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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Hércules

Hércules es como un personaje mediático contemporáneo, como lo fueron los campeones de box, los generales de la Segunda Guerra Mundial y ahora lo son los futbolistas pagados millonariamente.

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

Ésta es una película evemerista.

Si alguno de mis lectores no sabe lo que ese vocablo significa, no importa. Tampoco lo sabían los “expertos” de Conycit que rechazaron un proyecto de investigación que presenté acerca de la Geneaologia Deorum Gentilium de Giovanni Boccaccio.

Este Hércules – que llega a nuestras pantallas sin subtítulo, pero que seguramente tendrá otros episodios – está basado en una novela gráfica de Steve Moore, pero se inspira en los antiguos mitos grecolatinos y plantea una revisión del sinnúmero de películas basadas en las proezas de este héroe, hijo de Zeus y de Alcmena, una mortal.

Lo acompaña un grupo de aventureros, que se ha ido formando poco a poco, que se mueven por dinero y porque sienten una morbosa atracción por la muerte: la buscan, provocan y rehúyen. Son Amphiaraus (Ian McShane, obsesionado por su deceso) Autolycus (Rufus Sewell), Tydeus (Aksel Hennie), Atalanta (última sobreviviente de una aldea y arquera infalible, Ingrid Bolsø Berdal) y Iolaus (Reece Ritchie, el sobrino narrador de las hazañas).

Me recordaron de inmediato a Los Siete Samurais de Akira Kurosawa (que tuvieron su versión western en Los Siete Magníficos de John Sturges), tanto por su rol de mercenarios como por el eterno tema del conflicto entre los valores morales y los monetarios.

Hércules se ha creado su propia leyenda. Se le atribuyen Doce Trabajos destinados a verlo morir y que, en cambio, superó. Se le acusa de crímenes horribles y ha ganado todas las batallas. Su fama de semidiós se retroalimenta con sus gestas prodigiosas y sus servicios cada vez son más caros: consciente de ser temido, siempre podrá vencer. Mientras tanto, en torno a él todo se transfigura: siete guerreros son la Hidra de Lerna, hombres a caballo son Centauros, tres lobos se ven como el Can Cerbero.

No hago referencia al argumento, que tiene que ver con la lucha por el poder en Tracia, porque lo que me interesa es la ideología que está detrás de este film, dirigido por Brett Ratner (Una pareja explosiva 1 y 2, El dragón rojo, Un golpe de altura).

Hércules es como un personaje mediático contemporáneo, como lo fueron los campeones de box, los generales de la Segunda Guerra Mundial y ahora lo son los futbolistas pagados millonariamente. En los años ’60 fue interpretado por candidatos a Mr. Universo transformados en actores o por varones corpulentos: Steve Reeves, Mark Forest, Mickey Hargitay, Reg Park, Kirk Morris, Gordon Scott, Lou Ferrigno, Kevin Sorbo y tantos otros.

Ahora, la elección de Dwayne Johnson (“La Roca”) resulta coherente y perfecta. Su cuerpo está en el límite de las potencialidades humanas por tamaño y capacidad muscular. Algunos datos objetivos: 1.93 m de estatura, 118 kilos de peso, 127 centímetros de pecho, 89 de cintura, 51 de brazos y 79 de piernas. Realmente el público puede preguntarse si está ante un hombre de medidas exageradas o ante el hijo de un Dios.

En una época en que ya muchos no creen en Dios, es necesario inventar un nuevo politeísmo. La historia dará paso a la mitografía o tal vez… ¡nunca existió!

(Hercules: The Thracian Wars. USA, 2014)

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