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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Martín Larraín y lo peor de nuestra educación

Si uno observa a Martín, su tenida, su cara fruncida y su constante modo parece heredado e inculcado más que reflexionado. Así le enseñaron ser, total él es un Larraín y tiene en sus hombros la herencia de una vieja oligarquía que se siente atacada constantemente frente a la realidad real, no a esa que se han inventado constantemente, sino la tangible.

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

El caso de Martín Larraín no ha dejado indiferente a nadie. La resolución judicial que no incluye prisión, ha estado en boca de todos, y las opiniones al respecto están al servicio de quien quiera escucharlas o leerlas.

Si bien el tema principal es la manera en que los tribunales aplicaron la ley en este caso, parece importante también detenerse en el carácter y la procedencia del menor de los Larraín. Porque si uno lo piensa, el futuro de Martín estuvo definido desde un principio por sus padres: un buen matrimonio, una educación privada y unos amigos que tengan los apellidos que su padre considera que son los adecuados para que su hijo experimente la amistad.

Lo principal son los círculos, y por ello don Carlos debe haber fomentado, al igual que con sus demás hijos, la idea en la cabeza de Martín de que lo principal es juntarse con los suyos, con los que comparten el mismo vocabulario, los mismos lugares de veraneo y, por sobre todo, las mismas expectativas con respecto a lo que viene hacia adelante. Es decir, Martín se crió dentro de una sola manera de pensar para así contribuir con el desarrollo de una casta en particular y junto con ello, a su hermetismo.

Don Carlos, con su dinero y su posición social, determinó qué era lo que debía ser Martín cuando grande y sobre todo qué lugares debía frecuentar, para así lograr a través de él la perpetuidad de una forma de ver la sociedad y de concebir la realidad, siempre rodeado de sus iguales. Pero sobre todo siempre bajo la idea de la “libre elección de los padres”.

Es complejo que tu papá o tu mamá proyecten sus ideas de lo que quieren que seas, viéndote casi como una extensión de lo que sus años no le permitieron hacer. Si uno observa a Martín, su tenida, su cara fruncida y su constante modo parece heredado e inculcado más que reflexionado. Así le enseñaron ser, total él es un Larraín y tiene en sus hombros la herencia de una vieja oligarquía que se siente atacada constantemente frente a la realidad real, no a esa que se han inventado constantemente, sino la tangible.

Es por esto que la segregación les parece normal. Cómo es posible que haya personas que piensen que ellos deben someterse a la misma educación que los demás, en los mismos colegios y compartiendo los patios de recreos con personas que no tienen la misma estirpe, la misma herencia genética, ya que sus antepasados no fueron grandes próceres ni menos formaron parte de la independencia de la patria, como si lo hicieron los suyos.

Pero resulta que por este nulo contacto con lo palpable, es que Martín Larraín funciona frente a la ciudadanía como un desadaptado al arrancarse cuando ve a un hombre bajo su automóvil, para luego inventar historias sobre lo sucedido junto a sus amigos que, al igual que él, no entienden mucho esto de la justicia y de responder como ciudadano frente a los errores, de manera responsable y sin caer en conductas propias de un menor de edad. Porque no se lo enseñaron, porque, al contrario, solamente les ratificaron su condición de personas con particulares beneficios y los educaron para moverse solamente en un sector, en una parte de Chile, la que les parece más fácil y no les exige compromisos más allá de seguir el camino que sus mayores les construyeron.

La familia Larraín- por medio del patriarca y del ahora mediático hijo- han sido la evidencia empírica de por qué en Chile se necesita una educación gratuita, pública, pero sobre todo integrada. Y también es la muestra clara de dos patrias que se han creado gracias a una segregación brutal que desde arriba se quiere mantener intacta por el miedo a lo concreto, a una realidad que han escuchado de lejos y que tienen miedo que resulte muy real una vez cerca.

La libertad de elección, no es más que un fundamento para seguir segregando, para seguir partiendo en dos a una sociedad que necesita como nunca mezclarse, tocarse, y ser permeable frente al dolor del prójimo. Y eso Martín y los suyos no lo entienden, y no lo entenderán jamás  si es que no nos empecinamos en construir un país en donde los beneficios de unos no opaquen la vida de otros y menos su felicidad. Un Chile en el que seamos más sinceros cuando queramos plantear un debate, sin que algunos pocos continúen sirviéndose de resquicios para seguir disfrutando de la terrible grieta social.

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