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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Ángeles y demonios

No me gusta quedarme pegada en los malos momentos y así como vivimos momentos agresivos, también la vida en la ciudad nos regala instantes memorables que nos sorprenden y contrarrestan esos tragos amargos que a veces nos toca beber.

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Vivo en Santiago de Chile y soy usuaria del Metro. El viaje en este medio, en especial en las mañanas, no es fácil, así es que procuro hacerlo entretenido llenando esos espacios muertos, combinando la lectura de un libro con el escuchar algún programa de radio. Esa ha sido mi fórmula apaciguadora del stress matinal y hasta aquí bastante exitosa para hacer de este viaje diario, un viaje llevadero y entretenido.

La semana antes pasada al despertar y encender el televisor me enteré que tendría una mañana complicada, el Metro estaría cerrado todo el día por una emergencia técnica. El viaje me ocuparía más tiempo de lo habitual, tendría que hacer más trasbordos, darme una vuelta larga, probablemente llegaría atrasada, viajaría aún más incómoda y mi entretenida rutina se iría al carajo. Pero como procuro cada vez que me veo enfrentada a una situación complicada, tomar las cosas con calma, decidí enfrentar esa mañana con la mejor de mis disposiciones, entendiendo de que se trataba de una emergencia. Pero claro, no contaba con que no todos se levantaron con la misma disposición, así es que presencié escenas de mucha agresión verbal e intolerancia y yo fui víctima también de ellas. Llegué a mi lugar de trabajo, atrasada y mal tratada, pero con el propósito cumplido de no mandar a buena parte a los que me agredieron, claro que confieso que a duras penas, soy solo una ciudadana más en esta agresiva ciudad y no estoy postulando al Premio Nobel de la Paz.

Pero no me gusta quedarme pegada en los malos momentos y así como vivimos momentos agresivos, también la vida en la ciudad nos regala instantes memorables que nos sorprenden y contrarrestan esos tragos amargos que a veces nos toca beber. Recuerdo que cuando estuve en tratamiento de quimioterapia, como no tenía pestañas, mis ojos lagrimeaban constantemente, por lo tanto, siempre estaba con un pañuelo desechable secando mis lágrimas y en una ocasión se me acercó un vendedor ambulante que me dijo: “Mamita no llore,  todo se va a arreglar”. Me derretí ante ese señor que me regaló gratuitamente una cariñosa frase de ánimo.

Y a propósito de esto, recuerdo dos textos publicados en los muros de Facebook de mis amigas Jessica y Fernanda, que dan cuenta de estos instantes que nos sorprenden positivamente y que ellas estuvieron dispuestas a vivir y a disfrutar.

Jessica, que actualmente vive en Sidney, publicó: “Me subí al taxi y el taxista me pregunta: ¿conoces esta canción? Nos vinimos los 2 cantando como locos! Cosas freaks que pasan y alegran la vida”.

Fernanda, que vive en Santiago, publicó: “El repartidor del gas (peruano) vio la guitarra y el cajón y me dice: puedo?, agarró la guitarra, yo el cajón y nos tocamos un Valcesito!  Un amor de domingo!!”

Así somos los ciudadanos, a veces ángeles y a veces demonios, pero me quedo con lo que dijo Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito: “Rescatemos y disfrutemos de cada momento hermoso que la vida nos regala a cada instante y que pasamos al lado de él sin verlo ni menos apreciarlo”.

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