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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Masculinidades: entre el aborto y la paternidad

El aborto se concibe como el corte a la trascendencia de lo masculino. Históricamente hemos impedido el aborto por lo mismo, entonces el cómo entender el vínculo con el aborto en los varones es vital, porque la receta ya no sirve. Estar entre el corte (aborto) y la continuidad (paternidad), ése sería el dilema y la tensión.

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Después de tanta efervescencia mediática, moral y mesiánica del tema del aborto me pregunto: ¿Qué lugar nos cabe a los varones en esta temática? ¿Quedamos en el pro y en el contra? ¿Qué podemos opinar del cuerpo ajeno nosotros? This is the question.

Participamos en el acto reproductivo pero los nueve meses los asume ella. Parecemos fuera de toda injerencia, excepto por acto “amatorio”, del aborto. Y por otro, la paternidad – en tanto hecho biológico y reproductivo- está, por ahora, ligada inexorablemente a este acto también, así que la pertinencia para discutirlo está más que legitimada y patente. Sin embargo, quisiera que pensáramos, y que diéramos un giro a esa línea de debate y consideremos, la posibilidad que: los hombres también abortamos.

Esta no es tan rara o fuera de lugar como podría aparecer inicialmente. Seguramente el signo de interrogación, en mayúscula, en el/la lector/a pero hay noticias como esta [1] que me motivan pensar en esta línea. Pensemos en lo siguiente: En cada eyaculación los varones matamos a aproximadamente entre 200 a 400 millones de vidas y no tenemos ningún castigo por ello ni tenemos que cargar nada algo por 9 meses. O sea, somos peores asesinos que todos los dictadores de los últimos 2000 años juntos en una pura eyaculación pero nada se nos coloca sobre nuestra conciencia ni se castiga a nuestros cuerpos. Ese absurdo es, creo, signo de una angustia masculina por “retener” algo suyo: el semen. Esta angustia masculinizada, de cierta espermofilia por decir así, es posible ver en este extracto de una película llamada “Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar” de Woody Allen.

En Antropología, el análisis de la cultura en sus propios términos, le es bastante familiar el análisis de cómo los líquidos corporales pasan por un proceso, cultural, de significación. Entender cómo opera esta forma, de entender y actuar en el mundo de manera supuestamente masculina y cómo se establece un patrón del pensar y sentir mediante la comprensión de actos como los mencionados recientemente. Esto no es nuevo porque la denominada espermofilia de los Baruya , en Papua Nueva Guinea, es notable en el estudio clásico de Maurice Godelier y sin embargo no es necesario ir tan lejos para también detectar esta misma lógica en nuestra propia cultura, en nuestro propio patio. Se ve claramente en las películas pornográficas [2] en donde el relato y narrativa sexual comienza y termina con la eyaculación masculina. Ciertamente la parafilia, en el mismo ámbito, da para una lectura más compleja pero consideremos la  poca o nula consideración, desde nuestros cuerpos masculinos condicionados culturalmente, a otros tiempos y narrativas, cerrándose (de ahí que se habla de androcentrismo) desde/en lo masculino.

Este androcentrismo, también puesta en escena en nuestra realidad social con la moralidad católica conservadora, conlleva un prejuicio y ciertas incoherencias de más variado tipo. El castigo más severo a la mujer por cuanto ella, y su cuerpo, no puede tener muchas parejas sexuales porque sino es una puta y, sin embargo, le cargamos toda la mata al hacerla la “encargada” de la reproducción y cuando se niega a ello la clasificamos negativamente por negarse a encarnar la figura de “madre”[3].

Recuérdense también de cómo este discurso se encarna en las mujeres con dichos de Ena Von Baer con el clásico “una mujer que presta el cuerpo“ en esta noticia. Hay nociones de corporalidad, sexualidad y género que se esconden frente a nuestras narices y no es necesario pasar a una sociedad exótica para entender lo humano, específicamente en el tema de género como en este caso. Entonces, como sociedad omitimos el asesinato, por parte de nosotros varones, de millones de vidas pero alegamos por un ovulo; nos vanagloriamos de ser liberales pero cuando se toca lo femenino toda dimensión pública, y también privada, se alude a la profanación de lo sagrado y se transforma el sujeto en un robot, en un reservorio u omite – en el caso de los hombres – su opinión o participación. Hay entonces, en primer término, una (sobre) protección de lo femenino pero que en realidad es un mecanismo de control del cuerpo femenino y, paralelamente, segundo una libertad para que lo masculino actualice sus privilegios. O sea, es la misma escena en que la familia deja encerrada a la hija por peligro de violación pero dejamos que el varón salga, con plata en el bolsillo, y que termina (potencialmente) violando a otra mujer.

El aborto se concibe como el corte a la trascendencia de lo masculino. Históricamente hemos impedido el aborto por lo mismo, entonces: ¿Cómo entender el vínculo con el aborto en los varones? es vital, porque la receta ya no sirve. Estar entre el corte (aborto) y la continuidad (paternidad), ése sería el dilema y la tensión. ¿Elección propia o ajena?, he ahí la dificultad en la que estaría el macho  chileno. Ahora bien, esta es también una oportunidad para mostrar(se) en las otras formas de vivir el ser masculino en la sexualidad.

Notas:

[1] Aquí toma la postura del macho que alega por el despojo de su “mojo” (vea películas de personaje paródico de 007, Austin Power)

[2] Y también esta industria es mucho más que esto y tiene una riqueza de análisis al cual se refiere de manera exhaustiva Bernard Arcand en su libro “El jaguar y el oso hormiguero. Antropología de la antropología”.

[3] El marianismo en América latina es un tema larga y extensamente discutido por Sonia Montecino.

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