Literatura, mercado y educación
No se trata aquí de imponer una determinada fórmula temática, sino de una educación basada en la vía del ejemplo y en el hecho de ser consecuente con lo que se dice y se practica. Por ahí pasa, por cierto, la mayor dificultad, allí eclosionan las más grandes utopías. Y a eso llamamos práctica educativa.
Miguel de Loyola es Cuentista y novelista chileno, con diversas publicaciones en Chile y el extranjero desde la década de los 90 hasta nuestros días. También es editor del sitio letrasdechile.cl y secretario de redacción de revista Proa. Miembro del Círculo de críticos de arte de Chile.Profesor y Magíster en Letras por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
“Los jóvenes hoy día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan el respeto a sus maestros”.
Esta frase voceada por Sócrates en las calles de Atenas, bien podrían interpretar en parte la realidad de nuestros días. A pesar de la distancia de más de dos mil años que nos separan de los tiempos del filósofo, podríamos inferir que en ese sentido, el mundo no ha cambiado mucho. Las nuevas generaciones se sirven de sus antecesoras, sin dejar de abominar, a pesar de ello, su mala suerte, su destino ingrato. Es, por cierto, nuestra naturaleza, la rebeldía de la savia nueva, que podría crecer, y de hecho crece hacia cualquier parte, cuando no existe una guía de apoyo. Esa guía, la llamamos Educación, una ayuda, una herramienta para desenvolvernos en medio del mundo civilizado.
Sin embargo, hay un peligro, y aquí cabe citar a uno de los más grandes pensadores de la Revolución francesa: El hombre ha nacido libre, y la sociedad lo hace esclavo. Es la premisa con la que Rousseau advierte del peligro institucional, de esa potestad suprema impuesta sobre las almas por las instituciones a las cuales se les entrega los poderes de educar, vigilar y castigar, como lo interpretará Foucault varios siglos más tarde. Y es más, Rousseau plantea que el individuo tiene una bondad innata, pero en la medida que se va socializando, se hace más corrupto, adquiere formas engañosas para relacionarse en sociedad, porque la sociedad así las exige.
Por cierto, éstas no son opiniones muy alentadoras para entrar en esta discusión. Sin embargo, me parecen oportunas y lo suficientemente procaces para despertar una inquietud que vaya más allá de lo consabido y esperado respecto a estos tres grandes temas planteados en esta mesa: educación, literatura, mercado. Resulta bastante más sencillo magnificar desde un comienzo la importancia de la literatura y la educación versus mercado, como agente negativo, pero me temo que esa discusión terminaría siendo puramente ideológica y sin ningún sentido práctico.
A estas alturas, lo que necesitamos, son hechos, más que palabras para construir una sociedad más libre y sana de espíritu, que es, en definitiva, lo que hace falta. Hoy se discute mucho y se hace poco, y quienes hablan más y mejor, generalmente no hacen nada. Y esto ocurre en todas partes, en el colegio, en la universidad, y por supuesto, en el hogar, base fundamental de la educación. Necesitamos obras, las ideas sobran, desde los griegos hasta la actualidad, desde la academia de Platón hasta nuestros días, abundan las teorías, y muy buenas teorías, ilustradas, potentes y juiciosas. La dificultad pasa por ponerlas en práctica, primero, por causa del recelo de esos otros que siempre están pendientes de todo cuanto hace el bando contrario, cualquiera sea éste. Además, hay otro factor, propio de la llamada posmodernidad, hoy todos quieren –queremos- ser actores de primera fila y nadie está dispuesto a papeles secundarios que implican escuchar al otro. Segundo, porque en materia educacional y cultural, está la tesis ideológica que siempre va a cuestionar, según del lado donde se mire, cuáles serán la prioridades temáticas a seguir. Así las cosas, las sociedades libres han dejado al mercado como agente mediador, y los resultados hasta aquí son los que hoy día conocemos y cuestionamos. Pero quiero advertir que no ha sido el mercado el culpable, sino la inoperancia del sistema por los prejuicios ya mencionados
De más está decir que de acuerdo a los cientos de miles de avances tecnológicos alcanzados en las últimas décadas, está completamente probada la caducidad de los criterios impuestos en nuestra educación escolar y universitaria. Necesitamos una visión acorde a esta nueva era tecnológica, necesitamos cerrar algunos libros caducos y abrir otros, más representativos de la sociedad en que vivimos. Necesitamos sellar algunas lápidas y enfrentar el presente desde una perspectiva realmente renovada, que incorpore los cientos de avances y centros de atención que ocupan a las nuevas generaciones. Necesitamos separar la historia de la literatura, por ejemplo, de la literatura que leen o les gustaría leer a los jóvenes en la actualidad. Necesitamos terminar con los mitos que impiden el acceso a la cultura, muchos de los cuales en la práctica resultan falsos, como aquel que dice que ayer se leía más que hoy, o aquel otro que postula que en el pasado se publicaba más que en la actualidad. Hoy día se publican en el mundo una cantidad de libros jamás antes pensada, pero sin ningún control. La libertad y democratización de la cultura vía tecnológica lo permite. Lo que está fallando son los organismos para separar la paja del trigo.
El problema pasa entonces en cómo llevamos las ideas a la práctica. Es por allí por donde fallan los sistemas, los estados y sus instituciones. Los gobiernos están saturados de ideólogos, cada cual más inteligente para hacer su negocio, pero ninguno con sentido práctico para los asuntos del espíritu. Sin duda, es más fácil llenar el estómago de la gente que su alma, ya lo dijo Hegel, la conciencia es deseo y desea el deseo del otro. Y la práctica, para el tema que nos ocupa, es un asunto fundamental. La educación no se puede dar sin práctica, sin una práctica educativa clara y acorde a los tiempos que se viven. Son las prácticas educativas las caducas, las que no sirven para los tiempos modernos. Son las formas y métodos los que ya no interpretan, pero se sigue majaderamente imponiendo los mismos desde hace más de cien años.
En consecuencia, si queremos mejorar la educación, necesitamos abocarnos a su practicidad, de lo contrario seguiremos eternamente encadenados a temas ideológicos que no conducen al mejoramiento de nada, salvo a la farándula política, a la lucha por el poder, y al olvido completo de las cuestiones de fondo para los ciudadanos comunes y corrientes que no tenemos nuestras metas puestas en el poder. “Las ciencias y las artes, sostiene Rousseau, están por encima de cualquier otro saber, y tienden cadenas bastante más sólidas y seguras que las políticas, porque éstas representan la esencia del espíritu humano que lo diferencia del animal.” Y agrega “La decadencia del hombre se caracteriza por aparentar lo que no es.” Y es lo que ocurre en nuestros días, cuando se está más preocupado de la lucha por el poder, aparentando un virtuosismo y una ética que nuestros políticos, una vez entronizados, no tienen.
Pero atención, no porque un individuo lea libros de ética, termina siendo más ético en su vida diaria que aquel que no ha leído ninguno. No se trata aquí de imponer una determinada fórmula temática, sino de una educación basada en la vía del ejemplo y en el hecho de ser consecuente con lo que se dice y se practica. Por ahí pasa, por cierto, la mayor dificultad, allí eclosionan las más grandes utopías. Y a eso llamamos práctica educativa.