Los Juegos del Hambre: Sinsajo – Parte I
Más que el mito del Minotauro, al que se inspira la Collins, hay mucho de George Orwell en este episodio. Y el director Francis Lawrence (que no es pariente de Jennifer) enfatiza la ambigüedad del comportamiento de los protagonistas: los adolescentes no pueden creer en nada y mucho menos confiar en una sociedad sin futuro y sanguinaria por naturaleza.
José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.
En toda película de acción, suele haber secuencias de movimiento y secuencias de reposo.
Esta primera parte de la tercera entrega de Los Juegos del Hambre es, casi en sus dos horas de duración, una secuencia de reposo. Sirve para introducir nuevos escenarios y nuevos personajes, lo que – según mi opinión – debilita el relato, porque no se respeta una regla de oro: la coherencia. Es lo mismo que ocurre en una trama policial cuando, al final, el asesino no es ninguno de los sospechosos, sino un desconocido que aparece en el último momento.
Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) despierta en un lugar desconocido y se entera que está en el Distrito 13, que fue destruido en la superficie, pero que sobrevive militarmente como una ciudad subterránea. Lo gobierna la Presidenta Coin (Julianne Moore) y fue llevada allí por el disidente Plutarch Heavensbees (el fallecido Philip Seymour Hoffman) para ser utilizada como líder contra la rebelión general contra el Presidente Snow (Donald Sutherland) y el Capitolio. Mientras tanto, Peeta (Josh Hutcherson) está vivo y es manipulado por el poder gracias a un lavado de cerebro.
No agrego más. La trilogía creada por Suzanne Collins (2008-2010), y de la cual se han impreso más de 65 millones de ejemplares sólo en los Estados Unidos, tiene su público asegurado como ya ocurrió con Crepúsculo y Harry Potter. Éste verá la película de todas maneras, haya o no haya leído el libro (entre paréntesis, Sinsajo es una palabra inventada para nombrar a un pájaro también inventado, que es el símbolo de los rebeldes).
En este país de Panem (que alude al panem et circenses – “pan y circo” de los antiguos romanos) el orden está impuesto por sobre todo. Snow (“nieve” en inglés) – que tiene toda la frialdad que puede exaltar la blancura: pelo, barba, tez, traje, rosa blanca en el ojal – está convencido e intenta convencer a todos los habitantes (porque no son ciudadanos) que, gracias al trabajo y a esa estructura social, viven en el mejor de los mundos.
Más que el mito del Minotauro, al que se inspira la Collins, hay mucho de George Orwell en este episodio. Y el director Francis Lawrence (que no es pariente de Jennifer) enfatiza la ambigüedad del comportamiento de los protagonistas: los adolescentes no pueden creer en nada y mucho menos confiar en una sociedad sin futuro y sanguinaria por naturaleza.
Y no falta la ironía. Todos los discursos son demagogia pura y la organización de los “revolucionarios” lleva a pensar en los héroes de Hollywood siempre dispuestos a luchar contra el totalitario enemigo de turno. Pero también en los guerrilleros de Sierra Maestra o en los campesinos irlandeses que enfrentaron a los “black and tans”. Un reduccionismo que transforma la insurrección en espectáculo.
(The Hunger Games: Mockingjay – Part 1. USA, 2014)