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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

“La princesa prometida”: lo natural de lo sencillo

No es fácil encontrar calidad, belleza o simple atractivo en una película sencilla. La naturalidad y sencillez también quedan relegadas a un segundo plano, al igual que la memoria.

Por Valeska Núñez S.
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Valeska Núñez S. es Ha trabajado en educación, como profesora, tutora, investigadora y profesional de programas gubernamentales.

A pesar de que la memoria es una función del cerebro que permite almacenar y recuperar información del pasado, también es una habilidad poco valorada en relación al aprendizaje y a los procesos cognitivos en general. Frente a la complejidad del análisis, la evaluación o la creación, todas estas habilidades superiores, la memoria queda relegada a un segundo plano, un mero escalón por el cual se debe pasar para llegar a procesos más complejos.

Así mismo las grandes películas, tales como colosales producciones, clásicos de siempre o hermosas realizaciones de cine arte, son “mejor miradas” por la crítica o por todos aquellos que realmente “saben” del séptimo arte; puesto que son más complejas, con más recursos presupuestarios o técnicos, con un elenco de renombre o un guión imbricado.

No es fácil encontrar calidad, belleza o simple atractivo en una película sencilla. La sencillez también queda relegada a un segundo plano, al igual que la memoria: un escalón por el que se debe pasar para llegar a producciones más complejas. Lo interesante es que a algunos realizadores, entre los que se encuentra Rob Reiner (1947), no les importa, porque imprimen en lo sencillo calidad y belleza.

Reiner se inscribe en una trayectoria que comienza en los años setenta, época en la que sale del anonimato gracias a su personaje en la “All in the family” (1971 – 1978), serie televisiva que se convirtió en la más vista por los espectadores de Estados Unidos de la época. De ahí en más, su historia profesional recorre espacios creativos y dramáticos, posicionándose en la industria con clásicos como “When Harry mets Sally” (Cuando Harry conoció a Sally, 1989), “Misery” (1990), con la impresionante interpretación de Katty Bates como la psicópata Annie Wilkes o “Stand by me” (Cuenta conmigo, 1986), protagonizada, entre otros, por un nostálgico River Phoenix. Inolvidables películas y personajes.

Inolvidable también The princess bride (La princesa prometida, 1987), película que logró conquistar la atención, la emoción y el entusiasmo de los que, por entonces, vivíamos nuestra infancia.

Un niño (Fred Savage) muy atento a su videojuego desde la cama donde yace enfermo, es la primera secuencia de la película. Su madre le avisa que el abuelo (Peter Falk) está de visita, noticia poco bienvenida por el niño. Al entrar en la habitación, en efecto, el abuelo aprieta las mejillas de su nieto y le dice que le va a leer un libro, tal como hacía su padre con él y él con su hijo. Indudablemente, mal panorama para un niño con un videojuego. “Cuando yo tenía tu edad, la televisión se llamaba libros”, dice el abuelo. Un inicio que describe esta dicotomía entre lo complejo y lo simple, entre el atractivo que presenta un videojuego y la sencillez de un libro. Sin embargo, a pesar de la primera molestia del niño, vemos a lo largo de la película cómo la historia de la princesa Buttercup lo atrapa y envuelve.

Pero “The princess bride” no es la historia de un abuelo y su nieto, es una historia de aventuras, acción, amor verdadero, venganza, justicia, engaños, amistad, milagros y más. Una historia ambientada en la Edad Media, cuando el príncipe Humperdink decide casarse con Buttercup, porque su rol le permite elegir a la esposa que desee. Ella, frustrada y triste, no puede olvidar a su amado y aparentemente muerto, Westley. Nuevamente la simpleza de este campesino parece imponerse ante la ostentosidad del príncipe.

El filme pasa por situaciones cargadas de una hermosa ficción para niños, de drama y escenas, frases y secuencias que permanecen en la memoria de los espectadores: El paso por el pantano de fuego, la tortura en el foso de la desesperación y, por supuesto, el encuentro del español Iñigo Montoya, interpretado por Mandy Patinkin, con el asesino de su padre, repitiendo una y otra vez la frase que había ensayado para ese momento: “Hello, my name is Iñigo Montoya. You killed my father, prepare to die” (“Hola, soy Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre, prepárate a morir”).

Cabe mencionar la participación de Billy Cristal como “El milagroso Max”, un personaje tan hilarante como tierno: “True love is the greatest thing in the world -except for a nice MLT – mutton, lettuce and tomato sandwich, where the mutton is nice and lean and the tomato is ripe” (“El amor verdadero es la cosa más grande en el mundo – excepto por el CLT, sándwich de cordero, lechuga y tomate, sobre todo cuando el cordero está tierno y delgado y el tomate maduro”) es una de sus frases más divertidas.

La simple memoria se describe como una habilidad básica; sin embargo, al mismo tiempo, es de los pocos elementos que construyen la identidad y la cultura de personas y pueblos. Así mismo, el cine sencillo (como la vida sencilla) nos habla también de belleza, de goce y de emociones. No es necesario tener un reparto millonario, presupuestos abultados, un guión oscuro o producciones de alta tecnología para disfrutar de una buena película. Solo hace falta eso, una película.

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