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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Mariano Puga, la voz de la exclusión

"Con su simpleza compleja y su dureza cándida, incomoda a las cómodas altas autoridades de la Iglesia y eso se agradece, porque de la incomodidad nace el desvelo y del desvelo el replanteamiento".

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

En un programa de TVN apareció uno de los sacerdotes que supuestamente han sido denunciados por la autoridad eclesiástica chilena ante el Vaticano por algunos de sus dichos. El hombre era Mariano Puga, cura que ha dedicado su vida a la lucha en contra de la pobreza como un cáncer que ha carcomido a la humanidad. Pero también como una fuente de sacralidad real, terrenal y en donde, según él, se encuentra el verdadero Cristo.

Puga, con sus chalas características, mostró una sonrisa propia de quienes se consideran favorecidos al saber que están haciendo lo que deben hacer. Su voz ronca y muchas veces taxativa bordeaba una vehemencia bonachona cuando se le preguntaba por la política, palabra tan convenientemente maltratada. “¡¿Cómo no voy a tener posición política?!”, dijo el sacerdote argumentando la segregación y la desnutrición de los excluidos. Frente a esta pregunta exclamativa hubo un gran silencio de reflexión en el estudio, era rato ver a un cura con tanta fuerza hablar de la injusticia y no relativizarla, como nos hemos acostumbrado a que se haga últimamente.

En don Mariano no encontraremos nunca esa relativización. Al contrario, hallaremos  en sus palabras el grito acusador y fuerte en contra de un sistema que se regocija en su éxito estadístico-y su fracaso concreto- sin entender las realidades y lo palpable, maquillándolo con el grito exitista de todo economista que pasa por una pantalla de televisión.

Este cura popular no cree en estos nuevos “filósofos” contemporáneos, él sólo cree en lo que ve y en lo que siente en una sociedad en la que la Iglesia se olvidó por completo del Concilio Vaticano II. Y que profundizó la fuerza juzgadora de sus jerarcas para así olvidarse que antes de ser una jerarquía, son servidores del pueblo, y el parlante de quienes no son escuchados.

Por esto es que verlo en la televisión con su humildad alegre, y su tajante personalidad, muchas veces revitaliza los corazones de quienes sólo vemos en esta institución religiosa una focalización en mantener estructuras de poder desiguales; centrando su discurso en la conformación de familias organizadas según los antojos de una elite cada día más inmoral al momento de defender su moral y su particular ética.

El ejercicio de Puga es crítico y por lo mismo es sano y a veces duele. ¿Pero acaso no hay que ser duro muchas veces para que la realidad aparezca por sobre los relatos inventados y las mentiras de una hegemonía soterrada pero fuerte? Al parecer sí, porque los golpes duros y los remezones a veces funcionan en las conciencias, sobre todo cuando estos remezones vienen de la mano de un discurso inteligente y profundamente humanista.

Quienes escucharon a Puga en El Informante, vieron ese discurso en su máxima expresión. Vieron en esa silla a la palabra del Evangelio de los pobres hecha carne a través de la lengua filuda pero hermosamente gentil del pastor. Pero también -y creo que esa es la importancia de su mensaje- vieron la voz de los sin voz, el raciocinio de los que no pueden razonar por medios como la televisión, porque se les está prohibido.

Mariano Puga con su simpleza compleja y su dureza cándida, incomoda a las cómodas altas autoridades de la Iglesia y eso se agradece, porque de la incomodidad nace el desvelo y del desvelo el replanteamiento.

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