolacha).
Midieron el esfuerzo muscular necesario para masticar y cómo se troceaba la comida antes de tragar.
Descubrieron que, al seguir una dieta compuesta de un tercio de carne, así como trocear la carne y triturar las plantas con instrumentos de piedra antes de ingerirlas, el hombre primitivo habría necesitado un 17% menos de frecuencia y un 26% menos de energía en la masticación.
Los científicos concluyeron que esta reducción de esfuerzo para masticar produjo una transformación en los músculos del rostro empleados para este movimiento.