Huele a mediocridad
Asumamos que con cada cambio de gobierno vamos a destruir el conocimiento acumulado, admitamos que no existe el largo plazo cuando se trata de administración pública, tengamos claro que los elegidos serán “los mejores de los más cercanos” y entendamos que “Alta Dirección Pública” es otro eufemismo chileno, tal como decir “persona en situación de calle”, “excesos” o “régimen militar”.
El hombre estaba haciendo bien la pega. Me consta. Hasta hace dos años, yo nunca había entrado al Museo Histórico Nacional (MHN), ese que está frente a la Plaza de Armas.
Pero lograron seducirme: que la inauguración de la Torre del Reloj desde la que se puede tener una espectacular vista del centro de Santiago, que la exposición de fotos de Luis Ladrón de Guevara, que la muestra “Efemérides: fragmentos selectos de la historia reciente de Chile” en la que por primera vez vimos arte contemporáneo en ese lugar.
He ido cinco o seis veces a este cada vez más excitante recinto cultural y ya es parte de mi agenda y de la de muchos capitalinos. Hay un nombre detrás de todo esto. Se llama Diego Matte Palacios, el abogado de 37 años que es director del MHN desde 2011.
Lo ha hecho de maravillas. Devolvió a la gente al museo, lo renovó, lo hizo sexy y transversal. Sumemos a eso que logró concretar el proyecto para la ampliación del museo, que implica la próxima construcción de un edificio adicional de más de 2.500 metros cuadrados. ¿Y qué pasó?
Que un señor cuyo cargo es interino, el actual director subrogante de la Dirección de Archivos y Museos (Dibam), decidió no renovarle el contrato a partir del 15 de diciembre. En otras palabras, a Diego Matte le pasaron la aplanadora por haber sido nombrado en el gobierno anterior. Lo echaron porque no es parte del club.
Seguro que tampoco les gustó que se apellidara Matte o que hubiera egresado de una universidad privada que no fuera la Arcis. Me da rabia. Me deprime que la gente buena sea boicoteada por funcionarios mediocres, que algún apitutado esté frotándose las manos para ocupar el cargo de quien estaba haciendo las cosas con altura de miras, que desde el Estado se promueva la desconfianza de una manera tan vulgar y evidente.
Tengo claro que no es un vicio privativo de este gobierno, por eso hablo de Estado. Y lo que pasa cuando uno lee titulares, como el del lunes en La Tercera, que dice “Alta tasa de desvinculaciones es principal traba a 10 años de la Alta Dirección Pública” y donde se explica que los despidos por razones de “desconfianza política” sobrepasan el 63% con los cambios de coalición, es que el olor a mediocridad marea, perturba, afecta de manera profunda.
Porque te das cuenta de que la cuchufleta está ahí, delante de tus ojos, que es transversal, que no respeta color o coalición o alianza, y que la posibilidad de esperar un trabajo serio, meritocrático y profesional de parte de los políticos es cada vez menor. Mejor sincerémonos.
Asumamos que con cada cambio de gobierno vamos a destruir el conocimiento acumulado, admitamos que no existe el largo plazo cuando se trata de administración pública, tengamos claro que los elegidos serán “los mejores de los más cercanos” y entendamos que “Alta Dirección Pública” es otro eufemismo chileno, tal como decir “persona en situación de calle”, “excesos” o “régimen militar”.