Desmanes mundialeros y nuestras políticas públicas
Freud alguna vez planteó que la agresión era una reacción ante la frustración. Otros autores, posteriormente, señalaron que la frustración solo crea una disposición a la agresión y se necesitan otros factores para que se manifieste.
Carolina Valenzuela es Académica y Psicóloga Forense. @CarolinaCVZ
“Del amor al odio hay una línea muy delgada“. Esta frase, usualmente referida en contextos de relaciones amorosas contiene la idea de que, de lo positivo, también puede surgir algo negativo. Resulta útil, por ello, para reflexionar acerca de hechos acontecidos a partir de la clasificación de Chile a los octavos de final en el Mundial del fútbol que está teniendo lugar. De un momento a otro, pasamos a clasificarnos y nos adueñamos del triunfo. El orgullo patrio se multiplicó porque no fue un triunfo sobre cualquiera sino sobre España, el campeón mundial. Sin embargo, el mismo día en que nos sentíamos más que nunca chilenos, nos enteramos que 85 de nuestros compatriotas trataron de ingresar de forma violenta al estadio Maracaná, lo que terminó con su deportación.
En sus declaraciones a los medios justificaron su accionar en forma inédita. Se habría debido al malestar por los altos precios de la reventa de entradas, aludiendo que su detención era parte de una persecución de Brasil por miedo a la selección chilena. A esta situación se sumó que, en la celebración del triunfo que tuvo lugar en Chile, la prensa reportó más de 560 buses del Transantiago objeto de daños, 40 choferes fueron lesiones y 6 buses secuestrados.
Ante esto las preguntas evidentes son ¿qué nos pasa?, ¿por qué convertimos un festejo en una ocasión más para destruir todo a nuestro alcance?. Estas son preguntas difíciles de responder, especialmente si nos refugiados en los aspectos formales de nuestra pertenencia a la OCDE y pensamos en los 85 chilenos implicados en las tropelías foráneas más los protagonistas de los desmanes locales como excepciones que no altera nuestra flamante membresía a dicho club.
Un intento más responsable de respuesta debiera indagar en las explicaciones para las conductas violentas, sobre las que existen variadas teorías. Freud alguna vez planteó que la agresión era una reacción ante la frustración. Otros autores, posteriormente, señalaron que la frustración solo crea una disposición a la agresión y se necesitan otros factores para que se manifieste. Desde una visión más social Erich Fromm señaló que, cuando los individuos no pueden manejar su libertad, generan vías de escape y una de ellas es la destrucción camuflada en patriotismo, pasión, fanatismo o conciencia.
Probablemente no resulta útil refugiarse solamente en una y hay más teorías que puedan explicar este comportamiento, pero su importancia radica en su utilidad para el diseño de políticas públicas que permitan enfrentar la violencia social de forma de superar el cortoplacismo de las medidas de contención y control. Es cierto que éstas entregan un mayor impacto en corto tiempo, generando un efecto tranquilizador en la ciudadanía, pero son de corto alcance. Para obtener resultados, deben ir acompañadas por una mirada integral del problema de seguridad ciudadana, en donde todos los ministerios pueden contribuir a mejorar la calidad de vida y, así, minimizar las oportunidades para el descontento social. Esto requiere superar una política centrada en los réditos que dan las urnas y los tiempos electorales, pasando a una apuesta a largo plazo basada en la generosidad de dejar a la historia el reconocimiento del cambio social. Aunque la ansiedad política parece exigir respuestas efectivas en corto tiempo, ya Freud señalaba que «la restricción de su agresividad es el sacrificio primero y quizá más duro que la sociedad exige al individuo»..