Un país donde abundan los asegurados y los pitutos
Todas estas respuestas están circulando por el aire. Hoy los jóvenes en Chile están optando por alguna de ellas. Ojalá que la opción no pase por los recursos económicos o simplemente los deseos de superación personal. La sociedad está cambiando y debemos perder el miedo. Es tiempo de apostar y es tiempo arriesgar, incluso a perderlo todo. Y si nos tiembla demasiado la mano, miremos que estamos defendiendo. Quizas estemos evitando perder alguno de nuestros privilegios.
Pía Mundaca es Directora Social de TECHO-Chile desde 2012. Cientista Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Nombrada Global Shaper 2014 por el Foro Económico Mundial.
Hace unos días atrás, Cristián Warnken publicó una columna en la cual hablaba de cómo hoy vivimos en modo “cero riesgo”: planificamos todo y no dejamos espacio para nuevas apuestas. La incertidumbre nos produce vértigo, y por eso, la suprimimos.
Es verdad: nos asusta amar y tememos ser heridos. Hacer algo distinto a lo que hacen los que nos rodean es poco frecuente. Al momento de nacer, nuestra vida está más o menos escrita; ya sabemos dónde viviremos, dónde vamos a veranear, el colegio donde estudiaremos, entre muchas otras cosas. En un mundo donde la libertad pareciera el valor más importante, es paradoxal que queramos preveerlo todo. Nada puede queda al azar. El riesgo ha sido reducido al máximo.
Dentro de nuestros temores, nos aterra perder los privilegios. Ahi, el control debe ser total. Ese miedo nace cuando sentimos peligrar nuestra posición, cuando alguien puede quitarnos aquello que creemos propio. El terror a perder el privilegio nos lleva a extremar nuestras posiciones defensivas, a atrincherarnos y mirar a todos como amenazas. En una situacion así, cualquier discusión debe evitarse. Mientras más parecidos seamos, mejor.
Este miedo no es propio de cualquier grupo: es el miedo de los privilegiados. Su temor no se reduce solo en las relaciones copresenciales -por ejemplo, que los niños no corran riesgos en colegios donde pueden mezclarse con otros, pues ahi pueden perder su identidad de casta-; este temor se refleja también en las relaciones con las estructuras sociales y políticas. Ahora bien: si ese miedo radicara en la legítima preocupación de construir una sociedad mejor, sus aprehensiones serían un gran aporte a la discusión. Pero no. Este argumento, en la boca de los privilegiados, huele a excusa. Huele a miedo.
Estamos frente a muchos grupos que temen perder influencia y poder. Sus declaraciones con frecuencia se parecen más a una queja infantil que a una opinión criteriosa. Critican al Papa porque es demasiado liberal; critican a los movimientos de igualdad porque piensan que degradan “la familia”; no quieren reformas de ningún tipo; ven con miedo los cambios tributarios porque temen que Chile entre en recesión; no quieren integrarse con los países vecinos porque en cualquier momento ellos nos atacarán; no quieren darle espacio a los migrantes en nuestras ciudades porque van a echar a perder el país con sus malas costumbres; no quieren leyes contra la discriminación porque temen la llegada de un libertinaje. Los ejemplos, desgraciadamente, abundan.
¿Que hacer en un país así? Un país donde abundan los asegurados y los pitutos. Donde los privilegiados no quieren perder poder. ¿Salir a la calle? ¿Crear una microempresa y ser innovador? ¿Iniciar una fundacion propia? Está la opción de salirse de los partidos políticos, de las iglesias, u organizaciones sociales para armar la propia, es decir, el camino del llanero solitario. Esta la opción de irse de viaje al extranjero o estudiar lo que sea, pero lejos de aquí, la opción de autoexilio. O casarse y armar una linda familia, la opción del despreocupado.
Todas estas respuestas están circulando por el aire. Hoy los jóvenes en Chile están optando por alguna de ellas. Ojalá que la opción no pase por los recursos económicos o simplemente los deseos de superación personal. La sociedad está cambiando y debemos perder el miedo. Es tiempo de apostar y es tiempo arriesgar, incluso a perderlo todo. Y si nos tiembla demasiado la mano, miremos que estamos defendiendo. Quizas estemos evitando perder alguno de nuestros privilegios.