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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La danza de la realidad

La película está ambientada durante la dictadura de Ibáñez, que es un caricaturizado general de cuatro estrellas con su caballo Bucéfalo (como el de Alejandro Magno, mientras que algunos recordarán como le decían al “primer mandatario” sus contemporáneos).

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

Amarcord tocopillano.

Está todo allí: la pequeña ciudad, el mar, la “tabaccaia” de busto exuberante (que aquí, derechamente, es la madre del niño), el clásico grupo escolar con su profesor, el loco del pueblo, la fascinación por el circo y la figura omnipresente del dictador (que no es Mussolini, sino Carlos Ibáñez del Campo).

A ello se agregan elementos buñuelianos: el cuarteto de monjas que ejecutan el himno nacional, la policía represiva, los habitantes de una población callampa y los seres deformados por la dinamita.

Pero – ¡por favor! – ¿cómo podría ser de otra manera si Alejandro Jodorowsky parte de una misma matriz: el surrealismo? Piensen que él estuvo a punto de contratar a Salvador Dalí para que interpretara a un personaje en su Duna, que nunca pudo hacer.

La película está ambientada durante la dictadura de Ibáñez, que es un caricaturizado general de cuatro estrellas con su caballo Bucéfalo (como el de Alejandro Magno, mientras que algunos recordarán como le decían al “primer mandatario” sus contemporáneos).

Recuerdo El topo y La montaña sagrada recargados de simbolismos, pero este filme es más directo. Aquí no vemos el producto de la defecación, sino a una mujer que orina directamente sobre el protagonista para sanarlo de la peste. Del mismo modo, la esposa (la soprano Pamela Flores, que no habla sino canta) no tiene problemas en pintar a su hijo de betún negro y de jugar al escondite completamente desnuda o de entrar “in puribus” a una taberna de marineros borrachos para demostrarle que es invisible cuando quiere serlo.

El director (que aparece como una especie de ángel guardián de sí mismo) se empecina en denunciar su condición de emarginado por ser judío (véase la secuencia en la que los niños lo excluyen del juego de “hacerse la paja” porque su pene es diverso) y comunista (las reuniones con sus camaradas travestis que cantan la Internacional están marcadas por una fuerte “irreverencia”).

Ante su necesidad de trascender, Jaime, el padre de Alejandro, quiere asesinar a Ibáñez. Ésa es la segunda parte de la película, que no voy a contar, pero que sigue un esquema cristológico preciso (más cercano al neorrealismo de un Pier Paolo Pasolini): tullido, magdalena jorobada, carpintero, flagelado, redimido.

El carrusel de 8 ½ está reemplazado por fotografías de tamaño natural, pero me atrevo a decir que hay una broma más del psicomago: en épocas en que exhibicionistas ganan millones en los “reality shows”, él nos presenta una “danza de la realidad”.

(La danza de la realidad. Chile, 2013)

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