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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Septiembre de contradicción

Aprovechemos estas fiestas para sentarnos en la misma mesa a conversar. Pero si alguien, después de esta fiesta, debe subirse a una micro y viajar horas para llegar a su casa, algo no está bien.

Por Pía Mundaca
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Pía Mundaca es Directora Social de TECHO-Chile desde 2012. Cientista Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Nombrada Global Shaper 2014 por el Foro Económico Mundial.

Septiembre es sinónimo de alegría nacional. Fondas y asados se apoderan del país. Bailando cuenca, aflora en muchos eso que llamamos “chilenidad”. Perdemos incluso el miedo a los terremotos. En esta fecha, nuestro país se despabila de sus males y del invierno. El país, igual que la primavera, sale de su letargo para festejar.

Septiembre también es sinónimo de conflicto. En estas fechas hemos recibido nuestras heridas más graves. Ahí donde recordamos nuestros orígenes, revivimos dolores y persecución. Nadie puede olvidar que Chile estuvo de luto y que, a pesar del tiempo, muchos aun visten de negro.

Así, septiembre pareciera ser contradicción. Es fiesta y funeral. Es alegría y dolor. Como los borrachos de las ramadas, en algún momento nuestra alegría se torna llanto, la felicidad de la chicha en desinhibición del drama que llevamos dentro.

No podemos celebrar a nuestro país, entonces, sin reconocer sus dolores. Es verdad: Chile vive en libertad política y, en términos generales, su gente puede expresar lo que sienta y piensa. Debemos festejar también nuestros logros económicos y el crecimiento del país. Hay muchas razones para estar contentos con lo que hemos logrado. Sin embargo, muchos chilenos sufren otro tipo de opresión y subdesarrollo, quizás más oculto e invisible: la dificultad para encontrar un lugar digno donde vivir.

Hace varios fines de semanas me encontré en el diario con una noticia que señalaba que los vecinos de La Reina estaban descontentos por la construcción de viviendas sociales en su barrio. Acostumbrados a los eufemismos, los chilenos decimos no querer viviendas sociales en nuestro barrio como una manera de expresar, en el fondo, que no queremos vivir con las personas que las recibirán.

​No quisiera, sin embargo, focalizar esto en los vecinos de La Reina. Lamentablemente, esta situación es generalizada, y profunda, y va más allá de la situación particular de las familias de esta comuna.

Nuestras ciudades son un ejemplo de desintegración urbana. De hecho, varios de los problemas en educación tienen sus raíces en cómo hemos organizado nuestros barrios. El acceso a la ciudad y sus servicios está determinado casi exclusivamente por el nivel socioeconómico de cada familia. Nadie quiere viviendas sociales en su comuna pues existen barrios especiales para los más pobres, así como también malls especiales, hospitales especiales y lugar de vacaciones especiales para ellos. Desgraciadamente, nos sentimos con el derecho de rechazar a personas que no cumplen con nuestro perfil. Sus casas no pueden estar cerca de la nuestras. En la ciudad, hay un lugar destinado para ellos: la periferia.

En Chile, hoy vivimos un tiempo especial. Tenemos la posibilidad de discutir grandes cambios e incluso redefinir cimientos importantes de nuestra sociedad. Ojalá nos demos la oportunidad de discutir qué queremos hacer y las mejores maneras de llevarlo a cabo. Aprovechemos estas fiestas, entonces, para sentarnos en la misma mesa a conversar. La chicha y el tinto ayudarán a más de alguno a perderle el miedo al desconocido Pero si alguien, después de esta fiesta, debe subirse a una micro y viajar horas para llegar a su casa, algo no está bien.

Si nuestra integración no es real, cualquier discurso sobre el tema es mera buena intención. ¡Y no hay nada peor que palabras sin sentido luego de haber celebrado el 18!

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