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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El silencio de la inmensa minoría

A usted, señor, “chileno símbolo”, déjeme recordarle algo: hace rato se lo están jodiendo. Hay muchos que no marchamos, que no tenemos puestos políticos ni poder económico, que no somos “compañeros” ni tampoco universitarios, pero que de todos modos estamos indignados.

Por Héctor Lira
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Héctor Lira es Profesor de Liderazgo en la Universidad Adolfo Ibáñez, Presidente del Directorio de la ONG Espacio Mejor. @titolira

En Chile sólo hay dos clases sociales: los que pueden y los que no, ¿pero qué significa tener poder en el Chile actual? El poder es eso que tienen algunos pocos en Chile, ese puñado de familias que posee el control de la Gran Capital, del Monopoly chilensis, que no importa la reforma, impuesto o crisis económica que venga, ellos jamás estarán mal, quizás sólo tengan un poco menos que antes, pero siempre seguirán teniendo mucho más que los demás (por cierto más que nosotros). El poder es eso que tienen los políticos; de izquierda o derecha; viejos o jóvenes; rojos, verdes y azules, usted píntelos como quiera. El poder es eso que tienen algunos movimientos ya institucionalizados pero libres de toda restricción, esos que pueden tomarse muchas cosas, entre ellas la Alameda, y que están autorizados a exigir un Chile desde cero sin temor a destruir todo lo que se interponga. El poder lo tienen también esas organizaciones que pueden convocar y paralizar este país, que se articulan entre ellas, esos conjuntos de gremios y sindicatos amigos que cuando quieren pueden exigir lo que desean, pero sólo para aquellos que son “uno de ellos”. El poder lo tienen aquellos grupos o tribus de este país que actúan como pequeñas sociedades cerradas, que son diversas pero fuertemente consolidadas, que no se quieren ni un poco entre sí (algunas inclusive se odian), pero que son intocables y que históricamente han estado siempre en una situación de bienestar por sobre el chileno medio, perpetuando la desigualdad más feroz y real de todas.

Pero usted lector me entenderá, usted debe saber lo que significa la soledad y angustia de no tener una tribu, de no ser de esa familia de apellido viñoso que tiene recursos y redes, ni de ese grupo que está sindicalizado, donde son todos “compañeros” hasta que decides no sumarte, ni de ese grupo solemne, cool y glamoroso que se junta cada cierto tiempo en el Congreso, ni tampoco de esa tribu soberbia, joven y burguesa (de burgués a burgués, sin bronca), fuertemente movilizada y mediatizada, que tiene el capital intelectual y la fuerza de la juventud, y que exigen un Chile (sólo) a su medida. Nosotros no pertenecemos a ningún lugar, somos guachos, somos esos que van en las mañanas apretujados y enchuchados en el metro, siempre medios atrasados y endeudados, que observamos desde nuestros hogares resignados lo que ocurre en Chile, y que además nos peleamos entre nosotros – sí, entre los comunes y corrientes-, porque nos preocupa lo que pasa, lo conversamos en la mesa con nuestras familias, lo posteamos en Facebook, establecemos posturas al respecto y todos nos sentimos protagonistas de la “discusión país”, cuando en verdad vivimos la ilusión de que podemos hacer algo.

A Ud. Señor, “chileno símbolo”, déjeme recordarle algo: hace rato se lo están jodiendo.  Hay muchos que no marchamos, que no tenemos puestos políticos ni poder económico, que no somos “compañeros” ni tampoco universitarios, pero que de todos modos estamos indignados. Nosotros somos los que aguantamos el capitalismo, el socialismo y el “pendejismo” – lo que sea que venga-, los que prendemos la TV y sonreímos o nos enojamos, nosotros estamos en muchas veredas políticas e ideológicas, pero no estamos organizados y andamos bien solitos. Algunos queremos reformas y otros no, algunos ganamos las presidenciales y otros no, algunos somos más liberales y otros más conservadores, algunos tenemos veintitantos y otros son octogenarios, algunos queremos matrimonio igualitario y a otros les escandaliza el tema. Hay que reconocerlo, somos profundamente complejos y diversos, tanto así que parecemos desagrupados, inconexos, contrarios y enemigos, pero NO lo somos, todos tenemos una raíz social común: somos quienes día a día vamos a trabajar para recibir un sueldo y darle lo mejor que podemos a nuestra familia. Y sí, estamos oprimidos, pero no por el “sistema político y económico” (relato de la Derecha e Izquierda usado para asustarlo/ilusionarlo, la mejor campaña de marketing ever) sino que por ser demasiado comunes y corrientes como para pertenecer a esa elite “económica”, “revolucionara” y/o “movilizada”. A usted lo están engañando hace rato, a usted sólo lo usan y manipulan para sumar más cabezas a ese gran ganado que muchos intentan capitalizar y llamar “mayoría”, una propaganda demasiando antigua como para creernos que es “nueva”.

