¿Hasta cuándo compañeros…? Sebastián y Marco en la historia de los que luchan
Sebastián Acevedo y Marco Cuadra son trabajadores asesinados por la violencia estructural, engendrada durante dictadura y que se consolidó en los gobiernos de la postdictadura, a través de la violencia ejercida por el mercado.
Karen Alfaro Monsalve es Doctora en Historia. Académica de la Universidad Austral de Chile
El pasado 27 de Junio falleció tras días de agonía Marco Cuadra, dirigente sindical del Transantiago, que se quemó a lo bonzo, producto de las injusticias del sistema laboral en el país. Este hecho nos lleva inevitablemente a pensar en las razones que motivan a experimentar esta acción, cuya experiencia pone al límite las fuerzas humanas. Es un acto desesperado por interpelar a la ciudadanía que nos recuerda otras acciones del pasado llevadas a cabo por distintos actores sociales. Una de ellas la realizó Sebastián Acevedo, quien se inmoló frente a la catedral de Concepción el año 1983, con el fin de denunciar la violencia de la dictadura militar que le arrancó sus hijos a manos de la CNI.
Sebastián y Marco son trabajadores asesinados por la violencia estructural, engendrada durante dictadura y que se consolidó en los gobiernos de la postdictadura, a través de la violencia ejercida por el mercado.
Bajo la dictadura militar el sindicalismo chileno fue víctima de una doble forma de violencia: por una parte, política, que afectó fundamentalmente a las bases de la organización de los trabajadores y a su vínculo con las estructuras partidarias; por otro lado, jurídica, la cual implicó una transformación de la normativa que regía desde la década del ’20 y que surgió como fruto de las luchas históricas del sindicalismo.
El modelo engendrado por el neoliberalismo utilizó una de las principales estrategias de control sobre la movilización social vinculada al movimiento sindical. Consistió, a nivel estructural, en la amenaza del desempleo como mecanismo de desactivación del conflicto laboral. Con ello se querían aplacar las reivindicaciones sociales y laborales, pero también buscaba una disminución progresiva del salario y, por extensión, la pauperización de las condiciones de vida de los trabajadores.
Si bien durante los primeros años de la transición a la democracia, desde 1990 en adelante, el sindicalismo se establece como una fuerza social relevante, a lo largo de la década se provocó el debilitamiento progresivo de su injerencia como actor político. Así, a pesar del aumento gradual del número de sindicatos, existió un irregular proceso de sindicalización de los trabajadores. Es decir, pese al leve crecimiento en el número de los sindicatos, disminuyó la cantidad de trabajadores afiliados. El 80% de los sindicatos activos en el país tenían menos de 100 socios. De este modo, la población afiliada disminuyó de 724.065, en 1992, a 576.996 en 1999 . Sumado a lo anterior reconocemos un aumento de las organizaciones sindicales en receso, que representaban en 1999 más del 40% de los sindicatos legalmente inscritos, lo que golpeó fundamentalmente al sindicalismo en las pequeñas y medianas empresas.
Del mismo modo se dio un debilitamiento del derecho a la negociación colectiva, como mecanismo legal de los trabajadores para lograr establecer las condiciones salariales y laborales. Lo anterior es consecuencia de la informalización de los mecanismos que buscan conseguir las condiciones laborales propicias para el resguardo de los derechos de los trabajadores. De acuerdo al Departamento de Estudios de la Dirección del Trabajo, aproximadamente 840 mil personas realizaban labores sin disponer de documentación que avalara las condiciones de dependencia y el resguardo legal de los derechos de los trabajadores. Además, cerca de un 40 por ciento de los ocupados no cotiza en Administradores de Fondos de Pensiones.
Otro factor que se agrega a lo que hemos dicho es la política de “concertación social” como principal estrategia de contención de los conflictos sociales. Esto impacta en el sindicalismo pues la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) pasa a constituirse en una organización liderada por militantes de la hoy Nueva Mayoría, quienes están contribuyendo a la desactivación de los conflictos laborales. En este sentido, resulta cuestionable el papel que cumplió la CUT en la reciente negociación por el salario mínimo, dejando en evidencia su rol colaboracionista con el gobierno y el empresariado, como también su falta de representación de las y los trabajadores de Chile, bajo el argumento de proyectar una agenda larga de progresivas transformaciones de las condiciones laborales. Esto crea un escenario propicio para que la derecha de modo oportunista elabore un discurso público a favor de un mayor aumento del salario.
Frente a la debilidad del sindicalismo en el país estos acuerdos entre la central sindical y el gobierno, en torno al salario mínimo, se toman en negociaciones de espalda a las y los trabajadores, exclusión naturalizada en el ciclo postdictatorial, así como la injusticia y la violencia del mercado. Se hace necesario revertir esto dotando de mayor fuerza e incidencia a las y los trabajadores, para que la defensa de sus derechos no sea escamoteada por quienes se coluden en la conservación del statu quo.
Es en este marco donde cobran mayor sentido las últimas palabras del dirigente sindical Marco Cuadra: “¿Hasta cuándo compañeros…?”