Barras bravas
La necesidad de situar el fenómeno de la violencia en los estadios en un espectro más amplio que el puramente circunscrito al espacio físico de éste, parece ser cada día más claro, lo que redunda en la necesidad de enfocarse más bien en cómo este fenómeno, en apariencia particular y específico, mas bien está dando cuenta de un fenómeno que posee múltiples dimensiones, que debe ser abordado desde esta complejidad y no perder de vista como nos dice Hornby que, para muchos, “el fútbol, el consuelo de mi infancia, mi manta de Linus, fue mi forma de aguantar a trancas y barrancas todo el chaparrón”.
Mauricio Rios es Sociólogo Escuela de Trabajo Social UST Santiago
A principios de la década de los 90 Nick Hornby escribía su ya famoso libro “Fiebre en las Gradas”, donde describe en qué consiste ser hincha de un equipo, sus penas y alegrías, con su buena pluma característica. El relato de Hornby es también una lúcida radiografía de las características sociales de este deporte y termina convirtiéndose en una sentida declaración de devoción y lealtad al fútbol, a un club y, sobre todo, a la comunidad de sufridos seguidores de éste.
Hoy en Chile asistimos nuevamente a la discusión por el fenómeno de la violencia en los estadios, de la implementación de medidas que permitan paliar dicha violencia y como estas medidas están cooptando la actividad, condicionando el ejercicio de la condición de hincha en su espacio característico como le es el estadio. Esta discusión no es nueva, mas bien se vuelva recurrente y sobre todo en épocas pre o post-clásicos se vuelve urgente para algunos. Esto no hace si no dar cuenta de la complejidad del problema y de las dificultades en las que se han visto la implementación de todas las medidas tendientes a su prevención.
La idea de erradicar la violencia en los estadios ha sido discutida desde diversos ángulos, de igual manera diversas voces y desde diversas disciplinas han intentado explicarla y dar cuenta de posibles salidas o soluciones. La violencia en los estadios, así como la existencia de barras bravas, no constituye fenómenos nuevos, sin embargo ¿Por qué volvemos a ella recurrentemente? ¿Por qué cada cierto tiempo surge la necesidad de “combatir la violencia en los estadios” y de “disolver las barras bravas”?
Durante la mayor parte del siglo XX, la violencia en este deporte constituyó un hecho excepcional en Chile. Por el contrario, hasta los 70’ el hincha nacional tenía una actitud más bien de espectador pasivo, lo que era característico del espectáculo, aún incluso en espectáculos de gran convocatoria.
En la década de los ’80, sin embargo, comienza a gestarse una transformación en la fisonomía del hincha y de las barras organizadas, comienzan a surgir agrupaciones de jóvenes que rompieron con las “barras oficiales” de sus respectivas instituciones. La creación de la Garra Blanca de Colo Colo, en 1986, fue seguida un año más tarde por Los de Abajo, en Universidad de Chile, sirviendo de modelo para otros clubes. Un nuevo tipo de hincha, comienza a configurarse, que adquiere un protagonismo aparte en el estadio y fuera de él. Las barras, se vuelven el espacio de encuentro de personas socialmente marginadas, que muchas veces trasladan su precaria condición social a un nuevo espacio de manifestación como lo son los espectáculos deportivos.
La implementación del plan Estadio Seguro complejizó aun más la convivencia en las canchas nacionales. Las fuertes medidas de represión han sido recibidas de forma conflictiva por los barristas y por el hincha común en general, ambos puestos en el mismo saco en la aplicación de medidas preventivas. A ello se suman diversos episodios tragicómicos derivados de ésta, como la imagen del viejito al que se le quita un cartel de apoyo a Santiago Morning en un partido de su equipo contra Deportes Temuco, en un sector absolutamente desolado del estadio, o el no permitir el ingreso de los bombos y trompetas de la conocida y tradicional “Bandita” de Magallanes, lo que sólo dan cuenta de la falta de claridad a la hora de afrontar el problema.
Para el cientista social Eduardo Santa Cruz, esto se explica, entre otras cosas, porque “estas barras, que le sirvieron por mucho tiempo a los privados que manejan el fútbol, ahora les están echando a perder el negocio. Se les escaparon de las manos. El grado de autonomía que adquirieron fue demasiado grande y ya no los pueden controlar”.
Una de las principales críticas que se ha planteado sobre el plan Estadio Seguro es que ha institucionalizado prácticas que suponen de entrada que todo hincha es un delincuente o violentista potencial, o como nos dice Santa Cruz “lo que hace realmente el programa es correr la violencia donde no se vea”.
En Diciembre del año 2007, Enrique Osses suspendía el partido de vuelta de la semifinal del fútbol chileno disputado entre Colo Colo y Universidad de Chile en el Estadio Nacional, luego de que un sector de la barra azul arrojara proyectiles a la cancha. Paralelamente, en Valdivia, a muchos kilómetros de Santiago, hinchas de Colo Colo y de la U se enfrentaron en una batalla campal en el centro de esta ciudad, que terminó con varios heridos producto de dicho enfrentamiento.
Si pudiéramos hacer una revisión de las diversas manifestaciones o actos de violencia entre barristas, podríamos fácilmente dar cuenta de que en su gran mayoría estos no suceden en los estadios, y que los casos más graves son más bien habituales en muchos lugares de la periferia de Santiago, donde dichos enfrentamientos entre grupos o facciones rivales se han vuelto característicos.
En “El aguante o la consagración de la pasión guerrera”, Mario Sepúlveda analiza el rol de la violencia como articulador de las relaciones sociales en una población periférica de Santiago luego de las políticas habitacionales, si es que se le puede llamar así a un proceso deliberado de erradicación de los pobres desde el centro de la ciudad hacia sus bordes, de la dictadura, y su influencia en la posterior generación de piños (núcleos territoriales en los que se agrupan los barristas), los cuales mediante una inversión ideológica, comienzan progresivamente a identificarse con la bravura de ser de la pobla y el orgullo de ser de una barra, en donde el piño se convierte en una relación entre lo local, el barrio y lo global, la barra en su conjunto.
La exploración del tema, por parte de Sepúlveda, constituye un gran aporte a la hora de entender cómo las barras bravas y la pertenencia a éstas puede constituir un proyecto de identidad para muchos sujetos. “Aquí, la identidad aparece como una referencia geográfica (la adscripción a un territorio determinado) y sociocultural (la afirmación de una pertenencia a un equipo y un modelo de devoción a este mismo)”, nos dice Sepúlveda. De este modo, queda claro que la exploración de la subjetividad de los barristas constituye una gran fuerte de información para la comprensión de este fenómeno.
La necesidad de situar el fenómeno de la violencia en los estadios en un espectro más amplio que el puramente circunscrito al espacio físico de éste, parece ser cada día más claro, lo que redunda en la necesidad de enfocarse más bien en cómo este fenómeno, en apariencia particular y específico, mas bien está dando cuenta de un fenómeno que posee múltiples dimensiones, que debe ser abordado desde esta complejidad y no perder de vista como nos dice Hornby que, para muchos, “el fútbol, el consuelo de mi infancia, mi manta de Linus, fue mi forma de aguantar a trancas y barrancas todo el chaparrón”.