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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Génesis nirvana

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

La venganza forma parte de la animalidad humana, pero con una agravante: se trata de un ser racional, que no sólo busca devolver el golpe recibido, sino disfrutar con el dolor que va a causar en la otra persona y que ojalá sea superior al que ésta causó.

Lo que voy a referir tal vez no está en libros y, por ello, lo cuento. Edith Mützel, que fue secretaria de Elvira Santa Cruz Ossa (Roxane) y, más tarde, directora de “El Peneca”, me contó que la gran guía de la lectura infantil chilena desde 1921 a 1951 se opuso siempre a publicar El conde de Montecristo. Roxane no quería que los niños se formaran dentro de la ideología de la venganza. Por ello es que la adaptación de la novela de Alejandro Dumas apareció sólo más tarde, cuando María Romero dirigía la revista.

Sin embargo, no es fácil escapar a esa tendencia a hacer justicia por la propia mano si lo predica diariamente el bíblico Antiguo Testamento (“ojo por ojo, diente por diente”) y, sobre todo, el cine de Hollywood (financiado desde siempre por el Sionismo israelita).

Génesis Nirvana son los auspiciosos y esperanzadores nombres de una niñita de seis años, que es asesinada por el marido de Patricia Lucía, porque “los separaba”. Como el responsable no es castigado por la “Ley”, la mujer decide actuar por su cuenta. Y – siguiendo la técnica de El proyecto de la bruja de Blair, Cloverfield, o los varios Rec – efectúa un largo monólogo al mejor estilo de una tragedia griega, pero “traducida” al chileno. Luego registrará, en tiempo real, todos los preparativos del “ajusticiamiento”.

Pero aquí no se trata de una película yankee, donde todos tienen acceso a un arma. Comprarla significa vender todos los objetos que son símbolos de bienestar del Grupo Socioeconómico D: televisor, microondas, refrigerador, todo debe convertirse en dinero y transformarse luego en el instrumento que hará posible la venganza. Y ahí se corre el riesgo de ser asaltada o engañada por gente inescrupulosa, de ser denunciada, de ser incluso asesinada. Pero nada importa: éste es un acto de heroísmo que no tiene vuelta atrás. Y es así como se puede llegar a lo delincuencial, encontrando la pistola donde menos se lo espera.

El corazón, los ojos y todos los sentidos de Génesis Nirvana (tanto en las imágenes actuales como mnemónicas) son Mariana Loyola. Sin embargo, todo el reparto está impecable aunque se trate de actores que aparecen fugazmente y que casi no hablan, como Paulina García, Ramón Llao, Juan Pablo Miranda y Alejandro Goic.

El espectador que busque contactos con otras películas los va a encontrar. Además de las secuencias de tomas subjetivas (realizadas realmente por la protagonista), salta a mi memoria Hitchcock, sobre todo por el ritmo que toma el filme. Es obsesivo y enfermante el recorrido de pasillos y escaleras, la respiración asmática que recarga emotivamente lo que se está viendo. Como explicó el gran realizador, el suspenso se encuentra en aquello que sabe el espectador, pero que los personajes ignoran. Y eso es

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