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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El diario de una loca

Creo que siempre llamaron locos a los que no actuaban como la masa unificada en iguales uniformes y conductas “esperadas”. Siempre molestaron y humillaron a los locos, cuando éstos eran los valientes que resistieron y defendieron, su propia individualidad.

Por Janet Noseda
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Janet Noseda es Psicóloga. Magister en psicología clínica. Especialista en género y diversidad sexual.

¿Qué es la locura? Escuché muy claro cuando mi madre me gritó a los 4 años “¡vístete o van a pensar que estás loca!” Lo recuerdo porque había salido a correr desnuda por el jardín, alrededor del naranjo grande. Yo no sabía que la desnudez era malo ni que la gente que mostraba su desnudez, eran los locos. Yo sólo sabía que esa era yo. Ese era mi cuerpo. Así nací, así sentía mejor el viento cuando corría, así podía observarme y tocarme. Pero para no ser loca, tenía que poner telas sobre mi cuerpo y taparlo, dejar de ser natural y pura, como el gran naranjo. Para no ser loca, tenía que dejar de ser la humana que fui cuando nací.

Después, cuando estaba estudiando el comportamiento de los bichitos y aprendiendo a correr muy rápido en el juego del “tombo” con los niños de mi pasaje, me metieron a un colegio y me vistieron con un uniforme. Lloraba cada mañana. No les bastó con poner telas en mi cuerpo. Ni siquiera las podía elegir. Ahora me hacían uniformarme… desaparecer en mi propia y alocada identidad, única e irrepetible, entre la uniformidad de un grupo de niñitos dispuestos a que se les lavara el cerebro y a que fueran adiestrados para que salieran pensando como todo el mundo (¿no es ese el objetivo de la escuela?, ¿una fábrica de hacer personas que repitan el sistema?, ¿una fábrica donde entra un individuo único y sale convertido en la réplica de millones más?). Nos hacían formarnos en fila cada mañana. Creo que ninguno de esos niños se podía distinguir entre esa masa homogénea de idénticas ropas.

Los niños se burlaron de mí y me llamaron loca, porque prefería pasar más tiempo sola, observando el comportamiento de los bichitos. Me parecería que aprendería más para la vida observando a los bichos que repitiendo las tablas de multiplicar. Los demás niños llamaban locos a varios más, burlándose de ellos. Recuerdo a una niña solitaria que le gustaba mucho leer y prefería sentarse con un gran libro en el patio, en vez de jugar a saltar la cuerda con las otras niñas. Decían que era loca, rara, porque le gustaba tanto leer cosas que los demás no entendían. Recuerdo también a Tomás, que usaba unos grandes anteojos y le gustaba llevar su pelo desordenado, como un gran remolino. También lo llamaban el loco, lo empujaban y le botaban su colación. Luego, en mi adolescencia, a mi mejor amigo le llamaban “loca”, porque no jugaba a la pelota, no era rudo ni actuaba “masculino”, como se suponía que debía hacerlo… así como la masa unificada de niñitos con el mismo uniforme lo hacían.

Creo que siempre llamaron locos a los que no actuaban como la masa unificada en iguales uniformes y conductas “esperadas”.  Siempre molestaron y humillaron a los locos, cuando éstos eran los valientes que resistieron y defendieron, su propia individualidad.

Siempre nos llamaron locos y locas a quienes dejamos explotar la originalidad de nuestro bello ser. La locura es parecida a abrir una caparazón que te han puesto en un uniforme (que luego pasa a llamarse ropa de trabajo), en un dogma, en un deber ser y romperla… dejando que esa luz irrepetible salga y reemplace a los aburridos tonos oscuros del uniforme escolar.

Ser loca, es ser auténtica, es volver a lo más esencial del ser humano. La locura es la naturaleza. Es el núcleo del ser humano.

Yo decidí ser auténtica y quitarme las culpas. Decidí olvidar que alguna vez me contaron que existía un Dios que me obligaba a cumplir diez mandamientos o me iría a un lugar llamado infierno. Yo decidí sacudir esos recuerdos de mis hombros como si fueran polvo. Yo decidí asumirme como loca.

Quiero ser loca, porque en la locura está mi libertad.

Quédense con sus uniformes, sus rosarios, sus dogmas y sus protocolos. Pueden llamarme loca cuando corra desnuda por la playa pero si observan mi rostro, notarán una sonrisa de felicidad que quizás ustedes no han experimentado jamás.

Llámenme loca cuando quiera cantar canciones de juegos infantiles y jugar a la ronda del san miguel con un grupo de niñitos en una plaza. Mi corazón sigue disfrutando de la niñez. Ustedes inventaron las etapas del desarrollo humano, cortándonos, clasificándonos y diciéndonos qué es lo que teníamos que hacer según cada etapa.

Llámenme loca solterona, llena de gatos. Ustedes inventaron el matrimonio para vender mujeres, yo no. Ustedes inventaron que tenía que casarme en esta etapa de mi vida y que tenía que reproducirme. ¡Que patudez más grande venir a dictarme cuando y de qué forma me reproduzco! Ustedes, los que hablan de lo natural con sus rosarios en las manos, no tienen idea de qué es ser natural.

A Salvador Dalí le llamaron loco. Hasta lo clasificaron de esquizofrénico con un manual para locos (sí, existe un manual de locos. Lo sé muy bien porque estudié Psicología. Me entrenaron para descubrir locos, normalizarlos o encerrarlos). Sin embargo, Dalí fue único. Expresó su propio color y se quitó todo lo que le dijeron que debía de ser de encima. Se formó el bigote como él quería, no como le dijeron que se usaba un bigote y pintó los cuadros más hermosos que he visto jamás. Vaya loco.

Hoy, salí a dar una vuelta en bicicleta y en una bajada, al sentir el viento sobre mi piel y el trino de unos pájaros a mí alrededor, me pregunté cómo sería ser un pájaro… cómo se sentiría poder volar. Eso es algo que siempre me he preguntado y con lo que sueño a menudo. Entonces, abrí mis brazos y los estiré como alas de golondrina, pensando que era un pájaro. La sensación fue preciosa. El viento colándose entre mis dedos, mi corazón saltando libre, tan libre… una sonrisa enorme se dibujó en mi rostro. Observé que una mujer con su hijo en uniforme de colegio me miraba con extrañeza. Debe haber pensado que era una loca y lo soy, porque no se debe sonreír en público cuando estás sola, aunque sientas felicidad, porque eso lo hacen las locas, pero, ¿saben qué?, sonrío porque soy feliz… ¡Mi locura, me ha hecho feliz!

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