¿Nuestros representantes nos representan?
Las diferentes reformas, tal y como se encuentran planteadas hoy en día, han provocado que el debate se centre al interior de las cúpulas de poder, en lugar de incluir en la discusión a los diferentes actores de la sociedad. Esto terminará por empobrecer el necesario debate.
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A lo largo del último tiempo, nuestra sociedad ha sido testigo de cómo la reforma electoral, tributaria y educacional han jugado un rol preponderante en la agenda política de los últimos meses. Sin embargo, y con un profundo pesar, hemos visto como la participación política ha sido dejada de lado en la discusión, a pesar de ser un elemento fundamental en el desarrollo de la vida política. Lo anterior se torna más relevante si tenemos en consideración los datos que demuestran que la vida política en nuestro país posee cada día menores índices de participación y que la credibilidad de nuestras autoridades cada vez es más cuestionada.
A partir de ahí, resulta irónico ver cómo el debate social y político, gracias a nuestras autoridades, se ha centrado en los intereses particulares de quienes nos gobiernan, dejando de lado las principales funciones por las cuales debe velar todo partido y movimiento político para obtener una vida política coherente. En concreto estamos hablando de la armonización de intereses, la creación de canales que permitan la transmisión de las demandas ciudadanas, la formación de una política profesional y, lo más importante a nuestro juicio, la socialización política.
Las diferentes reformas, tal y como se encuentran planteadas hoy en día, han provocado que el debate se centre al interior de las cúpulas de poder, en lugar de incluir en la discusión a los diferentes actores de la sociedad. Este elemento inevitablemente terminará por empobrecer el debate de ideas necesario para una óptima vida democrática. Por otro lado, si se tiene en consideración que el fin último de nuestros candidatos se encuentra en representar, término definido por la RAE como “sustituir a uno o hacer sus veces, desempeñar su función o la de una entidad, empresa, etc.”, la lógica nos indica que nuestros representantes debiesen de actuar según los requerimientos y necesidades de la ciudadanía, y no bajo la lógica de resguardar los intereses personales.
Una consecuencia directa de esto, tal y como lo demuestra la última encuesta CEP, es que sólo el 18% de la ciudadanía aprueba la forma en cómo el Congreso está realizando su labor. De esta manera, mientras nuestras autoridades no abandonen la lógica del clientelismo político y no se pongan al servicio de los intereses particulares de ciertos grupos y personas, la confianza y la participación política en nuestro país seguirán decreciendo, y ya no será un 39% de la ciudadanía que no emite el voto porque no le interesa la política, sino que aumentará de manera exponencial.
Es precisamente este nuestro desafío, ser capaces de encantar y representar de la forma adecuada a la ciudadanía. La forma de hacer política debe cambiar, debe primar el diálogo, el bien común y la horizontalidad en el poder. Y está en nosotros, en la juventud de un nuevo movimiento político, hacernos cargo de este problema.