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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿Por qué TVN está en crisis?

"TVN no está observando el real comportamiento de sus audiencias, las que hoy se mueven en sentido horizontal, ya no son los espectadores obsecuentes del Dingolondango".

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Patricio Araya es Periodista y Licenciado en Comunicación Social (Usach).

Analizar la crisis de TVN sólo desde la perspectiva de la caída al cuarto lugar en sintonía que ha sufrido la estación en los últimos siete meses, sin considerar su aspecto valórico, podría ser un grueso error interpretativo. Repuntar los 12 puntos perdidos en horario prime no es la panacea, incluso la meta podría ser mayor, pero la crisis persistiría.

De modo que suscribir la creencia de que sólo se trata de una cuestión numérica, susceptible de mejorar afinando decisiones editoriales o implementando nuevos planes de negocio, es no entender el quid del asunto.

En rigor, la crisis de TVN es más compleja. Si bien es cierto que una arista tiene que ver con los bajos rating, también hay otras –más subjetivas, pero igual de importantes–, y que están relacionadas con la historia de esa casa televisiva, tras la que subyace una intrépida apuesta lanzada en despoblado: ser el canal de todos los chilenos.

Desde la arista objetiva, TVN llega a sus 45 años de vida cargando con una triple limitación: es ciega, sorda y muda. No ve, escucha poco y nada, y mucho menos, le habla a sus audiencias. El resultado es previsible: existe una absoluta desconexión entre el emisor y el receptor.

Es evidente que la señal estatal está desconectada de su púbico. Con frecuencia se observa cómo sus conductores y periodistas pierden el relato frente a la cámara, y éste se vuelve etéreo; el mensaje se diluye en ese tránsito entre emisor y receptor, cuestión que se evidencia cuando sus rostros no tienen otra cosa que hacer en cámara, que no sea comentar aspectos de su vida personal, incluso, de su vida íntima, cayendo en una absoluta omisión del destinatario del mensaje.

El matinal no pasa de ser una mera conversación entre amigos que comparten un set como si fuera el living de su casa, haciendo caso omiso de los espectadores, quienes sólo son tomados en cuenta al momento de las menciones comerciales; ahí recién se percibe un cambio de actitud frente a la cámara, de mayor prestancia y seriedad. Está prohibido “chacrear” al auspiciador.

TVN no está observando el real comportamiento de sus audiencias, las que hoy se mueven en sentido horizontal, ya no son los espectadores obsecuentes del Dingolondango, ni tampoco son esos concursantes que se iban felices con una frazada o una salsa de tomates. Si bien es cierto que el público cambió ingenuidad silvestre por ignorancia funcional, ésta es más esquiva que el provincialismo obediente de antaño, pues, ahora, gracias a la masificación de las redes sociales, el televidente, aunque no siempre comprende lo que ve o escucha, tiene en su mano un aparato  con el que incide y decide; elige y descarta. El problema es que TVN está enfrentando ese cambio conductual con una porfía inexplicable para un medio de comunicación moderno.

TVN también está teniendo problemas de audición, sus ejecutivos, periodistas y conductores se encogen de hombros, nadie arriesga nada. Su desconexión con la realidad es de tal magnitud, que muchas veces sus contenidos se definen al aire en función de lo que está haciendo la competencia, aunque ello sea una barbaridad incontable, como ocurrió la mañana del 10 de julio de 2013 en los faldeos del cerro Manquehue, cuando los matinales de TVN y Canal 13 emitieron en vivo y en directo las palabras de un oficial de Carabineros dándole cuenta a un acongojado padre del hallazgo del cadáver de su hijo adolescente, desaparecido en la víspera. Ahí no hubo contención, sólo una febril desesperación por marcar más que el otro. La línea editorial salió a tomarse un café a la esquina. Y la morbosa adrenalina se tomó el switch.

La periodista y conductora Karen Doggenweiler es el vívido ejemplo de la mudez de TVN. Ella, igual que su empleador, lleva bozal. Abre la boca pero no dice nada trascendente. Karen se aplica a sí misma la ley mordaza por el hecho de estar casada con un candidato, renunciando a cuatro horas diarias en pantalla donde podría aportar a la discusión, realizar buenas entrevistas, incidir en la contingencia nacional.

Por el contrario, ella opta por el mutismo y la levedad; a cambio, se sube al carro de la tontera orquestada desde la sala de dirección del matinal, a cargo de un funcionario que lleva 22 años haciendo lo mismo. Su compañero Jordi Castel no tiene suficiente formación académica como para ocupar una silla en el programa editorial más importante del canal; el pobre no distingue entre penetración e Imacec, para él es lo mismo felonía y economía. ¿Acaso el directorio de TVN no ve su matinal?

Desde la subjetividad que supone el aspecto historiográfico de la señal estatal, la dimensión valórica de la actual crisis tendría su génesis en la promesa incumplida –una mentira rechazada con ironía por la población– de ser “el canal de todos los chilenos”, en circunstancias que desde sus orígenes, la señal pública ha tensionado la convivencia nacional, frustrando ese noble propósito, hasta convertirlo en una falacia, ya cuando se alineó con la dictadura, transformándose en el aparato propagandístico del autoritarismo, avalando en pantalla un noticiero abyecto, como 60 Minutos, recordado como una vergüenza del periodismo chileno, conducido por una servil Raquel Argandoña; ya cuando, con el retorno de la democracia, el canal suscribió todas y cada una de las leyes del mercado competitivo, declarándose como una empresa autónoma del Estado.

