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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Esto no es terrorismo

El que pone una bomba -creo humildemente- es solo una muestra, una metáfora de todos esos que dejaron de confiar en el orden social y creen que la realidad es un desorden donde todos los demás son tontos pechoños, mediocres dormidos o marxistas fanáticos.

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Óscar Marcelo Lazo es Neurobiólogo y Doctor en Fisiología. Investigador en el UCL Institute of Neurology. @omlazo

1. Siempre me ha parecido sospechosa la idea de una ley “anti-terrorista”, porque supone juzgar no los hechos delictuales y sus consecuencias, sino las intenciones que sus autores albergaban. Y por supuesto, poco hay más subjetivo y difícil de probar en un tribunal que el pantanoso terreno de las intenciones. Nos arriesgamos con ello a cometer toda clase de arbitrariedades, y sobre todo a fijar las penas más por una idea revanchista que por las consecuencias objetivas del delito. Esto no quiere decir que no sea grave, de hecho en nuestra legislación poner bombas o provocar incendios son delitos con penas bastante elevadas, pero la gravedad de un delito y la pertinencia de juzgar su intención me parecen dos cosas muy distintas.

Y si hemos vuelto a hablar de esto es a propósito de las bombas, ya no puestas de noche bajo cajeros automáticos, sino a plena luz del día en las cercanías del metro Escuela Militar. Más allá de la indignación por el daño provocado y de la discusión respecto a la ley anti-terrorista, lo que asombra en serio es la prisa con la que diversos sectores políticos han empezado a hablar de terrorismo.

Es evidente que el hecho es gravísimo y que causa miedo, pero llama la atención la insistencia con que se presumen intenciones, incluso antes de conocerse sus responsables. El terrorismo está definido -al menos en el uso que hoy le damos al concepto- por la utilización del miedo colectivo como palanca de poder político. Detrás del acto hay siempre un grupo organizado con una demanda explícita, de manera que sus acciones constituyen una forma de coacción sobre el cuerpo social en que se amenaza a los ciudadanos para que se cumplan determinadas demandas. Yo pienso que esto no es terrorismo, sino una forma mucho más primitiva de lucha anti-sistema, una especie de caotismo.

2. Contra toda intuición, resulta que el más común de los fenómenos terroristas parece ser el terrorismo de Estado (del que escribió notablemente Hannah Arendt); un mecanismo a través del cual quienes concentran el poder político realizan actos en contra de civiles, masiva o selectivamente, para producir intimidación y anular a los posibles opositores. Arendt plantea que es a través del miedo infundido que los gobiernos autoritarios mantienen su poder y terminan por validarlo institucionalmente. Nosotros aprendimos la lección en carne propia, de manos de la dictadura cívico-militar que operó en Chile entre los años 1973 y 1989.

Otras veces el terrorismo se da por parte de grupos pequeños identificados con alguna causa o ideología, reunidos en torno a una demanda específica que puede ser cumplida por el poder político. En este caso, la acción se ejerce contra blancos ciudadanos que junto con causar daño objetivo y un clima de miedo, sean simbólicamente eficaces para extorsionar a la autoridad política y favorecer el cumplimiento de la demanda. En general todo acto terrorista de este tipo es seguido por la adjudicación por parte de un grupo y la reivindicación de su demanda, y de esta manera se envía un claro mensaje al poder político: tú decides si sigue el miedo. La embestida islámica de un brazo de Al Qaeda contra el World Trade Center de NYC en 2001 y contra el Tren de Cercanías de Madrid en 2004, representan los más notorios actos terroristas de nuestra memoria cercana.

En Chile, sin embargo, la historia tiene un juicio controversial respecto de si ha habido terrorismo fuera del Estado. De haberlo, probablemente muchos pensemos en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, aunque algunos historiadores han argumentado que su caso corresponde más bien a una guerrilla urbana o un grupo de autodefensa, dadas las condiciones de extraordinaria violencia política ejercida por la dictadura. De todas las acciones que se le atribuyen, quizás la única que podría llamarse terrorismo es el asesinato del senador Jaime Guzmán, ocurrida durante el gobierno de Patricio Aylwin (1991).

