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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El lucro, un relato en primera persona

"En aquel tiempo las prácticas que he relatado eran normales, socialmente aceptadas. La discriminación, la privación de derechos, la caricaturización y represión, todo era parte de la realidad que a millones nos tocó vivir".

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Jaime Sáez es Valdiviano, militante de Revolución Democrática y candidato a Magister en Desarrollo a Escala Humana y Economía Ecológica en la Universidad Austral de Chile. Actualmente postula a la directiva nacional del movimiento en la Coordinación de Acción Política. "Desde el sur aspiro a participar de las transformaciones profundas que desde RD queremos impulsar".

Fin a la selección, fin al lucro y fin al copago. Son tres proyectos que abren la puerta a un cambio profundo y radical, entendiendo que son la punta de lanza de una reforma que requiere una participación amplia y con garantías de incidencia por parte de la sociedad organizada. Asunto comprometido por Eyzaguirre al decir públicamente que “los diálogos por la educación serán vinculantes y la base de los proyectos que se enviarán al parlamento”.

Estos son tiempos en que el proceso de reforma educacional se ve amenazado. Por un lado, los conservadores -esa élite económica y política que vimos operar sin asco hace unas semanas por el ajuste tributario  y que ahora no duda en aterrorizar a la población mediante gigantografías y campañas de desinformación- y por otro, una izquierda que recién ahora (enhorabuena) ha entendido que el sentido común de los cambios es un campo en permanente disputa.

Por eso es muy positivo que se sumen a los espacios de discusión y debate en torno a la reforma, ya que marginándose solo le hacían un favor a la derecha. Subsanado este problema, parece que ahora el ‘enemigo’ está en los sectores conservadores de la Nueva Mayoría, además de los principales medios de comunicación y la iglesia; actores que claramente no están interesados en comprender la realidad de nuestro sistema educativo.

Ante esta polarización creciente -entre quienes creemos en transformaciones profundas- quiero plasmar en esta reflexión mi experiencia con el lucro en la educación. En base a este relato sostendré la importancia de avanzar en un consenso democrático por la educación como un derecho social, donde las lógicas del mercado no han de tener cabida.

Ingresé a la educación media en el 2000. Mi colegio era el Instituto del Pacífico de Puerto Montt. Cuando entré, este ‘emprendimiento educativo familiar’ llevaba dos años de vida, contaba con un moderno edificio y buen equipamiento en general, aunque carecía de suficientes estacionamientos para una clase media “emergente” en permanente expansión, y siempre ávida de renovar el auto. No teníamos gimnasio, pero sí contábamos con un extraordinario equipo de básquetbol -contradicciones de la vida.

El uniforme era lógicamente distinto, no podíamos ser iguales a los demás, teníamos que proyectar una imagen exitosa. El director era un señor de derecha con aires de “progre”, los profes eran un mundo aparte, algunos muy abnegados y comprometidos con eso que llaman “proyecto educativo” -y por el que nuestros padres desembolsaban entre 40 mil pesos el 2000 y 80 mil el 2003- otros profes, simplemente estaban ahí porque les tocó esa pega, afortunadamente eran los menos.

En general todos éramos de clase media consumista y apática. Esa que entendió la alegría noventera como la fiesta del crédito. En mi curso la mayoría se podía catalogar como de “derecha”, incultos, ofensivos, discriminadores y agrandados, fruto de la cultura de la basura. Como olvidar exclamaciones como “comunista”, “resentido”, “desubicado”, cada vez que alguien osaba criticar lo normalmente establecido. En ese contexto, quienes teníamos un espíritu un poco más crítico, éramos acallados y ridiculizados. Así, cuando una o dos veces al mes el señor de la administración o un inspector se dirigía a nuestra sala a señalar a viva voz la lista de morosos, nadie se inmutaba, o reclamaba para defender al (los) caído, por el contrario se burlaban. Cuando eso pasaba, los que debíamos la mensualidad (yo era recurrente), teníamos que abandonar la clase y pasar el día en la biblioteca. Confieso que cuando eso ocurría me inundaba la vergüenza de no tener plata y “ser menos”, la rabia y la profunda tristeza de saber que no tenía derecho a estudiar si no pagaba. Lo mismo le pasaba a muchos otros. Por lo menos, no estaba solo.

En aquel tiempo las prácticas que he relatado eran normales, socialmente aceptadas. La discriminación, la privación de derechos, la caricaturización y represión, todo era parte de la realidad que a millones nos tocó vivir.

¿Alguien considera que lo descrito son hoy prácticas válidas? – es fácil imaginar que no – El sentido común, hoy, ha cambiado. Terminar con el lucro, el copago y la selección en la educación escolar, es un cambio paradigmático que acaba con los pilares de un sistema diseñado para ser una “moledora de carne”, que forma consumidores, mano de obra, mas no ciudadanos.

¿Que el gobierno ha cometido errores de diseño político? Por supuesto que sí, no cabe duda. Lo anterior, ¿es razón suficiente para que los distintos actores involucrados se marginen de la posibilidad de incidir en el diseño de los cambios? En mi opinión, no.

Como ciudadano y actor político, considero deseable que quienes conducen hoy distintos espacios de articulación política y social tengan responsabilidad y conciencia histórica. No olviden que somos millones de chilenos los que venimos movilizándonos por más de diez años en torno a una demanda urgente. ¿A cuántos estamos condenando en vida cada día que permitimos que este modelo siga operando?

No nos perdamos, apoyar la reforma y participar de ella, no es casarse con el Gobierno o hacerle el juego a la Nueva Mayoría. Empujar la reforma es posicionarnos en la historia y escribirla con nuestro puño y letra. Si no es con nosotros, la reforma ocurrirá con los poderosos de siempre y en un sentido contrario a lo que anhelamos. ¿Queremos eso?

Si no partimos con la educación todas las transformaciones restantes serán solamente una quimera.

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