Entre ambas posturas, TVN ha vivido 41 de sus 45 años, cuestión que hoy le estaría siendo facturada en contra por sus audiencias, las que pueden perdonar pero no olvidar ese oscuro pasado, y que con su desinterés entienden que castigan la ideologización con la que TVN ha teñido su programación en estas cuatro décadas.

La gente común y corriente siente que el canal nacional sobrepasó todos los límites posibles de su confianza, pero hoy está tomando conciencia de sus derechos como televidente, que se materializan haciendo zapping, y que ya no quiere ver en pantalla las mismas arrugas y consignas del pinochetismo (Argandoña, 60 Minutos; Hevia, Dinacos); la gente quiere un producto que huela a limpio. España hizo un trabajo para despercudirse de la dictadura franquista, tarea en que la radio y la televisión públicas fueron clave. En Chile eso sigue siendo una deuda de la televisión del Estado.

Qué está haciendo el canal público chileno con su decisión de ocultamiento –abierta manipulación– de la realidad, de esa que la mayoría de los televidentes percibe como su realidad, es decir, con los abusos del capitalismo salvaje, con la debilidad democrática de las instituciones, sino editorializar ese ocultamiento de manera perniciosa, modelando la realidad de millones de chilenos al antojo y estándares del capital financiero, contribuyendo a la sublimación de las audiencias a unos ciertos modos culturales, útiles a determinados propósitos mercantilistas. O sea, alineando las Smart ovejas, disciplinando a la población hacia una forma de vida que requiere de su alienación colectiva. Eso de educar, informar y entretener, queda pendiente.

Cómo no calificar de ciega, sorda y muda a una pantalla como la de TVN, que prescinde de la opinión pública y que no obstante insiste en avanzar a trastabillones. Cómo no hacer tal calificación, si cuando algún televidente pide que saquen a Juan José Lavín de la conducción de Estado Nacional, porque a las claras se nota que no es la persona que hoy se requiere para un programa político, la reacción del canal es nula. Cómo es posible que TVN no entienda que la baja sintonía del noticiero central se debe más al sonsonete de Amaro que a la calidad de las noticias que lee.

Si en verdad la nueva directora ejecutiva Carmen Gloria López quiere hacer bien la pega, cabría esperar que desarticule la columna vertebral de esa línea editorial tan vapuleada y distorsionadora, es decir, que saque del canal, desde los Mauricios matinales hasta las Conserva del mediodía, pasando por Solabarrieta, Carcuro, Viñuela, Elfenbein, y unos cuantos más.

Si la propia mandamás de TVN acepta estar en “un escenario difícil”, es hora de hacer cambios, más aún, cuando reconoce su condición de ente público. “Tenemos vocación de señal pública. Somos un canal para los habitantes de este país, debemos congregar a la mayor parte de ellos, para que se encuentren, y obviamente las cifras indican que no estamos congregando con la intensidad que queremos, buscamos y necesitamos para cumplir bien con nuestra misión”. Lo malo es que, al tenor de sus dichos a La Segunda, con apenas cuatro meses en la jefatura del canal, ella misma ya está endeudada con el fonoaudiólogo. “Mi deuda grande es que no he podido ir visitando a la gente; quiero hacerlo. No sólo para que me escuchen, sino para escucharlos, compartir ideas, cruzar áreas”.

Cambio de paradigma para salir de la crisis: A recorrer el país

Lleven los programas a regiones, recorran la inmensidad del país, nadie los va a morder; en Chile hay 17 millones de personas, 15 regiones, 345 municipios, colegios, hospitales, plazas, juventudes. Hay un país entero que contar. Pongan a un conductor con acento chileno en el noticiero central, rompan el esquema heterosexual de conductores de noticias (Hora20), pongan a una joven (busquen ese refresco en las escuelas de periodismo) y a un experto a contar las noticias, hagan enlaces con provincias en medio del central, interactúen con el conductor regional, entrevisten gente de regiones y que desde regiones ellos puedan entrevistar a los invitados al central, revuelvan el país; lo único plano esperable de la televisión moderna es la pantalla led, el resto de la tv debe ser multidimensional.

Entren a las casas de los Nicolás Correa, abran sus refrigeradores, acompáñenlos a dejar a sus hijos al Cumbres, al mall, al supermercado; dejen en paz a la pobre cartonera y al panadero, los pobres no pueden ni deben seguir exponiendo su dignidad en pantalla. Sean ustedes factores de cambio social, los medios construyen realidad, pero no manipulen la que tienen a mano, eso es desidia. Saquen de la tele a la mayor cantidad de flaites posibles. No imiten, innoven; no teman perder, ya perdieron. La chabacanería no se sustenta por sí misma en tv, pero la tv puede sustentarse en ella, el problema es que la tv no puede ser chabacana, porque eso es pan para hoy y hambre para mañana (para hoy).

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