Un cuento chino: tensión entre rutina y azar
La vida es más sencilla y uniforme de esta manera, hay menos espacio para el azar. Sin embargo, los surrealistas lo dijeron, siempre queda un intersticio, un pequeño orificio en el muro por donde se cuela lo insólito y vemos, como espectadores, la objetividad del azar cuando Roberto se encuentra con Jun en las cercanías del aeropuerto de Buenos Aires.
Valeska Núñez S. es Ha trabajado en educación, como profesora, tutora, investigadora y profesional de programas gubernamentales.
La casualidad, según la RAE, es la combinación de una serie de circunstancias que no se pueden prever ni menos evitar. La casualidad se instala en el mundo y provoca el “normal” curso de nuestras vidas. A pesar de que planifiquemos y replanifiquemos, estamos a merced de aquello que no podemos explicar y que simplemente sucede. “Coincidencias significativas” las llamaría Carl Jung; “azar objetivo”, los surrealistas. Esto último parece una paradoja si nos preguntamos ¿qué tiene de objetivo el azar?
Un cuento chino, película argentina de Sebastián Borensztein (2011), desde su presentación también se muestra como una paradoja; porque si bien entendemos, a través de los análisis históricos y de la cultura popular, que un “cuento chino” es una historia que poco tiene de verdadero, sino mucho de fantasioso, de mentiras y fuegos de artificio, el film comienza interpelándonos cuando leemos: “Esta historia está basada en hechos reales”.
La primera secuencia muestra a una pareja en Fecheng, China, disfrutando de un romántico paseo en bote. Él está a punto de darle unos anillos de compromiso a ella, cuando una vaca cae del cielo, aplasta a la joven y hunde el bote. Repito: una vaca cae del cielo. ¿Casualidad? Jun, el joven chino interpretado por Ignacio Huang, queda en el agua del lago gritando y tratando de salir. La siguiente secuencia se describe al otro lado del mundo, donde Roberto, interpretado por Ricardo Darín, cuenta los tornillos de una caja en su ferretería de Buenos Aires. Al parecer siempre lo hace, porque lo quieren perjudicar y más de alguna vez faltan diez o quince tornillos por caja. En efecto, en este conteo, son 323 y no 350 como dice su envase.
Roberto es un solitario y malhumorado hombre descendiente de italianos, dueño de la ferretería “De Cesare” que otrora fuera de su padre. Está lleno de pequeñas obsesiones y manías: vive la vida refugiándose en sus rutinas. Lo que este personaje no sabe (o no quiere saber) es que la vida es azarosa, está llena de infinitas posibilidades, y opciones a las que nos tenemos que enfrentar diariamente. Esta complejidad, que a varios aterra, Roberto (como muchas otras personas) la simplifica a través de la repetición de acciones diarias, como abrir la ferretería a la misma hora, contar tornillos, agregar una figurita de cristal a la colección en cada cumpleaños de su madre (quien murió cuando Roberto nació), apagar la luz y dormirse siempre a las 23.00 horas o, quizá la más importante, buscar noticias insólitas en diarios locales o internacionales.
La vida es más sencilla y uniforme de esta manera, hay menos espacio para el azar. Sin embargo, los surrealistas lo dijeron, siempre queda un intersticio, un pequeño orificio en el muro por donde se cuela lo insólito y vemos, como espectadores, la objetividad del azar cuando Roberto se encuentra con Jun en las cercanías del aeropuerto de Buenos Aires.
Este hecho marca el inicio de la complejidad que se introduce en la vida del protagonista, ve amenazada sus rutinas y su vida tranquila. “¿Por qué mierda estoy metido en esto con vos, cómo puede ser?” Le pregunta Roberto a Jun más adelante, cuando todo es un caos. O más bien se lo pregunta a sí mismo, dado que ambos hablan lenguas distintas y nunca pudieron conversar (que no es lo mismo que decir que nunca se entendieron). Esa es la pregunta importante, ¿por qué? O quizá ¿para qué?
Mari (Muriel Santa Ana), una mujer dulce y espontánea que visita de vez en cuando desde el campo a su hermana, vecina de Roberto y casada con su amigo Leonel, es otra de las maneras en que en el protagonista percibe tensión con sus rutinas. Mari y Roberto alguna vez tuvieron un romance fugaz y ella persevera a través del tiempo en el encuentro, porque desde que lo vio por primera vez en la casa de su hermana sintió que lo conocía desde siempre. “Hay dos cosas que rápidamente percibo en la gente: la nobleza y el dolor, y vos tenés ambas”, le dice a través de una carta que le envía a Roberto y que nunca fue abierta hasta ese momento en que la vida de él está siendo apuntalada por estas coincidencias. Pero Roberto le insiste más adelante: “Para mí es muy difícil manejar ciertas cosas”. “Yo sé”, responde ella, “por eso no me das una chance a mí y eso que yo hablo español”.
“La vida es un sinsentido” declara Roberto cuando le enseña a Jun su colección de noticias insólitas. Un sinsentido al que Roberto no está dispuesto en su propia vida, pero que lo atrapa en distintas formas. Jun replica: “todo tiene sentido”. Todo tiene sentido si descubrimos ese por qué y para qué.
Ante la pregunta de Leonel de “¿Cómo te trata la vida?”, hacia el final de la película, Roberto responde: “Como el culo”. Claro, como el culo, porque todo lo que ha usado para construir su refugio ante la impredecibilidad de la vida se está desmoronando, porque ha tenido que tomar decisiones ante la infinitud de posibilidades, porque se ha enfrentado al azar y a las coincidencias, porque la casualidad se ha instalado en su vida y no puede escapar. La pregunta sigue siendo: ¿Para qué?