Un gobierno sin sentidos
"Los chilenos simplemente no están dispuestos a ver como un gobierno, simplemente guiado por aumentar su popularidad (hasta ahora sin real efecto) ponga en jaque lo que con esfuerzo y libertad han conseguido".
La publicación de cualquier encuesta que mida la actual situación del Gobierno, la popularidad de sus rostros o haga una evaluación general del presente político de un país, conlleva dos situaciones que podríamos decir que son mandatorias; las reacciones y los análisis.
De manera curiosa, las reacciones suelen ir primero y, por lo tanto, ser sumamente apresuradas. Van comúnmente cargadas de férreas defensa o ataques (a veces ambos), tienen como fin ser exteriorizadas y comunicadas a los cuatro vientos y se dan comúnmente en un contexto pasional e ideológico, dejando de lado lo pragmático y racional.
El análisis, por el contrario tiende a ser más interno. Se hace ya cuando la alegría de los buenos resultados ha bajado un poco o cuando el dolor de la derrota y la baja aprobación popular ha amainado. En esta instancia se busca encontrar el motivo o razón última de por qué se está de determinada manera y cuales son los caminos para salir o en su defecto mantenerse con uñas y dientes.
En este sentido y tomando en cuenta las encuestas CEP y Adimark publicadas hace pocos días, es que resulta no muy difícil ver que el Gobierno, tanto a la hora de reaccionar o analizar, está careciendo de tres de los sentidos más básicos; oído, tacto y vista.
Oído ya que han sido incapaces de escuchar de manera seria y considerada el pensar de la gente, convirtiéndolos en meros espectadores de esas reformas que alguna vez prometían inclusión. Tacto ya que a pesar de hacer los más diversos intentos por hacerle creer a la gente que no están pasando la aplanadora, siguen de manera avasalladora imponiendo sus intereses particulares por sobre los de aquella mayoría de chilenos que dicen representar. Visión, por que aun no han visto que pese a todo lo que ha pasado, desde los cierres masivos de colegios hasta el anuncio de medidas tan fuera de foco como la de instalar cajeros automáticos dentro de comisarías para evitar el robo de éstas, que el panorama social y el prospecto de desarrollo, va en pleno decrecimiento.
Pero por sobre todo lo anterior, de lo que más carecen es sentido común para entender que en Chile, la gente aún no ha perdido la capacidad de asombro y se niega a aceptar que hechos como el desempleo, la desaceleración económica o las políticas guiadas por los intereses propios y las cegadas ideologías se conviertan en parte del paisaje. Los chilenos simplemente no están dispuestos a ver como un gobierno, simplemente guiado por aumentar su popularidad (hasta ahora sin real efecto) ponga en jaque lo que con esfuerzo y libertad han conseguido.
Es de esperar, por lo tanto, que el Gobierno en el tiempo que le queda recupere algunos de estos sentidos y por sobre todo, encuentre la humildad necesaria para enmendar el rumbo. Para nadie ya es sorpresa que nuestro país está compuesto por una nueva generación de personas que valora por sobre todo el esfuerzo personal, y que tiene más que claro que filosofías como el despotismo ilustrado, el cual rezaba que podría gobernarse “para el pueblo, pero sin el pueblo”, están absolutamente agotadas y fuera de cualquier posibilidad.