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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Charles Aránguiz, Huenchumilla, Carcavilla y nuestro eterno miedo a lo moreno

Hay un desparpajo sano, revitalizador y rebelde, que tiene que ver con un grupo de chicos de piel orgullosamente morena que se han parado frente al mundo con sus tatuajes, sus colgantes y sus extraños peinados para respondernos la pregunta sobre quiénes son los que verdaderamente trabajan en Chile.

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

El Mundial  siempre da para mucho. Chilenos que muestran su furia futbolera-y que algunos identifican con rabia contra un sistema- , programas de televisión que hacen de todo para que el televidente esté frente al televisor casi sin respirar, y opinólogos que hablan desde un cierto podio y crean reacción también en otros pequeños opinologuillos que responden desde sus cuentas de Twitter.

Y es que todo es desparpajo y poca sutileza en estos días. Hay un desparpajo sano, revitalizador y rebelde, que tiene que ver con un grupo de chicos de piel orgullosamente morena que se han parado frente al mundo con sus tatuajes, sus colgantes  y sus extraños peinados para respondernos la pregunta sobre quiénes son los que verdaderamente trabajan en Chile.

Sus jugadas y sus desprejuiciadas formas de moverse por todo el planeta nos recuerdan que vienen de este país en donde ellos son la excepción que confirma una regla que es la gran patología de este sistema: que consiste en que en el neoliberalismo no hay movilidad social verdadera, ni menos una real reivindicación de clase. Al contrario, hay un clasismo que busca reproducirse por medio de la malentendida “libertad de expresión” de la que ciertos medios se valen para transmitir un discurso hegemónico.

Con esto último entraríamos en ese mal desparpajo,  el que muchas veces representan personas como una  opinóloga tildada como la “Doctora Cordero”, quien en un arranque de espontaneidad descalificó la piel morena de los jugadores, en ese eterno afán por ser lo que no somos, por reconocernos como áridos de tonalidad blanca y prístina. Y es que según algunos medios eso es parte de una “irreverencia”-que en castellano puro llamaríamos simplemente clasismo- de parte de este personaje televisivo. Algo que incluso aparece como una anécdota dentro de la tan desnutrida parrilla mundialera, pero que si analizamos con un poco de acuciosidad, es el resultado de una televisión que engorda sus bolsillos con este tipo de polémicas aprovechando de paso seguir inculcando una manera de pensar y de focalizar prioridades.

Si es que usted piensa que estoy exagerando, yo le podré contestar con un ejemplo que muestra cómo aún habitan en nuestras cabezas los eternos prejuicios heredados y transmitidos, aunque no nos demos cuenta. Ya que quienes hablaban en contra de las palabras de la señora Cordero, y las encontraban un hecho aislado dentro de esta fiesta del fútbol, aprovechaban de expresar su molestia frente a una idea que encontraban descabellada y  “bananera”, la que tenía que ver con la idea de ponerle el nombre de Charles Aránguiz-autor del segundo gol de Chile frente a España- a una calle.

¡Cómo se nos ocurre tal barbaridad! ¡Acaso nos volvimos locos! Fueron algunas de las frases que se escucharon y  se leyeron. Porque al parecer las calles están guardadas para ciertos apellidos, para una sola manera de vestir y de concebir Chile. Los futbolistas, quienes son aplaudidos por una elite mientras meta goles y dejen bien parados el nombre de nuestro país, la verdad es que no son más que eso para las castas: simples futbolistas. Y esta manera de mirarlos es parte esencial de este  discurso que se esparce, se difunde y sin darnos cuenta lo  estamos repitiendo en más de algún lugar. Porque creemos que es lo correcto y que nuestras avenidas deben estar solamente para una casta que se autoreproduce y se abraza fuertemente felicitándose por lo lindos, rubios y felices que son.

No nos damos cuenta-repito- del discurso, de la eternización de la manera que tenemos para concebirnos, apartándonos y escondiéndonos detrás de la perpetuación de ciertas simbologías y maneras de concebir a seres humanos.

Otro ejemplo de esto son los dichos del periodista Ángel Carcavilla, y la respuesta a estos. Carcavilla en un arranque de estupidez trató de “zorra” a una modelo de un programa de televisión en Twitter lo que, una vez más encendió el ventilador de personas que, demostrando lo que trato de plantear, defendían a esta mujer a brazo partido frente al improperio del ex hombre del Canal Rock and Pop, reafirmando así su condición de mujer objeto sin reparar en el hecho de que si bien el insulto era denigrante para esta guapa muchacha, la manera en que se le sitúa y se le mira como un trozo de carne, también lo es.

Jhendelyn Nuñez-la mujer de la que hablaba Carcavilla- es también morena, con una belleza chilena y radiante, lo que según esta mentalidad soterradamente temerosa de lo moreno es un placer, pero siempre y cuando esté en el lugar que esta sociedad fragmentada y desclasada la ha puesto.

Pero esto no es extraño ya que también, que en el mundo político, personajes como Huenchumilla, Peñailillo o Arenas sean mirados con miedo y desdén de parte de una burguesía cada vez más oculta,  pero muy  presente.

Lo que están haciendo los llamados “medios serios” con la imagen del intendente de la Araucanía- El Mercurio prácticamente todos los días aparece con reportajes insidiosos en su contra-, y  todo el fervor clasista que ha levantado el Mundial no son dos cosas separadas, sino que son parte de una misma percepción que es la imperante, y que tiene que ver con dudar, temer o hacer una falsa defensa de la piel oscura, en este afán por no ser nosotros.

 

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