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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Problemas de la educación: científicos y humanistas

Si queremos hablar de una mejor calidad de la educación, me parece necesario partir por el principio. Es decir, por los métodos y programas de estudio, porque así como están planteados en la actualidad, nunca mejorará la calidad, sea pública o privada, con fines de lucro o sin ellos, si no existe un real interés de educar verdaderamente a los individuos.

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Miguel de Loyola es Cuentista y novelista chileno, con diversas publicaciones en Chile y el extranjero desde la década de los 90 hasta nuestros días. También es editor del sitio letrasdechile.cl y secretario de redacción de revista Proa. Miembro del Círculo de críticos de arte de Chile.Profesor y Magíster en Letras por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Nadie ha reparado suficientemente en esa absurda separación entre científicos y humanistas hecha a mansalva a principios de la Educación Media, cuando los alumnos, todavía adolescentes, son apartados arbitrariamente por programas educativos elaborados por los tecnócratas de la educación, transformando al estudiantado  en  dos grupos sino enemigos, claramente estigmatizados,  tras la jerarquización de las áreas del saber, y poniendo siempre por delante a los científicos por sobre los humanistas.  Este hecho, sin duda, revela una de las causas de la baja calidad de la educación, sea gratuita o privada,  porque deja ciego uno de los hemisferios del cerebro. Por supuesto, cabe preguntarse si los jóvenes adolescentes están capacitados para elegir a tan temprana edad su destino.

En esta esquemática polarización de las áreas del saber, hay indudablemente un intento de jibarizar el cerebro  estudiantil, por cuanto se priva a unos y otros del conocimiento global del saber. Y las consecuencias no pueden estar más a la vista,  los ejemplos sobran: ingenieros y médicos ignorantes, incapaces de hilvanar una frase, y menos aún de escribir sin faltas de ortografía; abogados y licenciados ineptos para hacer el más mínimo cálculo matemático o estadístico. Es decir, profesionales cojos, necesitados de muletas o prótesis para suplir ese espacio vacío dejado en el cerebro por falta de una educación integral, capaz de preparar a los individuos para una vida que, por cierto, no sólo es trabajo profesional. Hay también otros asuntos, acaso todavía más importantes, pero siempre obviados por esta cultura educativa que divide, olvidando su deber de integrar las áreas del conocimiento. Podríamos poner un solo ejemplo: la Academia de Platón, el Liceo de Aristóteles. ¿Cuántos años nos separan de eso? Allí, desde luego, no había científicos ni humanistas, la fragua era una sola, y acaso tal vez por eso la cultura griega todavía nos resulta ejemplar.

Desde luego, también en esta separación está implícita la discriminación. Por cuanto está claro que los científicos se sienten siempre por encima de los humanistas, y la realidad así lo confirma, remunerando en el futuro mejor su trabajo profesional. No es ninguna novedad decir que el ingeniero, el médico, gana cinco o diez veces más que un profesor de Historia, aunque el ingeniero y el médico sean unos ignorantes absolutos.

Si queremos hablar de una mejor calidad de la educación, me parece necesario partir por el principio. Es decir, por los métodos y programas de estudio, porque así como están planteados en la actualidad, nunca mejorará la calidad, sea pública o privada, con fines de lucro o sin ellos, si no existe un real interés de educar verdaderamente a los individuos. Cabe recordar que el niño y el joven adolescente en general, por naturaleza es una esponja ansiosa de conocimiento, de interés por entender el mundo circundante, y, sin embargo, se generan planes de estudio para que la gente termine completamente ignorante. Se ha perdido el interés por la lectura, a partir de esa apropiación de la literatura por la lingüística, injertando teorías más propias para aplicar en un manicomio que en una sala de lectura.

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