Curitas humanos, demasiado humanos
Dos posturas contrapuestas, la del ultramontano Ezzati y la de los curitas del pueblo parecían oponerse a muerte, pero, a la hora de la verdad, de “los quiubos”, como dicen en el campo, era más importante la unidad de la Iglesia como corporación. No tiene nada de raro si pensamos que, además, está el problema de O’Reilly, uno de los mejores recaudadores de la Iglesia, el “chiche” de los “cuicos” que se desubicó. Lo mismo hubieran hecho y hacen los partidos políticos, las alianzas y las concertaciones. Es lo que hay que hacer en política, lo correcto, lo que corresponde, lo sabio, lo prudente.
Arturo Ruiz es Es licenciado en Filosofía de la Universidad de Chile y Master of Fine Arts en Escritura Creativa de American University, en Washington DC. Destacan en sus publicaciones literarias la rutina Allende Ghost de Juan Carlos “palta” Meléndez en el Festival de Viña 2007 y la novela Los Pájaros Negros publicada por RIL Editores en 2010. Recientemente lanzó el Breviario de la Derecha una especie de Manifiesto Comunista, pero de derecha. Actualmente trabaja en proyectos teatrales y literarios
¿Acusó o no acusó Ezzati a los curitas díscolos? Uno de ellos, Mariano Puga, salió en defensa del cardenal diciendo que era mentira[sic]. Al momento de escribir esta columna, no se ha sabido más del tema. Con todo, es lógico que cualquier institución asuma una defensa corporativa de sus intereses. Después de todo, hay enemigos más importantes que los enemigos internos: otras iglesias que hasta tienen ya capellanes en La Moneda, evangélicos que recaudan millones que debían ser de la Iglesia Católica, mormones, Hare Krisnas y gente como yo, ateos librepensadores que vivimos muy bien una vida sin dioses y mucha gente se ha dado cuenta de que no necesita un dios para ser feliz, aunque sí igualdad social y una serie de derechos básicos, como la educación universal y gratuita.
Dos posturas contrapuestas, la del ultramontano Ezzati y la de los curitas del pueblo parecían oponerse a muerte, pero, a la hora de la verdad, de “los quiubos”, como dicen en el campo, era más importante la unidad de la Iglesia como corporación. No tiene nada de raro si pensamos que, además, está el problema de O’Reilly, uno de los mejores recaudadores de la Iglesia, el “chiche” de los “cuicos” que se desubicó. Lo mismo hubieran hecho y hacen los partidos políticos, las alianzas y las concertaciones. Es lo que hay que hacer en política, lo correcto, lo que corresponde, lo sabio, lo prudente.
Sin embargo, hace tiempo que esta institución quiere convencernos que está más allá de la política y lo político, como una suerte de brújula moral que tiene como destino guiar a la nación en la dirección de los valores cristianos, los valores verdaderos de su Dios. Una forma de actuar política no es una forma de actuar propia de la institución que –todavía– pretende ser el señero no solo de la moral pública, sino también privada de nuestros conciudadanos. Después de todo, se supone que actúa en nombre del altísimo y que está por sobre el mundano orden de cosas. Es por eso que se ha arrogado el derecho, desde su origen, a decir quién se acuesta con quién y quién puede meter qué dónde.
Seguir sus reglas se ha revelado hace tiempo como imposible para casi todos los chilenos, a no ser que usted tenga la plata para criar siete hijos, o que tenga la continencia para guardar castidad. Al final, casi todos los católicos mienten, porque usan anticonceptivos, porque se divorcian y se vuelven a casar, porque se masturban y, en partes menos veniales de sus pecados, porque roban, se coluden y financian campañas políticas sacándole plata al FUT, pero esa es harina de otro costal y no pretendo hablar de delitos económicos o fraudes, si apenas manejo mi presupuesto a nivel usuario.
Un gran número de chilenos acata, pero no cumple los preceptos y ni siquiera comparte la fe de su Iglesia. No entienden, por ejemplo, el misterio de la Santa Trinidad y pregonan una herejía arriana, separando al Padre del Hijo, sin entender que son una misma persona. No creen en la necesidad de la fe para la salvación y usan métodos anticonceptivos porque no hay presupuesto que alcance. Al mismo tiempo practican yoga, que no es solamente un deporte, sino una práctica religiosa, leen al Dalai Lama y creen en la reencarnación y, sobre todo y por supuesto, no van a misa, ni participan de una parroquia ni nada por el estilo. Pero cuando tienen que llenar un formulario, ponen sin pensar “católico”.
La Iglesia seguirá con sus cuitas. No empezaron ahora. Si no me cree, vea la serie “Los Borgia”, pero no se confunda, tampoco empezaron ahí, sino que en el principio mismo del ministerio de la Iglesia. No, no estoy hablado de Jesús ni de Pedro, porque nuestra versión del cristianismo empezó mucho después, en el Concilio de Nicea en el año 325, cuando el emperador Constantino necesitó unificar el dogma para gobernar en paz. Pero usted que me lee ¿necesita para algo a la Iglesia? ¿Realmente cree que existe Dios? Piénselo. Si su respuesta todavía fuera afirmativa ¿cree usted que a ese Dios le haría falta gente como Ezzati o, incluso, personas más buena onda como Berríos, Puga y Aldunate? ¿No sería acaso Dios? ¿No sería omnipotente? Con omnipotente quiero decir que lo puede todo sin más límites que ciertas imposibilidades lógicas o ni eso, por si usted es víctima de la educación pública. ¿No podría ese Dios hablar directamente con usted si quisiera?
Tal vez, como dijo un señor Kant en el siglo XVIII, sea hora de alcanzar por fin la mayoría de edad y salirse de la tutela –que para muchos ya es solo nominal, pero no por eso menos tutelar– de tan ineptos tutores y dejar la Iglesia. Tal vez pueda usted formarse su propia idea del mundo. Sin duda que surgirán dudas, pero ¿qué le hace pensar que sus pastores no las tienen? Ellos, en el mejor de los casos, creen tener respuestas y en el peor hacen como que creen, pero ¿las tienen? Si usted sale de la tutela de sus pastores, no llegará a un mundo de certezas, sino simplemente a uno lleno de enigmas, pero ¿no pensaba usted cuando era niño que los adultos tenían todas las repuestas? ¿No se dio cuenta, cuando creció, que ser adulto era aprender a vivir sin aquellas respuestas?
Aquí afuera se vive sin muchas certeza, pero lo poco que se sabe sí se sabe, porque es producto de la experiencia y de la razón. Porque aplicamos nuestro propio juicio y nos atenemos a las conclusiones que podemos, con nuestras escasas facultades, extraer de los hechos. No, no es una vida segura, pero nuestros aciertos son nuestros y nuestros errores también y de una cosa podemos estar ciertos: aquellos pastores nunca supieron más que nosotros de la vida, a no ser por las fábulas que leyeron en un libro grueso, con tapas negras, que está lleno de muertes y odiosidades.