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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La Roja contra el poder: Pidamos lo imposible

A la Roja se le pide fidelidad a su rebeldía, a su valentía, su orgullo; que se juegue su suerte de frente y sin chistar si las cosas se tuercen. Sin volver a las cavernas ni a los papelones. Que siga el camino atacante que encendió a esta sociedad y cumpla su promesa de ir a ganar a quien sea.

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Morir con Brasil o reescribir la historia. La Roja tiene un desafío monumental, el más grande posible en cualquier mundial, más en este. Es un momento supremo. El grupo de Sampaoli tiene la  oportunidad de romper todos los moldes de su historia y los de este Mundial.

Está casi todo dicho. Sobre la maldición brasileña, sobre los 61 partidos que lleva la canarinha sin perder en su tierra, sobre los árbitros, sobre la FIFA,  sobre la emocionalidad desmedida y el bi polarismo de chilenos, sobre los chuligans,  que  tampoco han dicho la última palabra en Brasil.

Lo peor de la llegada de Brasil fue la mala manera de perder contra Holanda. Esa vuelta a las viejas monsergas de la señora FIFA, del árbitro africano (a otras selecciones les tocó uno chileno comepenales, ojo), esas exigencias de árbitros de primer nivel, como si la culpa de la derrota contra la Oranje la hubiera tenido el árbitro. Lady FIFA nombró a un experimentado, lo que no garantiza nada.

Fue decepcionantes ver a Sampaoli criticar la táctica holandesa, la primera vez que el entrenador recurre a ese discurso distractivo para justificar una derrota, como si nunca hubiera visto un mundial de fútbol, una cita donde han sido campeones equipos infumables como algunos italianos y brasileños como el que dirigió el mismo Felipao Scolari en 2002, del que no se acuerda nadie.

La Roja no pudo con Holanda, fue un equipo inofensivo, sin su tensión dramática sin su insolencia de población. Lo explicó van Gaal después de las absurdas quejas de Sampaoli: “No jugamos como usted quería sino cómo nos convenía para ganar el partido. Nosotros no hemos venido a un concurso de belleza sino a ganar el Mundial”.

Todo este ataque de nervios, de frustración, de impotencia, viene del sorteo que ligó la suerte de Chile con la de Brasil. La putada es que desde el día de ese  sorteo se sabía que era el camino más seguro, como si un designio bíblico volviera a caer sobre la Roja y la emocionalidad nacional.

La Roja se juega su boleto para entrar en la leyenda en Belo Horizonte contra la maquinaria Scolari, diseñada para ganar el campeonato no para levantar admiraciones por sus propuestas estéticas ni tácticas. Hace años Brasil parece Alemania y al revés.

La oportunidad es histórica, dijo Bravo, reconduciendo el camino. Es el momento de Sampaoli y su grupo de vietnamitas. Si consigue hacer uno de sus partidos perfectos, si en  y enciende su propio fuego y se olvida de manos negras, que las hay, tiene las herramientas para ganar a cualquiera, incluido este Brasil.

También se juega la forma de ganar o perder. Una victoria chilena dinamitaría el mundial, elevaría a la Roja a los cielos  y posiblemente acabaría con el Transantiago, todo en un día.

Sería hermoso ver saltar el Mundial por los aires y conocer esa experiencia suprema de tumbar al gigante pero sería bochornoso volver a los viejos tiempos. Si la Roja se va del Mundial que lo haga con grandeza.

A la Roja se le pide fidelidad a su rebeldía, a su valentía, su orgullo; que se juegue su suerte de frente y sin chistar si las cosas se tuercen. Sin volver a las cavernas ni a los papelones.  Sabemos que puede tumbar a cualquiera aunque despachar a Brasil en su Mundial parezca y sea una aventura para titanes.

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