Sin embargo,  más pronto que tarde sabremos la verdad, una verdad de antaño que existe desde la antigua Grecia, cuando recién entonces se esbozaba el sueño de la democracia y la igualdad: las democracias se sustentan a costa de una inmensa y silenciosa minoría compuesta por gente demasiado distinta entre sí como para conformar una gran facción, pero que paradójicamente son los más abundantes y vulnerables del sistema. He ahí nuevamente lo paradójico del Chile actual: vivimos en democracia, pero estamos forzados a unirnos a sistemas cerrados para poder ganar algo, a “tribus” donde hay pequeños tiranos y corrupciones orgánicas, y a decir verdad, da lo mismo el tinte político, la orientación sexual, el credo religioso y la región o comuna de origen de esa “tribu”, sea cual sea, estamos  casi siempre obligados a identificarnos con ellos, a pensar según sus paradigmas, a militar y ser obedientes so pena de ser excluidos. Y perdonen el dramatismo, pero ocurre que en nombre de esas “mayorías” se están tomando HOY decisiones cuyo único filtro es el nivel de aprobación que obtienen por parte de los movimientos sociales, y precisamente ahí radica el riesgo, en el momento que las políticas públicas se comienzan a desarrollar exclusivamente bajo los criterios y estándares de aquellos grupos que logran ejercer más presión en la calles y en twitter, es precisamente cuando el Estado comienza a institucionalizar esa ficción de que los “movilizados” son la “mayoría”, y entonces la voluntad que se ejerce no es la general del pueblo, sino la de los grupos más efectivos y organizados, una vez más.

Ante esto, quienes más salen perjudicados en un escenario así es ese gran grupo de ciudadanos que, ya sea por agotamiento, ignorancia o desesperanza, no tienen ni las fuerzas ni los recursos para organizarse y exigir excelencia e impecabilidad en las políticas públicas de nuestro país, situación que se acentúa en un contexto donde el Ejecutivo tiene además una mayoría “técnica” en el Poder Legislativo, permitiéndole así el aprobar de manera rápida y poco prolija distintas iniciativas cuyas consecuencias más nefastas las van a experimentar, paradójicamente, esa inmensa minoría que existe desde siempre y que hoy está más desprotegida que nunca. Por eso, mi llamado es bastante simple: no se compre eso de que “la mayoría quiere tal cosa”. Siéntase totalmente autorizado a estar en desacuerdo con las peticiones e iniciativas aparentemente populares, y no olvide jamás que incluso aquellos que hablan en nombre del pueblo tienen una agenda personal propia de la “tribu” a la cual pertenecen. 

Ni la estrategia usada por el Gobierno de apelar directamente al pueblo – “desde arriba”- como justificación de los intereses particulares de una coalición política (también conocido como populismo), ni la estrategia usada por los movimientos sociales que se manifiestan en las calles  – “desde abajo” – usándose como únicos referentes de la “voz del pueblo” para velar por los intereses particulares (y legítimos, por cierto que sí) de ellos mismos, ¡ni la una ni la otra! realmente sintonizan con el silencio de esa inmensa minoría que sigue estando igual de estancado que siempre, con un bienestar que chorrea bien poco, pero un poco más cada año, y que nos da esa falsa sensación de progreso y desarrollo.

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