3. Nada de lo que hoy ocupa notorios titulares y justifica especiales noticiosos en la televisión, en cambio, calza con algún concepto de terrorismo. Lo que hay en los hechos es un ataque explosivo, con una bomba muy precaria que debe sus víctimas solo al hecho de haber sido colocada en un lugar muy concurrido a una hora de gran afluencia. Tras la bomba no hay panfletos que expresen adhesión a alguna causa, no hay reivindicación de demandas y no hay adjudicación por parte de ningún grupo. Por supuesto que produce miedo, pero sobre todo perplejidad. El desconcierto de no contar con elementos para decodificar lo que acaba de ocurrir abruma e indigna, incluso más que atemorizar. Se nos nota la falta de costumbre. Uno tras otro los medios de comunicación fallan en traducir la opinión pública, y en medio de todo esto, el mal gusto con que La Segunda titula “El retorno del miedo”. Y eso sí termina por asustar un poco.

La investigación ha permitido identificar a tres jóvenes sospechosos, cuya participación en la explosión de la bomba del centro comercial de Escuela Militar y del carro en el Metro Los Domínicos deberá todavía ser probada en los tribunales de justicia. Sin embargo, los primeros hallazgos (lo pequeño del grupo, la ausencia de discurso, sus caras sonrientes) no hacen sino confirmar la tesis de que esto no se trata de terrorismo como lo entendemos clásicamente, sino de una acción privada, perpetrada de manera autónoma y que no es posible de identificar con una demanda al poder político.

4. Mi tesis es que estamos frente a un viejo enemigo: el caos. Todo parece decirnos que esta acción violenta perseguía el mero desorden, el daño a la vida aparentemente tranquila. El enemigo no tiene un plan trazado, es azaroso y disperso, sus militantes no se conocen entre sí, y acaso algunos de nosotros seamos colaboradores involuntarios de sus acciones. Porque no es un enemigo unívoco, adquiere diferentes rostros y nombres. Y jamás tiene ideología, partido político o cultura de referencia, porque es todo individualismo y anonimato.

La doctrina del caotismo -si existe tal cosa- supone la visibilización del caos real en medio de este orden aparente; es el pariente rebelde del anarquismo, porque no son las estructuras de poder, sino todas las estructuras las que deben derrumbarse. Y su mayor peligro es que no es una doctrina que se enseñe, sino que emerge en la negación. Surge en quien ha perdido toda esperanza en la comunidad, quien no reconoce que exista la posibilidad de Pueblo, quien no cree en consensos éticos ni en la posibilidad de justicia para todos. Cuando eso pasa, da lo mismo si te encapuchas para quemar neumáticos en una barricada o te encorbatas para falsificar actas de directorio y generarte oportunidades de enriquecimiento ilícito: eres el que se salva solo, el asegurado, el corrupto, el que cree que la única salvación es tomar decisiones a favor de sí mismo, porque desconfía de todo y de todos.

El que pone una bomba -creo humildemente- es solo una muestra, una metáfora de todos esos que dejaron de confiar en el orden social y creen que la realidad es un desorden donde todos los demás son tontos pechoños, mediocres dormidos o marxistas fanáticos.

La bomba es la metáfora de los efectos de la desesperanza y del individualismo radical. ¿Cómo resistir frente a ese enemigo agazapado en nuestro propio interior?, ¿cómo restaurar el valor de la comunidad y la confianza?, ¿qué relato colectivo recuperará nuestra esperanza en el destino de nuestro pueblo?

Nadie tiene respuestas absolutas para eso. No están en la izquierda, en la derecha, ni en esa mentira que llaman “centro”. Lo que digo es que tenemos que deliberar todos juntos, sin dejar a nadie atrás ni abajo de la mesa, hacer una resistencia radical de nuestra experiencia comunitaria. Me acuerdo de lo que dicen los Zapatistas en Chiapas: “Para nosotros, nada. Para todos, todo”.   

Y pensar que algunos piensan que los Zapatistas son terroristas. Todo lo contrario.

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